viernes, 27 de enero de 2017

10 preguntas a un viajero




Hay muchos tipos de viajeros, y eso hay que tenerlo en cuenta. 
No puedo considerarme mochilera porque eso exige una energía y una ausencia de comodidad que yo ya no tengo, y siempre me reprocharé no haber salido en un momento más temprano de mi vida a recorrer lugares sin temor a la comodidad, sin miedo de dónde dormir o con la capacidad de no comer por muchas horas. Ahora, con más de 30 años, 8 años de oficinas, un montón de miedos que se ganan con los años y una cantidades de comodidades que me vendió la mejora de la "calidad de vida" que da un aumento, las cosas cambian.
El tiempo apremia un poco porque hay algunos lugares muy caros (en especial en la estadía) y no voy trabajando como "voluntaria", debido a mi trabajo necesito llegar a un lugar (muchas veces con algo de planeación) y asegurar una conexión a Internet decente, no llevo carpa (porque ya tengo la mochila llena de muchas otras cosas menos necesarias pero cómodas... a la misma no la descarto, pero este viaje en particular no trae carpa) y la gastritis y la hipoglicemia me cobran factura cuando no como con regularidad (y de alguna manera también me limitan la dieta... por no decir que soy bastante exigente y cansona con la comida).
Alguna vez escuché de un tipo de viajeros que ya pasaron los 30 y salen de su casa después de experimentar un cierto tipo de comodidad, y a estos les llaman fastpackers... ni muy muy ni tan tan, así voy yo, con el presupuesto limitado, pero con exigencias.


Y ahora, después de hacer una muy larga exposición de las condiciones en las que viajo, permítanme responder a las  preguntas que me hacen muy a menudo:

1. ¿Dónde lavan la ropa?
Bueno, eso depende mucho del lugar. En Airbnb es posible encontrar lugares que incluyan lavadora, en algunos sitios cobran, en otros está incluido. Sucede lo mismo con los hostales y hoteles. Si el lugar donde se hospedan no lo incluye, en la mayoría de ciudades (sobre todo en las que hay mucho turismo), es posible encontrar lavanderías que ofrezcan el servicio por peso o algunas de autolavado. También es una buena opción pedirle el favor a algunos amigos cuando uno se queda con ellos.

2. ¿Dónde duermen?
Si es una ciudad o pueblo pequeño, nos gusta llegar al sitio y recorrer opciones de hostales que ya hayamos consultado en Internet y otros que se encuentran en la zona central, donde haya más sitios para conocer. Si es una ciudad grande es preferible llegar con una reserva (yo prefiero hacerlo por Airbnb, aunque a veces resulta ser una desilusión la mayoría del tiempo resulta más económico y mejor situado, además de más bonito). El mejor de los sitios dónde quedarse es el lugar donde te reciban amigos (es una aproximación al hogar y hay oportunidad de conocer más a los amigos, además de intercambiar experiencias). Hemos dormido en una gran cantidad de lugares, algunos muy buenos y otros muy malos, pero ha sido una experiencia interesante. Hemos pasado de dormir con vista al mar, en un hotel de sal, en un hospedaje parecido a la vecindad del chavo y en hoteles de excelente atención. Por cuestión de comodidad prefiero los lugares donde no se comparta habitación y baño (en lo posible).

3. ¿Cuál es el sitio favorito?
No sé cuántas veces durante el viaje dije: este es lugar más maravilloso que he visto. Y es que cada lugar tiene su mística, su encanto, su personalidad. Es increíble lo mucho que se aprende viajando, cómo cambia la forma de ser de la gente, la vegetación, los atardeceres, las estrellas, la música, los paisajes. 
Muchos lugares me arrancaron lágrimas de emoción, como la casa de Vargas Llosa o el Museo de Isla Negra de Neruda, otros como la laguna 69 o Chan Chan me arrancaron el aliento, me sentí muy conectada con la tierra en Machu Picchu y la Isla del Sol, las ciudades como Valparaíso y Buenos Aires me sorprendieron, y me sentí en casa en Santiago y en Huanchaco, y la lista podría continuar infinitamente, así que no puedo responder esta pregunta con mucha claridad

4. ¿De dónde sacas el dinero para viajar?

La respuesta corta puede ser obvia: trabajar y ahorrar. Suena fácil pero no lo es en la práctica, ¿verdad? Bueno, ahí voy con mi explicación. Mi compañero ahorró por más de 6 meses para embarcarse en la aventura, yo cuento con la ventaja de tener un trabajo que me permite trabajar donde tenga Internet, pero cabe recalcar que en viajes anteriores he cubierto los gastos con ahorros. Y la clave del éxito (en mi particular caso) se basa en las prioridades.
Una vez me dijeron que hay 3 cosas que definen a una persona: en qué gasta su tiempo, su esfuerzo y su dinero. 
En una época donde te dicen que viajar es la prioridad, que es vivir, yo digo que cada uno tiene sus metas personales, y difieren. Todos tenemos inconvenientes en el camino que hemos escogido, en esto recalco que viajar e ir de vacaciones no es lo mismo. Viajar habla de una forma de vida, y por lo tanto tiene complicaciones como cualquier otra decisión.
Cuando digo que es una forma de vida, también pienso que es donde se gasta el tiempo, el esfuerzo y el dinero. Como conozco mucha gente que decidió hacer del estudio su meta de vida y trabajan para seguir estudiando, conozco a otros que tienen como pasión ser padres, otros comer, otros inclusive pasarla de fiesta, cada uno tiene su decisión de vida y sus prioridades de gasto.
Entonces, cuando preparo un viaje me abstengo de cosas que pueden ser cómodas pero no son mi prioridad. La ropa nueva, las salidas a lugares costosos (no digo que no lo haga pero lo limito), la compra de cosas innecesarias, las salidas. Y ¿es esto un sacrificio? Yo diría que no, porque a la hora de viajar veo los frutos. 
Ahora, mi método de viaje (uno muy personal), es maximizar la experiencia y los lugares que visito, por lo mismo mis prioridades cambian, me quedo en lugares menos cómodos que me ayudarán a dirigir mi presupuesto a otro lugar más y esto me exige tiempo, porque debo recorrer y encontrar un mejor sitio; busco sitios más económicos para comer y los sitios caros los reservo para ocasiones especiales... buscamos mucho lugares donde haya cocina y a veces se come mucho mejor, además de que ayuda mucho con la salud; no compro recuerdos, aunque debo confesar que a veces me arrepiento (pero también es una decisión de equipaje).
5. ¿Qué llevas en la mochila?

Más de lo necesario, diría yo. 
  • La ropa que me permita viajar por 10 días sin tener que lavar. Esto tiene otras exigencias porque la maleta es mucho más pesada, entonces al ir a buscar hostel, uno de los dos se queda cuidando las cosas y el otro busca, y en el siguiente destino se cambian los papeles. O también dejamos las maletas en algún sitio en que nos la puedan cuidar.
    Conocimos gente viajando solo con la muda que llevaban puesta y una más en la maleta. A mí me preocupa oler bien así que no es opción, pero depende de cada cuál. 
  • Los objetos de aseo, que a medida de que pasa el tiempo se van volviendo menos, uno empieza  deshacerse de peso, y aprendiendo qué es fundamental y qué no.
  • 4 libros, sí, demasiados, pero ni modos. Algunos los iba cambiando por el camino para tener lecturas nuevas sin nuevo peso.
  • Libretas para escribir y de trabajo.
  • La menor cantidad posible de objetos de valor, uno nunca sabe lo que puede suceder, y gracias al cielo nunca me ha pasado nada malo, y lo único que nos robaron en el camino fue mercado.
  • Algunas cosas de comer básicas para usarlas en los lugares a donde llegábamos a cocinar (aceite, sal, azúcar, arroz, etc).... y unas cuantas no tan básicas (estragón, pimienta, mermelada, etc)
  • Un pequeño equipo para emergencias, como linterna, una cuerda, navaja, alcohol, velas, etc.
  • Mi Ukelele, el Yodita y la cámara.
6. ¿Es muy peligroso viajar sola?

Esta vez no viajé sola, pero es una pregunta muy común. Me parece que todo en la vida tiene riesgo, hasta quedarse en casa. Siempre hay que ser precavido, no ser tan confiado, pero tampoco irse al otro extremo. Dentro de las cosas buenas que trae viajar es conocer a mucha gente nueva de todo el mundo, por lo que no hay que negarse la oportunidad, siempre con prudencia, y bueno, eso se acomoda según la persona lo crea.
En el camino cada vez se ve más gente viajando sola, en especial mujeres (curiosamente pocos hombres viajan solos). Y muy pocas de ellas me han dicho que de verdad se han sentido inseguras en el viaje. 

7. ¿Cómo hacen para saber dónde queda todo?

La tecnología aporta un montón y permite prepararse bastante bien. Las guías de viaje actualizadas también son una gran ayuda. Los blogs de viajeros (que ahora hay un montón) son una guía muy buena. En el camino también se va encontrando gente que ya pasó por el lugar a donde uno va y la experiencia de ellos aporta mucho.
Google maps en un excelente guía, en muchos lugares como en Chile es posible incluso ubicar los buses y sus horarios. También es bueno tener preparada una idea de cómo funcionan los sistemas de transporte en cada ciudad para evitar los taxis en los posible (a mí no me gustan para nada y en toda Latinoamérica se me hacen muy parecidos, aprovechados, un poco agresivos, a veces deshonestos... ojo, no generalizo, pero infortunadamente en cada país tuve al menos una experiencia mala con uno de ellos... usualmente la primera fue una de ellas).

8. ¿Cómo se comunican con la familia y los amigos?

Compré una SIM en Colombia (si llegan a necesitarle me avisan y los pongo en contacto con alguien directamente), que me permite chatear en cualquier lugar del mundo comprando la SIM y pagando los derechos por año. No permite enviar imágenes, ni abrir aplicaciones o notas de voz (a menos de que se compre crédito adicional), pero resulta excelente para mantenerse comunicado.
La SIM ha funcionado muy bien, excepto en algunos lugares de Bolivia (de Cochabamba hacia el sur dejó de funcionar), y en algunos lugares no es tan efectiva, pero en general ha sido un muy buen negocio. 

9. ¿Los sitios son tan bonitos como en las fotos?

Y mejor, diría yo, pero la experiencia de cada uno es particular, y eso es lo que la hace única. A algunos sitios llegué ilusionada por lo que había visto, y resultó que ese día llovió y todo estuvo encharcado, que se nubló en la laguna, que no llovió en Uyuni y no se vieron los reflejos en el piso, pero todos esos "inconvenientes" lo único que hacen es que el viaje sea único, que hayan historias para contar, porque sí, las fotos son asombrosas, pero sobre todo son importantes porque son las testigos que nos recuerdan las aventuras que vivimos, los olores que percibimos, la gente que conocimos, las sonrisas que compartimos. 

10. ¿Y si te enfermas?

Bueno, gracias al cielo no nos ha pasado nada qué lamentar. Es conveniente salir con un seguro básico por si acaso (la mayoría de gente no lo hace, pero depende de cada cual). Las tarjetas de crédito ofrecen uno que se puede ir renovando. Por otro lado, es mejor tener unos ahorros destinados para cualquier eventualidad, no simplemente en caso de enfermedad.
En general en la mayoría de lugares es posible encontrar atención médica buena, así que no hay que preocuparse. Es normal también sufrir un poco del estómago al cambiar de país y ciudad, pero creo que se va volviendo fuerte el sistema (si mi hermana lee esto me va a regañar, pero bueno...).
Una buena actitud y no ser tan confiado ayuda (esto habla de no meterse en situaciones muy peligrosas jejeje).

No se les olvide dar Like en la página de Facebook y muchas gracias por leer.



lunes, 16 de enero de 2017

Montañita: El destino de todos

¿Se acuerdan de Piratas del Caribe? ¿De Isla Tortuga? Era el lugar donde llegaban los hippies de todo lado, de diferentes orígenes, ropas, idiomas, costumbres.
Mi compañero me dijo que eso era Montañita, una especie de Isla Tortuga. Y así es, un paraíso hippie, una pausa en el tiempo de música, rumba, juventud... sin importar la edad, aclaro. A Montañita le sobran argentinos (es lo que más se escucha) y le faltan ecuatorianos, es más, sólo vimos 2 en toda la estadía.
Y nos surgió la pregunta de si encontraríamos sitios así, o si ése era un sitio representativo para toda Sudamérica. La respuesta fue sí para las dos, me parece que en Colombia Palomino está convirtiéndose en esta playa de moda, abierta a todo público y de una vez les mando los spoilers: en Perú creo que no la conocimos, llegamos muy al sur (y si me ayudan a ubicarla sería genial) pero para nosotros resultó ser Huanchaco, en Bolivia sería Copacabana, sin playa de mar pero sí con el Titicaca, en Chile sin duda alguna es Valparaíso, y en Argentina (hasta ahora) podría ser Mar del Plata (aunque también tiene sus toquecitos familiares y distinguidos.

Resultó bastante fácil encontrar dónde quedarnos, y precios hay de todos los tipos, como también lugares.
Caminando por la playa y buscando un lugar de esos que tenga todo en uno (el precio, la ubicación, que estuviera lejos de la rumba porque ya en la noche me gusta dormir por más aburrido que suene). Y en esas se acercaron dos muchachos ofreciéndonos estadía, uno de ellos con una fisionomía que podría caber en cualquier lugar del mundo (un moreno de pelo ensortijado, ojos miel, delgado, ropa de playa y que se movía como si el mundo entero fuera suyo), un hombre que pudimos ubicar como oriundo de Ecuador solamente porque él nos lo dijo. El otro era un muchacho que apenas abrió la boca, enseñó todos los tonos danzantes de Chile, un tipo noble y sonriente, agradable a morir, y que quería descubrir lo máximo posible en su viaje por el sur del continente, al norte de su casa, antes de volver a Santiago.
Recibimos la tarjeta y los dejamos ir, y al final decidimos ir detrás de ellos y preguntar cuál sería la última oferta que estarían dispuestos a dar y el precio pareció bastante conveniente, y al mismo tiempo sospechoso, pero los acompañamos a ver el lugar, bastante alejado del centro del pueblo, lo cual era ahora una desventaja con las mochilas cargadas, pero más que una ventaja cuando en la noche se encendiera en una fiesta eterna.
Llegamos a Montañita Surf Camp y como tal debe entenderse, un lugar con una vista increíble, con todas las posibilidades de surfear (alquilan todos los equipos y dan clase), un lugar construido en madera y repleto de gente descomplicada de todo el mundo, y atendido por Charlie, su propietario, y la bandada de voluntarios que trabajan.
Estas cosas siempre tienen sus pros y sus contras, que es bueno mencionar, los lugares de este tipo son más recomendables entre menos años tengas, o entre menos comodidades necesites. Nosotros usamos una habitación privada con baño privado, pero una cabaña de madera a las orillas del mar guarda algunos olores normales de la humedad, y atrae algunos bichos al estar tan lejos de las construcciones, a veces la cocina no está en el modo óptimo de limpieza pero está lo suficientemente bien dotada para un par de días.
Ahora, los pros, aquellas cosas que no puedes pagar de otra manera. La tranquilidad, la paz, escuchar las olas tan cercanas, ver el sol siendo tragado en el atardecer por las olas. No, hay cosas que son un privilegio absoluto.
Por otro lado, sentarse a charlar con tantas personas de todo el mundo, dos venezolanos compartiendo su expedición, el ecuatoriano recuperándose de una lesión para poder continuar con su carrera de futbolista y con ganas de recorrer el mundo con una pequeña mochila (que prepararía según las instrucciones de un viejo mochilero francés que le instó a sólo tener dos mudas de ropa, cero tecnología y un sleeping) y cargado con una cantidad increíble de mapas que iba heredando de los recorridos de los turistas que pasaban los días en Montañita. El chileno y sus planes, su poca preocupación por el dinero (y si yo fuera él tampoco me preocuparía, porque al fin y al cabo lleva una buena estrella que lo acompaña y con la que visitó muchísimos lugares), desprendido y muy buena onda. Charlie y sus múltiples ocupaciones, su deseo de mantener a todos los visitantes contentos, las propuestas de parrilladas, un ambiente muy amistoso y la posibilidad de mantener todas las conversaciones en una hamaca, como debe ser en este tipo de lugares.
Pero bueno, cabe aclarar que no todos los lugares son de este tipo, Montañita también tiene hoteles de lujo (uno de ellos con una arquitectura muy oriental y donde desearía quedarme cuando vuelva) junto al mar, con todas las comodidades imaginables, restaurante propio, piscina, etc. Basta con caminar por las playas para ir descubriendo la cantidad de sorpresas que se pueden encontrar.
Cabe destacar que uno de los atractivos más impresionantes de Montañita, es la cantidad y variedad de restaurantes, en mi caso, uno de los mejores de todo el recorrido (si no es el mejor), Tambo, un restaurante de comida peruana fusión, con menús de comidas desde 5,5 dólares y la imposibilidad de salir insatisfecho. La combinación de sabores, la delicadeza de los platos, la decoración, la atención... definitivamente un lugar que no se puede dejar de visitar.
No estuvimos mucho tiempo en Montañita, pero tuvimos la oportunidad de recorrer sus desordenadas calles, de ver los restaurantes más originales, de contemplar los carritos nocturnos que venden cualquier cantidad de combinaciones y cocteles por precios regalados, de comer de nuevo en una panadería muy colombiana (porque esas son cosas que se extrañan con el alma), y de caminar por un lugar tan atractivo, cómodo para cualquiera, un lugar común, emocionante, feliz, relajado y acompañado de la playa del Pacífico aún no tan frío.
Este es un lugar que huele a pan, a gente, gasolina, fruta, humo, hamburguesa, a frito. Es un lugar que suena a vallenato, a música francesa, a reguetón, a Fito Paez, a rumor de carro, a vendedores ofreciendo su mercancía, a artesanos buscando otro día de comida y aventura, a idiomas revueltos. Es un lugar que se ve café, rojo, verde, amarillo, blanco de sonrisas. Es un sitio cargado de historias y mitos, de noticias, del holandés que drogado se tiró de un cuarto piso haciendo clausurar un bar, de mujeres que olvidaban su destino y procedencia, de turistas poco precavidos y atrevidos, esta, señores, es la Isla Tortuga en Ecuador.

martes, 10 de enero de 2017

Puerto López: Puerto pesquero de misterios

¡Ay! Cuántas cosas hermosas nos pasaron en Puerto López, puerto de pescadores, de naturaleza y sol. De niños jugando en la playa a la salida de la escuela, de paisajes paradisiacos, de mariscos y pescado, playa de arena suave y clara, del Pacífico aún tibio.

Puerto López es un pequeño pueblito, muy pequeño y al alejarse de la playa se vuelve polvoriento como Aracataca. Por la playa pasan uno que otro carro, y a medio día un hombre en una moto pitando y ofreciendo almuerzo, otros carritos repletos de chunchullo y comidas para picar. Una que otra tiendita se ofrece para que el turista blanco se cubra del sol, que a veces pasa de cálido a picante.
En este pequeño pueblito todavía se disfruta de la presencia de los ecuatorianos, y aunque hay muchos hostales, el turismo se concentra en los locales. Nosotros nos quedamos en Brisa Marina, tal vez el hotel-hostal más barato de los mejores situados (y pueden ver la vista que nos tocó). 

En el primer piso de Brisa Marina se encuentra una tienda, y lo administran dos mujeres y el hijo de una de ellas, Leonardo. 
Pero déjenme comienzo por el principio. Llegamos en la tarde, en un bus, a Xipixapa; los sombreros, la tradición, etc. Pero el terminal era tan precario que nos dio maña espina quedarnos. Los taxistas nos confesaron que no habían muchos viajeros, y que en realidad era un lugar de paso, por lo que decidimos emprender rumbo inmediato hacia Puerto López.
Dos horas después de estar subidos en el último bus repleto que iba al destino, llegamos a una ciudad pequeña y fuimos abordado por los motociclistas que estaban ansiosos de ofrecernos hostales, planes (como en todo lugar medio turístico, donde hay algunos que se hacen una propina por orientar a los turistas). 

Uno de ellos nos siguió y nos recomendó un par de lugares, hasta que le dimos las gracias y seguimos solo (a veces es conveniente por cuestión de precios).
Fue así como llegamos a Brisa Marina, un hotel con una ubicación mágica, y dos mujeres que estaban dispuestas a prestarnos su cocina si se la dejábamos igual de limpia a cómo la habíamos encontrado.
Dejo claro que recomiendo el hotel, porque es muy cómodo, pero voy a contar las cosas raras que nos pasaron allí. En los días siguientes estaríamos comprando algunas cosas en los mercados cercanos para preparar comida en casa. Un día, dispuestos a hacer (bueno, yo a comer) una paella, compramos algunos ingredientes para cocinarla. Nos retiramos un momento y al volver, con sorpresa, descubrimos que el arroz no estaba,, aún cuando estábamos seguros de haberlo dejado juntos a los demás ingredientes. Los buscamos en el cuarto y por la cocina, y terminamos por usar el arroz que vendían en la tienda.
Al siguiente día hicimos unas compras adicionales, pasamos por el puerto y encontramos la libra de langostinos (aquí les llaman camarones) a 4 dólares la libra y recién sacados del mar. Fuimos a comprar algunos vegetales y de nuevo llegamos a la casa para cocinarlos.
Se repitió la misma historia, al bajar nos dimos cuenta de que faltaban los ajos y los limones, que estábamos seguros de haber puesto con nuestras cosas. Cuando les pregunté, si tal vez no hubieran visto nuestras cosas, la anfitriona (que no era la dueña, la dueña nunca hablaba) nos dijo que no necesitaba de nuestras cosas, y que podíamos tomar del ajo y de los limones de ella.
Fue una situación muy extraña, pero yo comencé a preparar la comida, y cuando mi compañero bajó las escuchó cuchicheando y riendo, y una le decía a la otra: "entonces estaban buscando el arroz". Cuando lo vieron se pusieron serias y se callaron.
Me contó y nos reímos, nos imaginamos que pasar las horas solitarias en aquel pequeño pueblo no debía ser fácil, y cometer esas pequeñas travesuras les devolvía la vida.
Pero Puerto López no es solamente un pueblo de arroces desaparecidos. Las comidas preparadas en el puerto (en el lugar donde los pescadores venden su producido), son las mejores del pueblo y mucho más grandes que los sitios junto al mar.
El mayor atractivo del lugar resulta en las ballenas, que por los meses de julio a septiembre están jugando por estos lados. Se encuentran todo tipo de tures, y, si me permiten la recomendación, lo mejor es comprarlo a final de la tarde, pues ya quedan pocos cupos y los suelen dar a precios mucho más cómodos.
Hay dos tipos de tour que consisten casi en lo mismo, solamente que uno de ellos es a la Isla de Plata, más lejos para ver ciertas especies, que también son posibles en la pequeña y más cercana isla (y que no tiene caminata).
Por precios tomamos el tour más corto y resultó siendo una de esas experiencias increíbles.

Los botes nos llevaron hasta muy adentro del mar, hasta descubrir el "patio de juegos" de los ballenatos, que curiosos por los humanos se acercan y danzan. Una presencia, una existencia tan grande y noble no hace otra cosa que asombrarme de las maravillas que existen en este universo. ¿Se han puesto a pensar todo lo que vive debajo de esas aguas que a veces solo vemos desde la orilla? Bueno, esta es una confirmación de esos interrogantes que a veces no nos hacemos.
El capitán del barco y guía nos contó que los más saltarines son machos (hay otras maneras, obviamente de saberlo), pero a esta altura del Pacífico con ellos los que juegan. En el Pacífico colombiano es más fácil observar a las hembras con sus pequeñas crías colgadas.

En este viaje también se hace un pare para hacer careteo (usualmente los barcos no llevan equipos para todos, así que hay que andar pendiente de quién es el encargado y pedirlo rápido... aunque son pocos los que se atreven a tirarse a las aguas del pacífico... obvio yo no me lo iba a perder).
También es posible ver aves de patas azules y pelícanos hermosos... este tour, más que recomendado.
Al bajarnos de la barca nos despedimos de los amables encargados y nos dirigimos de nuevo hacia el puerto donde descargan los pescadores. A uno de ellos me acerqué con ánimo de que tal vez se compadeciera de mí y me permitiera cumplir uno de mis sueños: llevarme a pescar.


Juan, muy amable, nos contó de los gajes del oficio, de que su abuelo había muerto solo unos días antes (un hombre de 60 años que perdió el control de su barco, nos contó sin gran sentimentalismo, y fue encontrado ahogado, como muchos, y podría decirse que esa es la muerte natural de estos hombres de Puerto López). Ya estaba viejo, nos dijo. ¿Viejo? ¿De 60 años? ¿Abuelo de un hombre de 25 años que ya tiene hijos? Sí, nos contó, que no entendía cómo las costumbres de otros lados se mantenían.
Allá los matrimonios se daban con normalidad entre los 12 y los 16 años para iniciar jóvenes una familia, y es que ya a esa edad los niños saben pescar y llevar el alimento básico a la casa. Básico, y cada vez más básico o escaso, porque las grandes multinacionales, despiadadas máquinas del consumismo atrevido, mandan sus barcos monstruosos a sacar los peces en las temporadas que no son y en cantidades obscenas, acabando con los mares, pescando ilegalmente (pero bendecidos con papeles) y matando de a poco la supervivencia básica de una región como esta. Una región que tiene que apañárselas como puede para seguir viviendo, y que ahora despedaza a los pequeños tiburones (no sé si es una práctica común, a mí me pareció terrible y por eso pongo la foto a blanco y negro, los colores me parecieron demasiado dolorosos).

Me disculpo por mostrar la imagen también, pero me parece que hacernos conscientes del mundo en el que vivimos y de cómo llega el tollo a nuestro ceviche, y las aletas de tiburón a las pastillas, es indispensable, si no para remediar el mal, para hacernos un poco más conscientes de las realidades que se tejen a la vuelta de la esquina.
No me llevó, parece que las féminas seguimos siendo de mala suerte en los barcos. Seguiré intentando y preguntando. Algún pescador seguro me dirá que sí, me internaré en el mar, me marearé, lloraré al ver agonizar a los peces, desearé nunca haberme montado al barco, tiritaré de frío y volveré a tierra firma con la certeza de haber cumplido uno de mis sueños (sí, los sueños también son así, reales).

miércoles, 4 de enero de 2017

Guayaquil: La ciudad costera más rara

Buque Gloria
A Guayaquil llegamos en bus, a medio día, y para nuestra sorpresa nos recibió un terminal bastante moderno, ordenado y limpio y tengo que decir que nos sorprendió porque ustedes saben cómo son los terminales terrestres de la mayoría de ciudades latinoamericanas. En el interior es un centro comercial con plazoleta de comida, bancos, tiendas, etc.
Esta ciudad es la capital de la provincia de Guayas, y está a la orilla del río que recibe el mismo nombre de la provincia.
Una de las leyendas más conocidas del nombre de la ciudad, dice que recibió el nombre en unión del cacique Guayas y su esposa Quil, símbolos de la resistencia contra los españoles.
Salimos a tomar un taxi a un calor húmedo y pegajoso, y como nos ha sucedido en casi todo lado, nos cobró más de lo que nos habían dicho que debía cobrar, se enojó cuando tuvo que buscar la casa de mi amiga, porque, gracias al cielo, este fue un destino que tuvo anfitrión.
Después de años de no ver a Aura, nos recibió con un abrazo grande y la mirada curiosa de sus dos pequeñas hijas ("los amigos", nos dirían en los siguientes días)... más tarde también tendríamos la bienvenida de su esposo, quien no dudó salir cansado después de trabajar para darnos un paseo por su tierra.
En los siguientes días descansamos del trajín y disfrutamos del transporte, que más bien es frecuente y podría decirse que ordenado, además de económico. Si viajan tienen que tener en cuenta comprar la tarjeta de Metrovia y recargarla.
Esta ciudad, como dijo mi compañero, es una especie de Cali, una ciudad casi costera que no alcanzó al mar (muy me parece una descripción macondiana), es decir, unos costeños que no son costeños, que viven en un clima cálido y junto a un río, pero los guayaquileños tienen una característica particular; un carácter demasiado fuerte. Se es una costa con el estrés cachaco. La gente fría, tosca, con poca idea de trato al cliente, y obvio, nuestro origen y acento no ayudan ni un poquito. Como dije, fue una fortuna que nos recibiera una familia que poco tenía que ver con el estrés de la ciudad.
Y como de contrastes se trata, la Catedral Metropolitana muestra estas mismas características; un neoclásico que adopta los vitrales góticos, las columnas románicas y pequeñas características de otras corrientes, con un resultado bastante extraño, pero hermoso.
Monumento a Guayas y Quil
En todo este viaje he tenido sentimientos contradictorios sobre las muestras de religiosidad de Latinoamérica. Muchas veces me enojé mucho al ver ciudades con 10 o más iglesias (de esas tenemos muchas), y pensaba en el presupuesto que se requiere para mantener semejantes lugares. Pero una vez que entro entiendo muchas otras cosas, y es que, aunque hayan muchas contradicciones, ése es el pasado que llevamos a cuestas, nuestra historia, y en cada uno de estos lugares se puede ver la muestra de arte, las expresiones de un pueblo, de los artistas representándolos a todos. Y sí, con encargos, con peticiones específicas, con limitantes, pero también las obras nos hablan de técnicas, decisiones, colores, materiales y demás, así que no voy a seguir dando vueltas sobre la idea (a ver si no los aburrí ya, aunque debo confesar que sí me gustaría saber la opinión de otros sobre el tema)...  y voy a seguir hablando de la ciudad.

Bueno, el centro de la ciudad es hermoso y muy bien conservado, una de las cosas más interesantes de Ecuador es que la oferta cultural es amplia y que han tomado la decisión de dar entrada libre a los museos, y muchas veces hasta incluyen al guía.
Dentro de la ciudad también se encuentra un pequeño parque muy interesante llamado el Parque Seminario, más conocido como el parque de las iguanas, porque Guayaquil es una ciudad plagada de estos animales, pero por desconocimiento de la gente, mataban a los animales, o eran atacadas por otros animales... este tipo de cosas que suelen suceder con la fauna cuando las ciudades crecen. Por ello, la administración decidió adaptar el parque para que las iguanas tuvieran algo parecido a un hogar.
Encuentre la iguana
Aquí ellas tienen comida, la gente las consciente con lechuga, zanahoria y frutas, y se pueden ver varios tipos de tortugas y algunas palomas que están dispuestas a esperar una oportunidad para también comer.
Otro de los lugares que definitivamente hay que visitar es el malecón, un paseo largo en donde se puede recorrer el camino del río Guayas por 2.5 Kilómetros y es la recuperación del antiguo Malecón Simón Bolívar. El atardecer en este lugar es maravilloso, porque precisamente el sol se oculta en el río. Además, no hay que despreciar los arreboles coloreados por los atardeceres rojos y violetas.
Adicionalmente tuve el placer y el privilegio de toparme con el buque Gloria que andaba paseándose por estas aguas de Guayaquil por ese entonces y ahí viene toda esa cosa de la nostalgia por la tierra. Nostalgia que se me quita algunos días, cuando mi compañero cocina empanaditas colombianas, y las acompañamos con el ají que bien me enseñó a hacer mi mamá y del que no he escuchado la primera queja. Y lo menciono porque para nuestros anfitriones las empanadas les devolvieron las ganas de ir a Colombia (y lo hicieron un par de meses después).
Por último, y no quisiera olvidar, se encuentra la isla Santay, que se encuentra al final del malecón Santay, y está unida a Guayaquil por un puente peatonal y de bicicletas. Se recomienda hacer el paseo muy temprano en la mañana, pues el sol es bastante duro, y alquilan bicicletas para hacer el recorrido (a nosotros nos dijeron que estaban en mantenimiento y por lo tanto no podíamos alquilarlas, pero luego vimos otras personas con las bicicletas oficiales... no quiero pensar que el préstamo depende del acento, pero ahí me quedó la duda).
La isla es un refugio para indígenas que aún quieren mantenerse alejados en ecoaldeas, y sí, es posible rentar una cabaña para disfrutar de un sitio alejado de la civilización. La electricidad está dada por paneles solares y toda su composición busca ser amigable con el medio ambiente. 
En este mismo lugar tienen un refugio de cocodrilos, con dos machos y aproximadamente 8 hembras. También hay varias especies de aves e iguanas que habitan el lugar.
Emocionados y algo acalorados, volvimos en un servicio de lancha para evitar cruzar de nuevo el puente. Ahí tuvimos la amabilidad del lugar con un guayaquileño que gritaba "bájense rápido, de uno en uno", y repetía la expresión apurando la gente. ¡Qué ciudad cálida tan fría! Pensé, y ahora puedo decir que los conductores de bus de Bogotá no son los más estresados (tendrían que ver a los de Guayaquil pidiéndole a la gente que se vaya para atrás o que no marque el sensor a la entrada de la puerta, o la gente proponiendo un segundo piso para el bus... ay, familiaridades latinas.

Siendo pues, Guayaquil, el casi mar, nosotros estábamos ansiosos de ir al mar mar, y armándonos de una maleta más pequeña, abandonamos por unos días Guayaquil para visitar la costa pacifica y las playas de Ecuador... pero de eso les cuento la próxima semana.