Montañita: El destino de todos
¿Se acuerdan de Piratas del Caribe? ¿De Isla Tortuga? Era el lugar donde llegaban los hippies de todo lado, de diferentes orígenes, ropas, idiomas, costumbres.
Mi compañero me dijo que eso era Montañita, una especie de Isla Tortuga. Y así es, un paraíso hippie, una pausa en el tiempo de música, rumba, juventud... sin importar la edad, aclaro. A Montañita le sobran argentinos (es lo que más se escucha) y le faltan ecuatorianos, es más, sólo vimos 2 en toda la estadía.
Y nos surgió la pregunta de si encontraríamos sitios así, o si ése era un sitio representativo para toda Sudamérica. La respuesta fue sí para las dos, me parece que en Colombia Palomino está convirtiéndose en esta playa de moda, abierta a todo público y de una vez les mando los spoilers: en Perú creo que no la conocimos, llegamos muy al sur (y si me ayudan a ubicarla sería genial) pero para nosotros resultó ser Huanchaco, en Bolivia sería Copacabana, sin playa de mar pero sí con el Titicaca, en Chile sin duda alguna es Valparaíso, y en Argentina (hasta ahora) podría ser Mar del Plata (aunque también tiene sus toquecitos familiares y distinguidos.
Resultó bastante fácil encontrar dónde quedarnos, y precios hay de todos los tipos, como también lugares.
Caminando por la playa y buscando un lugar de esos que tenga todo en uno (el precio, la ubicación, que estuviera lejos de la rumba porque ya en la noche me gusta dormir por más aburrido que suene). Y en esas se acercaron dos muchachos ofreciéndonos estadía, uno de ellos con una fisionomía que podría caber en cualquier lugar del mundo (un moreno de pelo ensortijado, ojos miel, delgado, ropa de playa y que se movía como si el mundo entero fuera suyo), un hombre que pudimos ubicar como oriundo de Ecuador solamente porque él nos lo dijo. El otro era un muchacho que apenas abrió la boca, enseñó todos los tonos danzantes de Chile, un tipo noble y sonriente, agradable a morir, y que quería descubrir lo máximo posible en su viaje por el sur del continente, al norte de su casa, antes de volver a Santiago.
Recibimos la tarjeta y los dejamos ir, y al final decidimos ir detrás de ellos y preguntar cuál sería la última oferta que estarían dispuestos a dar y el precio pareció bastante conveniente, y al mismo tiempo sospechoso, pero los acompañamos a ver el lugar, bastante alejado del centro del pueblo, lo cual era ahora una desventaja con las mochilas cargadas, pero más que una ventaja cuando en la noche se encendiera en una fiesta eterna.
Llegamos a Montañita Surf Camp y como tal debe entenderse, un lugar con una vista increíble, con todas las posibilidades de surfear (alquilan todos los equipos y dan clase), un lugar construido en madera y repleto de gente descomplicada de todo el mundo, y atendido por Charlie, su propietario, y la bandada de voluntarios que trabajan.
Estas cosas siempre tienen sus pros y sus contras, que es bueno mencionar, los lugares de este tipo son más recomendables entre menos años tengas, o entre menos comodidades necesites. Nosotros usamos una habitación privada con baño privado, pero una cabaña de madera a las orillas del mar guarda algunos olores normales de la humedad, y atrae algunos bichos al estar tan lejos de las construcciones, a veces la cocina no está en el modo óptimo de limpieza pero está lo suficientemente bien dotada para un par de días.
Ahora, los pros, aquellas cosas que no puedes pagar de otra manera. La tranquilidad, la paz, escuchar las olas tan cercanas, ver el sol siendo tragado en el atardecer por las olas. No, hay cosas que son un privilegio absoluto.
Por otro lado, sentarse a charlar con tantas personas de todo el mundo, dos venezolanos compartiendo su expedición, el ecuatoriano recuperándose de una lesión para poder continuar con su carrera de futbolista y con ganas de recorrer el mundo con una pequeña mochila (que prepararía según las instrucciones de un viejo mochilero francés que le instó a sólo tener dos mudas de ropa, cero tecnología y un sleeping) y cargado con una cantidad increíble de mapas que iba heredando de los recorridos de los turistas que pasaban los días en Montañita. El chileno y sus planes, su poca preocupación por el dinero (y si yo fuera él tampoco me preocuparía, porque al fin y al cabo lleva una buena estrella que lo acompaña y con la que visitó muchísimos lugares), desprendido y muy buena onda. Charlie y sus múltiples ocupaciones, su deseo de mantener a todos los visitantes contentos, las propuestas de parrilladas, un ambiente muy amistoso y la posibilidad de mantener todas las conversaciones en una hamaca, como debe ser en este tipo de lugares.
Pero bueno, cabe aclarar que no todos los lugares son de este tipo, Montañita también tiene hoteles de lujo (uno de ellos con una arquitectura muy oriental y donde desearía quedarme cuando vuelva) junto al mar, con todas las comodidades imaginables, restaurante propio, piscina, etc. Basta con caminar por las playas para ir descubriendo la cantidad de sorpresas que se pueden encontrar.
Cabe destacar que uno de los atractivos más impresionantes de Montañita, es la cantidad y variedad de restaurantes, en mi caso, uno de los mejores de todo el recorrido (si no es el mejor), Tambo, un restaurante de comida peruana fusión, con menús de comidas desde 5,5 dólares y la imposibilidad de salir insatisfecho. La combinación de sabores, la delicadeza de los platos, la decoración, la atención... definitivamente un lugar que no se puede dejar de visitar.
No estuvimos mucho tiempo en Montañita, pero tuvimos la oportunidad de recorrer sus desordenadas calles, de ver los restaurantes más originales, de contemplar los carritos nocturnos que venden cualquier cantidad de combinaciones y cocteles por precios regalados, de comer de nuevo en una panadería muy colombiana (porque esas son cosas que se extrañan con el alma), y de caminar por un lugar tan atractivo, cómodo para cualquiera, un lugar común, emocionante, feliz, relajado y acompañado de la playa del Pacífico aún no tan frío.
Este es un lugar que huele a pan, a gente, gasolina, fruta, humo, hamburguesa, a frito. Es un lugar que suena a vallenato, a música francesa, a reguetón, a Fito Paez, a rumor de carro, a vendedores ofreciendo su mercancía, a artesanos buscando otro día de comida y aventura, a idiomas revueltos. Es un lugar que se ve café, rojo, verde, amarillo, blanco de sonrisas. Es un sitio cargado de historias y mitos, de noticias, del holandés que drogado se tiró de un cuarto piso haciendo clausurar un bar, de mujeres que olvidaban su destino y procedencia, de turistas poco precavidos y atrevidos, esta, señores, es la Isla Tortuga en Ecuador.
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