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Los peligros de viajar: La historia del robo a un chino en Lima

Plaza de armas

Mi amigo Alex llegó al aeropuerto de Lima sin hablar ni una palabra de español. Llegó tres horas antes de lo esperado. Era de madrugada. Cuatro de la mañana. Tomó un taxi para dirigirse a su Airbnb: La casa de Henry. Bajó del taxi con sus maletas y el taxi se fue.
Tocó el timbre. Nadie respondió. Tocó de nuevo el timbre sin respuesta. Tomó un taxi en la calle. Subió su equipaje. Le pidió al conductor, por medio de señas que lo llevara a un bar, o algún lugar que estuviera abierto hasta que amaneciera. El conductor pareció entenderle, porque de inmediato arrancó.
El taxi condujo un buen rato y se metió en una callejón. Otras dos personas se subieron en la parte de atrás del taxi, y amenazando con armas (acción que no requiere traducción a ningún idioma) lo despojaron de todo lo que llevaba. Su maletín con el portátil, sus cámaras fotográficas, sus juguetes electrónicos, su ropa, su billetera, su reloj y luego le pidieron que se quitara toda la ropa.
Condujeron un par de cuadras más y lo tiraron en un barrio popular y muy feo. Solo tenía sus bóxers y un sombrero, que de suerte le dejaron.
Que ¿cómo me enteré de la historia? Todo empezó en Huanchaco.
Plaza San Martín
Los amigos que dejamos allí me enviaron una foto de lo bien que la estaban pasando con un nuevo amigo, un muchacho de China. Cuando llegamos a Lima lo vi en el AirBnb y le dije, ¡tú estuviste en Huanchaco! Y entonces nos hicimos amigos (los amigos de mis amigos, son mis amigos). Y nos contó la historia de cómo había quedado solo en un país desconocido, sin hablar español y en calzoncillos en la mitad de un barrio popular. Como una vendedora ambulante se acercó y lo llevó a la estación de policía, como la policía le ayudó a contactarse con quien lo esperaba en el Airbnb, como él lo recogió, le prestó ropa y le ayudó a hacer de nuevo sus papeles, le prestó dinero e incluso lo ayudó a comprar con descuento una cámara para que no se perdiera de nada en su recorrido por Perú.
Hombre gritando a la gente que no se moje en el Parque del agua
Yo le pregunté en algún momento por qué no se había devuelto... no sé si yo hubiera podido seguir con el viaje después de una experiencia tan traumática. Alex me miró extrañado. Y ahí lo entendí, me lo había acabado de decir, había tenido muchas más buenas experiencias que malas. En su camino encontró gente hermosa que lo ayudó a conocer el país. Nosotros incluso lo ayudamos (remotamente) a moverse por Huaraz y en todos los destinos lo trataron bastante bien. Semanas después nos vimos en Arequipa, nosotros seguíamos hacia el sur y él se devolvía a Lima para tomar su avión y volver a casa. Disfrutó plenamente el país y me dejó la enseñanza grande de que cosas malas pueden pasar en cualquier lugar del mundo, en la casa misma, pero que siempre las cosas buenas serán muchas más.

Cebiche en la Plaza de Mercado de Jesús María

Y Lima es un buen ejemplo de ello. Es una ciudad hermosa que me recordó un poco Bogotá, sin metro, que está siempre gris, donde casi nunca llueve, y la humedad es bastante difícil de sobrellevar (me enfermé las dos semanas que estuve ahí con una tos constante), un tanto insegura como cualquier capital, y con un tráfico de miedo...  PEEERO (y ahora viene lo bueno que es mucho más) un paraíso gastronómico, sede de la Catedral del Pisco (que queda en la plaza de San Martín, donde se reúnen revolucionarios, filósofos e idealistas a charlar del país). Los museos son agotadores de la mejor manera posible, porque reúnen la cantidad impresionante de historia que tiene Perú, su arqueología, el arte y la cantidad de civilizaciones que albergaron este destino increíble.

Para mí fue un lugar increíble, porque al ser un lugar tan central, muchos de nuestros amigos pasaron por ahí para hacer un reencuentro fascinante y conocer acompañados nuevos lugares.
Por si fuera poco, la comida es una locura (y sí, lo tengo que repetir), y en especial exaltar la increíble plaza de Jesús María, donde es difícil escoger qué comer.
Lima tiene un parque de agua que es hermoso de día y espectacular de noche. Lima tiene eventos por doquier, una galería de arte impresionante en la zona de Barranco (que además es un lugar imperdible para caminar, comer, conocer, disfrutar), una playa repleta de surfistas a los que parece no importarles el frío y una Plaza de Armas muy bien cuidada y rodeada de lugares de postres y de chocolate.
Y, por si fuera poco, resulta que Lima está muy muy cerca del complejo arqueológico de Pachamac, a donde llegamos en bus, caminando debajo de un sol ardiente (porque como raro nos perdimos, nos bajamos mal, le creímos a Google y estuvimos largo rato explorando las cercanías), pero todo, absolutamente todo valió la pena.
Lima es una ciudad que vale la pena conocer con detenimiento, tratarla con cariño, subir en su transporte público, vivir el día a día y conocer a sus muy queridos y amables locales. Es una ciudad cultural, una joya testigo de la historia, un reflejo de sus artistas (y no hay que dejar de visitar la casa de Vargas Llosa que me emocionó hasta las lágrimas). Lima es una capital que se queda en mis amores, en mis recuerdos y en mis emociones. Por favor, cuando vayan de paso, deténganse un ratito en ella.
Y para cerrar el post es necesario decirlo: es peligroso viajar, te puede causar emociones y continuos asombros, mucha felicidad, y te enamoras constantemente, te saca del conformismo. Estos son los peligros de viajar.

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