viernes, 24 de marzo de 2017

Vilcabamba y cómo vivir más de 100 años


Vilcabamba tiene una fama especial, tiene record en longevidad. Miguel Carpio parece tener el record de la región con 128 años. Y digo que parece porque pueden haber muchos más que pasen esa edad.
Yo me imaginé un sitio lleno de campo cultivado, de ancianos felices paseando. Pero lo que encontré fue otra cosa.
Salimos a recorrer el pueblo, pero no se veían ancianos... al menos no ancianos ecuatorianos. Pero sí estaba repleto de adultos mayores estadounidenses y europeos. Cuando empezamos a recorrer los sitios de desayunos, todos vendían desayunos muy americanos, muy internacionales, y sí, los precios también lo eran.
Sentados por fin en un restaurante con un desayuno muy completo (huevito, fruta, yogur pancito, etc, etc), llegó un extranjero vestido con ropa estilo hippie, rondando los 70, con el pelo y la barba blancos y muy crecidos. Yo sonreí, y lo vi sentarse a leer un periódico en inglés. Me surgieron mil preguntas, pero tenía más hambre que preguntas, así que seguí en lo mío.
Entonces vi algo que me llenó de gracia. El loquito del pueblo (del que hay en cada lugar de Latinoamérica), al que los lugareños parecían estar muy acostumbrados, pasó arrastrando un palo y pidiendo monedas a los que caminaban. Me pareció una escena tan nuestra, que me alegró sintiendo que estamos unidos. 
Entonces, el dulce anciano que se había sentado en la mesa del lado le gritó "¡Get a job!". Llegaron otras mujeres muy similares a él y hablaron en inglés. De ahí en adelante el desayuno ya no me gustó tanto.
Mucha gente, nacida en Vilcabamba, nos confirmó que cada vez llegan más extranjeros en busca de esa longevidad prometida en los documentales. Pero no entienden. Ese primer mundo que a veces cree que llegar a asentarse en un pueblo como éste les va a dar los años de vida que les quitó el estrés, la mala comida de toda la vida y la actitud con la que a veces parecen querer colonizar. Disculpen las palabras duras, tal vez me den la razón un poco más adelante (si no, también estoy abierta a discutir el tema).
Nos fuimos a caminar al Mandango (el vigía de Vilcabamba), la montaña donde se supone que Atahualpa escondió su tesoro de los españoles.
La montaña, curiosamente, guarda una similitud con la montaña de Machupicchu, el rostro acostado del inca. También dicen que al monte, como a Monserrate, no se debe subir en pareja porque se acaba la relación.
Sí, el paisaje valió la pena.
Pero con esa vista de los lugares más allá del pueblo, y empezando a ver las pequeñas finquitas y los cultivos, entendí de dónde venía la longevidad del sitio.
Bajé con la decisión de buscar a algún sobreviviente de largos años para saber el secreto que tanto han estado buscando los científicos y que de manera equivocada buscan los extranjeros histéricos y exigentes.
La mujer peruana del hostal por fin empezó a abrirse, y así descubrimos la razón por la que los meseros andan de mal genio en todo lugar: los extranjeros del primer mundo los tratan mal todo el tiempo. Nos contó que la insultan por no hablar inglés... ¡hágame el favor! En Ecuador... Luego hablamos con el dueño del hostal, un italiano que seguramente vivirá mil años porque vive feliz, pero además de autorizar un agua de coco gratis, no tenía gran información. Uno de los muchachos del lugar, un paisa, nos dijo que la gente se bañaba en un río y al mismo le daban cualidades de longevidad, así que tomando el consejo, nos llevó un taxi camino al río, y en la conversación nos contó la triste situación de este hermoso lugar. ¿Le gusta que venga tanto extranjero? Pregunté. Depende, me dijo, si se van a quedar, no. Y entendí la situación explicada por él. Desde que empezaron a llegar los "gringos", la vida de los locales ha cambiado negativamente. Les ofrecen dinero (despreciable para ellos, pero deslumbrante para un campesino), les compran sus terrenitos, que luego dividen y venden por un precio que supera las 50 veces el invertido. Luego, ellos, muy amables, resultan dándole trabajo de obrero al hijo del anterior dueño, es decir, al que por tradición debería ser el dueño, el heredero, el nacido en las tierras. El dueño, entonces, pasa a ser jornalero y comienza un ciclo de pobreza que se eterniza. Vilcabamba vive todavía la colonia, pero ya no es de españoles, sino de estadounidenses y uno que otro europeo.
Al final, tristes, nos dio el dato de don Timoteo, el hombre más viejo de la región, quien vive cerca del río y seguramente nos recibiría porque le encanta que lo visiten.
Ahí me llegó el espíritu de Vilcabamba, y de este hombre de 104 años (105 ahora, ojalá) que todavía se pone la mejor ropa para recibir a las visitas y nos cuenta de su época de soldado en la guerra del 40, de los peruanos que se le querían quedar con un pedazo de su querido Ecuador, de su matrimonio a los 25 años con su única novia, la misma que lo dejó hace unos años, de cómo poco a poco se ha quedado sin amigos, de la enfermedad en sus ojos que ya no lo deja ver, del reconocimiento que tiene en el pueblo pues todos son sus "amigos" y le dan la manita, de sus nietos y sus bisnietos, de su vida cultivando y arriando vacas, de las plantaciones de caña y de las panelas, de la vida tranquila en Vilcabamba, junto al río, jugando con balones y siendo feliz, comiendo la comida que su mamá, y luego su esposa, hacían al fuego de palos, trabajando de sol a sol y con el único deseo de volver a casa cada día, a ver a la familia. Don Timoteo me mostró el secreto de la longevidad.

Si les quedó la curiosidad, no, no me metí al río ¡qué joda tan fría! Ojalá los zancudos del río sean el verdadero secreto, esos sí me tragaron en dos minutos.

jueves, 16 de marzo de 2017

Cuenca: El pasado y el presente en un mismo lugar



Cuenca enfrenta cientos de años en una sola ciudad. Resquicios indígenas se pueden ver mientras se camina por ella, la arquitectura colonial y la herencia española están presentes en toda la ciudad, la colonia, la modernidad, todas revueltas por la ciudad. Llegamos muy en la madrugada y nos costó encontrar un taxi que nos llevara a la ubicación del Airbnb que nos esperaba (no porque fuera lejos ni mal ubicado, sino porque las calles tienen nombres y no números... y si los taxis no saben por dónde es, uno queda fregado). Por fin, nuestro anfitrión, y por medio del chat, logró darle un par de pistas al conductor, y nos recibió con su muy buena onda. 
Una ventaja notable de quedarse en Airbnb, en la mayoría de los casos, es que el anfitrión vive en la ciudad y está dispuesto a regalarte unos minutos para decirte a dónde ir, qué conocer, darte un mapa o las indicaciones necesarias, como lo fue en este caso (yo sé que parece que a veces hiciera publicidad, pero no me pagan jejeje, solo me gusta mostrar lo que funciona bien en los viajes para mí).
Bueno, después de tener los tips salimos a conocer la ciudad como se debe: a pie. Y primero, lo primero, salimos a desayunar con algo que me había llamado la atención desde que vi el mapa de Cuenca por primera vez: Wafles Belgas. El instinto me llamó y caminamos hasta llegar a un bonito puesto atendido por su propietario, un belga de nacimiento y feliz residente de Ecuador. Lo más bonito del puesto es que queda dentro del Jardín botánico de la ciudad... y bueno, en la foto ya verán el resto de las razones por las que me enamoró el lugar.
Con la barriga llena y el corazón contento, nos fuimos a seguir caminando y encontré la segunda cosa que me pareció muy interesante, tal vez de lo que más me llamó la atención. Cuando se lo mencioné a mi compañero a él no se le hizo raro, ¿que pase un río por la mitad de la ciudad es raro? Sí, si es un río limpio. Entonces, el cemento de la ciudad clásica de repente se vio reverdecido. 
Caminamos entre un clima muy similar al de Bogotá, para revolvernos nos recuerdos, y llegamos hasta el centro, muy clásico, muy español.
Entramos por un dólar, y empezamos a recorrer la iglesia y dimos con la casualidad de que un tour estaba empezando, así que seguimos de cerca al grupo. El mismo estaba descendiendo a la cripta, pues la catedral tiene la particularidad de guardar a sus muertos en el sótano. Y estábamos disfrutando del recorrido cuando el guía se nos acercó solicitando los boletos... aparentemente teníamos que haber pagado un importe adicional por el recorrido. Nos disculpamos y le advertimos que no queríamos pagar 5 dólares adicionales (eso cuesta el recorrido), pero sí queríamos subir a las cúpulas (eso son solo 2 dólares de más). Y subimos cuando el guía ya estaba terminando de contar las historias.
Algunos extranjeros se quejaban del día opaco, yo disfrutaba las nubes, de los colores que dan a los edificios las sombras, los pequeños rayos de luz que se colaban. El guía nos miraba como sintiéndose mal por habernos sacado del tour (y nosotros achantados por habernos negado a pagarle el tour completo), y al final resultó charlando con mi compañero, mostrándome sitios de la ciudad y de la vista. Y yo suspiré, me alegró saber que hay gente todavía a la que le interesan los sentimientos ajenos... eso a veces se nos pierde en un mundo egoísta y competitivo que nos pide ganar más, ser mejores que el otro, saber más, resaltar, etc, etc. Se nos olvidan los otros, pero a veces se conocen esos que saben empatizar con un desconocido.
El mercado, por otro lado, es uno de los sitios que más se puede catalogar como empático, ahora que lo pienso. Y es que si uno va a una hora donde haya demasiado movimiento, lo atienden como rey. Doña Carmita me vio la cara de no me gustaba su menú y empezó a ofrecerme otras cosas, preguntó cómo se llamaba el pescado que vendía, me cambió el arroz por una ensalada y me fue preguntando si le ponía esto y lo otro, si quería tomar esto o aquello.
Y yo encantada... como me encanto en todas y cada una de las plazas de mercado de Latinoamérica, porque los colores, los olores, los vendedores son únicos. Y no, me negué a irme de cualquier lugar sin visitar un lugar tan icónico como éste. Y no conozco un sitio más ideal para conocer a la ciudad completa que su plaza de mercado. El acento, los vendedores, los compradores, el orden, la regateada, la cara de "turista" (por no decir bobo) que te ven... varias veces saqué un muy buen precio, y cuando llega un local le dan un mejor precio sin que negocie (y ahí es cuando se le van a uno la ínfulas de melassétodas).

De salida del mercado también hay que ir a otros "mercados", y son los cafés y tiendas locales que dan muestra del otro lado de la moneda, de los que intentan ponerse al día con tendencias, como la los café. Y acá hago una aclaración por algo que me sucedió en Ollantaytampo (luego escribiré detalladamente del lugar). En un momento empezó a llover en medio de la nada, después de no poder entrar a unas ruinas, y buscamos un café. Lo que vendían era muy caro, el que atendía era un joven francés, quien coincidió con nosotros en que los precios eran precios de "gringo". 

Entonces yo me pregunté por qué habíamos entrado ahí y no a otro lugar con lugareños, y la respuesta era simple, a veces uno no se siente tan cómodo en esos lugares. Y sí, viajar es un momento en el que sales de la zona de confort para buscar nuevas experiencias, pero a veces necesitas sentirte en "casa". Esos cafés que vienen con tendencias nuevas, con comodidades, con menús parecidos en todo el mundo lo que buscan es hacer sentir cómodos a los viajeros e internacionales a los locales. Ahí me senté a leer a Dostoievsky, mientras veía las calles coloniales.
Después de que salimos decidimos salir de nuevo de nuestra comodidad y seguir entendiendo este hermoso lugar, por lo que recorrimos calles, vimos matrimonios en las iglesias, y al final, guiados por música y fuegos artificiales, nos unimos a los feligreses en una procesión que seguimos hasta el final para que mi compañero se pudiera tomar una foto con la ardilla. Sí, dentro de la marcha de gente había un hombre (o mujer) disfrazado de ardilla. ¿La razón? No la sé, nadie parecía sorprendido, así que nosotros no preguntamos. ¿Alguien sabe qué hace una ardilla en una procesión? (Les debo la foto :( no la saqué)
Para terminar me permito contarles de otros lugares que no se pueden perder en Cuenca: El Turi (muy arriba y desde donde pueden ver toda la ciudad), el museo de Cuenca (o cualquiera de ellos, la entrada es gratis), y las hermosas y clásicas catedrales. Gracias por leer, no se les olvide seguirme en Facebook e Instagram.  

lunes, 6 de marzo de 2017

El punto más occidental de Sudamérica: Salinas

El viaje lo comenzamos mucho antes de comenzarlo, cuando decidimos ir al punto más norte de Sudamérica, y hasta Punta Gallinas fuimos a parar. Ahora, de viaje por el Pacífico, resultamos recordando la promesa de visitar los 4 puntos "más cardinales". Así que no podíamos irnos de Ecuador sin visitar la Chocolatera, el punto más sobresaliente del occidente.
Resultó, como casi siempre lo hace Latinoamérica, superar nuestras expectativas.
Buscamos un lugar donde pasar la noche, y resultamos negociando un hotel con vista al mar (uno siempre tan de buenas).
Salimos de una vez y entramos a la base militar que ahora resguarda el punto, y nos aseguraron que serían unos 40 minutos caminando hasta llegar al faro.
Vimos entonces a los militares siendo instruidos y supimos que sería mucho más de 40 minutos, pero empezamos a caminar con la esperanza de que no nos cayera encima la noche y con hambre (nos faltaba el almuercito y no habíamos encontrado cajero... cosas que pasan en los viajes).

Esperábamos pacientemente a los carros y les hacíamos señas... hasta que encontramos un carro que se enterneciera de estos cansados viajantes (sí, hay días en los que no quiere caminar el caminante). La mayoría eran carros lujosos que pasaban sin desacelerar. Tres mujeres, madre y dos hijas por fin se detuvieron, que nos subieron en su camionetica ochentera, con todo y las dificultades que les dio abrir una puerta medio oxidada.
Nos dejaron en el faro, se los agradecimos y siguieron su camino, y es que a veces es así. A veces me preguntan que si conozco mucha gente en el camino, y, bueno, uno encuentra mucha gente en el camino, uno ayuda a unos, es ayudado por otros (y ojo, que eso cuenta desde una sonrisa, desde la ubicación, un aventón, un consejo, un apretón de manos, la propina que uno deja, la información que se brinda, la compañía, etc, etc.), pero no se conoce a muchos.
Esto también es lindo porque a veces uno cuenta las relaciones como algo que pasa y perdura, o al menos que tiene un tiempo "considerable", pero viajando aprendí que estos pequeños encuentros conforman una parte importante de la vida, una que también enseña de nuestra naturaleza; de lo bueno y de lo malo.
Y es que me he dado cuenta de que la gente cuando va a viajar sola tiene la esperanza de conocer al hombre/mujer de su vida, o a amigos que va a a conservar para siempre, y sí, de eso se encuentra (no siempre, pero sí a veces), y de esos amigos que se quedaron les iré contando, pero me parece que no se debería desestimar esos encuentros pequeños, que no deberían perder el significado, que deberían ser menos ignorados.
La Lobería
Lo digo porque una vez que vimos el faro queríamos seguir con la Lobería (lobería por los lobos marinos), y empezamos a caminar de nuevo, sabíamos que sería un largo camino, pero una familia que estaba cerca y haciendo el mismo recorrido en una camioneta nos ofreció llevarnos con ellos en el platón. Sin pensarlo nos subimos, divertidos, y entendiendo en toda su expresión lo que significa la brisa del Pacífico.
Agradecimos de nuevo ese pequeño encuentro, intercambiamos bromas, les dijimos de dónde veníamos, y nos despedimos con una sonrisa aunque seguimos caminando juntos hasta ver a los lobos, esos escandalosos y gigantes bigotudos se peleaban por lobas, se empujaban, parecían burlarse de algunos. Nos reímos observándolos, hasta que me fijé que detrás de la piedra estaba un lobo solo. Parecía muy viejo; su color, comparado con el de los más parecía desteñido y se mezclaba con el de las rocas (a ver si logran verlo en la foto). Parecía enfermo y se movía muy poco. Tal vez enfermo se va a morir solo. Hay sitios a los que, definitivamente, seamos de la raza y especie que seamos, vamos solos. 
Nos fuimos un poco cabizbajos, y empezamos a caminar para ir a buscar un cajero y algo de comer. Entonces la camioneta de la familia que nos llevó de nuevo salió a nuestro encuentro. Nos llevarían hasta la salida, y si queríamos, nos llevarían las dos horas y algo más que nos separaban de Guayaquil.
Si no hubiéramos pagado el hotel, le dijimos, de seguro nos iríamos con ellos, y no solo por ahorrar lo del pasaje, sino por alargar ese bonito encuentro.

Nos dejaron casi frente al hotel, y nos desearon una buena ruta. Hoy, de mi cabeza se borraron sus caras y de sus nombres nunca me enteré, pero si hay algo seguro, es que ese pequeño acto de bondad se quedó con nosotros.
Caminamos, preguntamos, nos perdimos... todas esas cosas que se hacen en una ciudad nueva, hasta encontrar un restaurante que se acerque las expectativas en precio y aspecto (uno agradece cuando también le tocan las que van con el sabor, como en esta ocasión).
En la mañana nos iríamos. ¿Qué hay para hacer allá? Me preguntó alguien cuando le dije en donde estaba. Y entonces recordé cuando, unos meses antes, había preguntado qué hacer en Barranquilla (ciudad con la que aún tengo deuda, pues no la conozco), y una mujer hermosa me respondió y me hizo ver que estaba formulando mal la pregunta, o que incluso formular la pregunta era el error mismo, "lo importante es vivir Barranquilla, disfrutar la ciudad". En esta ocasión respondí lo mismo. Ya había ido a lugar al que quería ir, y ahora tenía el tiempo disponible para sentarme en la playa fría (quise meterme al mar pero estaba demasiado frío), así que me senté a disfrutar de las pequeñas cosas que a veces perdemos por "querer hacer".
Las gaviotas estaban buscando desayuno. Algunos otros pájaros pescando, muchos corredores despertando la mañana con sus pies golpeando la arena o el pavimento, muchos adormecidos paseando a sus perros antes de salir a trabajar; un pequeño perro escarbaba con pasión la arena.
Una playa fría en esta época del año, pensaba mientras escribía algunas notas en mi cuaderno. Un lugar hecho para cachacos temerosos del sol pero que disfrutan el va y ven de las olas, un lugar rodeado de jubilados que habían cambiado sus afanes por el despertar marino. Una playa al lado de una base militar gigante que hasta hace algunos años se había apoderado del punto más occidental del sur del continente, y que por disposición del hoy presidente de salida de Ecuador, había sido abierto como lo que era, un punto público, turístico, histórico, al que todo humano tiene derecho a visitar (después de las preguntas a la entrada, por supuesto), en el que los padres les enseñan a sus hijos de manera práctica (de esas que no se olvidan) lo que significa un punto en el mapa, para qué sirve un faro, cómo se ven los bigotes de un león marino fuera del televisor.