domingo, 11 de diciembre de 2016

Los latinos no sabemos hacer filas: La aventura en el columpio del fin del mundo


Llegamos a uno de los destinos más deseados de Ecuador, un lugar anhelado por extranjeros y elegido por locales para descansar, en especial en feriado ¿que cómo los supimos?, pues, parece que a veces elegimos llegar en los días menos aptos, y a este destino llegamos en pleno primer grito de independencia, bueno, al menos en la celebración del mismo.
Una celebración de este tipo en un lugar tan concurrido aumenta significativamente los precios, y en cualquier hostal lo dejan claro, si es festivo los precios se ponen al doble. Así es, lo más económico (y lo único) que pudimos conseguir fue por 25 dólares por persona. 
Sin otra opción nos quedamos en el lugar y decidimos aprovechar al máximo la experiencia.
Era un poco estresante igual cuestión, por lo que decidimos ir a relajarnos a uno de los lugares más conocidos, las aguas termales de Baños (de ahí viene su nombre de Baños de Agua Santa). Por 4 dólares se puede entrar, hay que ir con gorrito. Lo que no imaginamos es que íbamos a encontrar un literal caldo de humanos. Todas las piscinas se encontraban a su máxima capacidad, y recordé esas fotos de China en verano.
Los sitios pegados a la pared eran los más deseados y casi que había que hacer fila para esperar uno de esos lugares. De cualquier manera ya habíamos pagado y entramos un rato, compartiendo espacio como en un Transmilenio acuático en hora pico, extranjeros con sus caras encantadas y sorprendidos, pero la mayoría ecuatorianos que escogían estos sitios para pasar sus festivos.
En el Hostal Kiwi es una opción muy recomendad, además del hospedaje, consiguen las actividades adicionales. Nos llevaron las bicicletas en la noche (por 7 dólares) para al día siguiente salir por la ruta de las cascadas. Son aproximadamente 80 kilómetros (si se quiere llegar al final de la ruta), y de ahí se consiguen colectivos que cobran alrededor de 4 dólares por llevarte de vuelta (en subida) con las bicicletas.
Alistamos las melcochas (sí que las hay por montón en Ecuador para delicia de mi paladar), y salimos a realizar el recorrido por pequeñas cascadas, a veces por carretera, y otras por terrenos dedicados a las bicicletas.
¿Cuál es el plato fuerte de este recorrido? Para mí, definitivamente, el Pailón del diablo (la entrada son 1 dólar), y a la entrada es posible dejar las bicicletas aseguradas con los candados que proporcionan quienes la rentan. La cascada más grande que haya visto en toda mi vida, y sus dueños construyeron unas escaleras para poder recorrerla y verla desde diferentes perspectivas.
Es inevitable salir un poquito mojados, pero nadie se queja después de andar un tiempo en bicicleta, y caminar 15 minutos. El ruido es impresionante y le deja a uno claro lo que es la fuerza de la naturaleza, la potencia del agua, y lo pequeños que somos en el universo.
Después almorzamos por la carretera (donde hay una oferta grande), y después de un almuerzo completo por 3.5 dólares y el cariño del mundo entero, nos dimos cuenta de que estábamos muy lejos de la meta final (sólo habíamos andado 60 Km y nos faltaban 20 más), así que esperamos una camioneta para devolvernos al pueblo, relajarnos e ir a un cafecito a leer... porque el camino a veces es eso, es parar, darnos un respiro y leer, escuchar a los locales hablar, y descansar mirando la plaza principal (y a veces es algo que uno olvida porque va corriendo la cuenta del hostal... del que tuvimos que cambiarnos a cuarto compartido por el precio... ya les contaré). 
Después de todo, al otro día nos esperaría una nueva aventura, otro de esos lugares a los que uno quiere ir antes de morir. El siguiente día tomamos la decisión de cambiarnos de hostal, un cuarto compartido que al final quedó casi desierto. En él nos recibió una Argentina, que junto con su novio, habían empezado una travesía por lationamérica que duró 6 meses, pues llegando a Baños se enamoraron del lugar, además de que estaban cansados. Majo, la argentina, era muy pequeña pero muy fuerte, nos saludó de mano apretando muy fuerte, y mostrando el lugar como propio. Además de la pareja habían 3 voluntarios más, un ecuatoriano que decía mucho "verás", otro argentino y un paisa dicharachero que estaba buscando cómo hacer dinero en el camino, con más de un año viviendo estaba prestando voluntariado en el lugar, vendiendo cachuchas y cositas varias que de vez en cuando iba a comprar a Colombia, donde sale mucho más barato.

Esta parada nos gustó mucho, el grupo era muy amable, y era gracioso ver cómo la argentina se encargaba de los 4 hombres como si fueran niños, dándoles las asignaciones y buscando mantener muy bien el hostal.
Ellos nos dieron las indicaciones, los consejos para ir a la casa en el árbol y el tan apetecido columpio que da al vacío, el columpio del fin del mundo. Y es que, aunque es posible por 4 dólares tomar una chiva que te lleve y te traiga, también existe un bus que te lleva por 1.5 dólares. Los buses salen solamente en 3 horarios, y de esa misma manera se devuelven, por lo que los horarios de 9am, 11 am y 3 pm son fijos, y el último para devolverse es a las 6 pm. De cualquier manera, es mejor llegar con media o una hora de anticipación, pues los buses se llenan pronto y el camino es de más de una hora (en la que uno no quiere ir de pie).
La entrada al lugar cuesta 1 dólar, y te cubre todos los entretenimientos del lugar, que además del columpio y la casa, son dos pequeños ziplines y una vista increíble.
De nuevo comprobamos que era un fin de semana festivo, montar en el columpio nos costó una fila de casi 2 horas, en las que andábamos comiendo empanadas de queso y chocolate caliente (más que recomendados). Pero, para los que estén interesados en ir al lugar, no se preocupen mucho, todos los viajeros cuentan que no tienen que hacer más de 5 minutos de fila, solamente que llegamos en el momento que no era.
Y ¿valió la pena la espera? ¡Volvería a hacer la fila! El vacío es impresionante, el estómago se contrae, las manos sudan, el cuerpo tiembla al ver el gran abismo que hay a los pies, pero a las dos o tres empujadas, uno ya tiene la capacidad de apreciar el tremendo paisaje que acompaña la vista. Me sentí de nuevo como niña, me emocioné, grité, me reí, y agradecí al cielo que mis botas me hubieran llevado tan lejos. Ya luego no me quería bajar.
Luego hice una fila más corta en el otro columpio, porque quería hacerlo muchas veces más. Por último intentamos subirnos en el mini zipline pero fue imposible, descubrí un defecto en los ecuatorianos que pensé que solo teníamos en Colombia. La gente se cola en la filas de una manera impresionante (como nos lo había contado la francesa que nos recogió en el Pululahua). No era que cada uno en la fila dejara colar a dos, es que habían personas que ponían hasta 10 personas extras en la fila. Y sí, entendimos por qué había demorado tanto la fila para el columpio, y expresamos nuestra inconformidad con el hombre que estaba cometiendo la falta. Él decía que tenía todo el derecho, que el que seguía era el último, que todos habían estado ahí todo el tiempo. Nuestro vecino de fila, cuyo hijo ya tenía cara de desilusión se disculpó y nos dijo que no todos los ecuatorianos eran así. Lo sabemos... lo preocupante es que como latinos haya una mayoría, o un número representativo cometiendo pequeños actos de corrupción.
Y puede ser que parezca una expresión exagerada, que sea solo una fila de un columpio, pero definitivamente pienso que este hombre le mostró a sus hijos, sobrinos, amigos, que está bien infringir las normas, y en lugar de enseñar la empatía de los demás que hacen la fila, les enseña a que sus intereses estén siempre por encima de los demás.
Esa noche, mientras compartimos comida con los argentinos que hicieron ñoquis para todos, y nuestras croquetas de atún, Majo dio la descripción perfecta de lo que había pasado en la fila: "Son unos malditos" (dicho en su tono argentino), y todos nos reímos. 

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Quito II parte: Un cráter habitado, la mitad del mundo, y la unión de sudamérica

Siempre nos han dicho que la mitad del mundo queda en un lugar particular, y en realidad por todo Ecuador hay monumentos parecidos. Que aquí los indigenas lo definieron y unos alemanes lo confirmaron, que allá es el tradicional, que por aquí es el aceptado por los geólogos... etcétera. Ante tanta oferta, decidimos simplemente ir al clásico y luego a uno en un pueblito cercano, al fin y al cabo nos servía el mismo bus. Así que tomamos un metro hasta la última estación (Ofelia), y de ahí un bus más, que nos habían prometido sería una hora hasta la mitad del mundo (pero creo que nos demoramos más de dos horas por un accidente y porque era fin de semana). Un aparte para tener en cuenta, y es que las oficinas de UNASUR quedan exactamente al lado del monumento (el más popular), y de alguna manera es emocionante ver un centro tan bien hecho, una arquitectura tan llamativa, y todas las banderas juntas... me dio nostalgia, me pone a pensar siempre que nos falta unión entre los países de esta zona, entre sus gobiernos.
No entiendo cómo hacemos tratados de libre comercio más ventajosos con países gigantes, en lugar de hacer tratados con más poderosos con iguales, con hermanos. También hay que ver que toda la unión europea ay precios más cómodos para los de estas zonas en casi todas las atracciones, ¿por qué no consideramos algo así en Sudamérica? (Solamente vi algo parecido en Machu Picchu) Pensar en una unión de este tipo, una de verdad ¿es demasiado utópico?
Una ventaja notable de Ecuador es que el transporte es muy económico, 25 centavos, y los otros buses 75, 1.25... (de las pocas cosas que suelen ser económicas porque manejan dólar), y es que como el petróleo está nacionalizado, los precios son muy bajos, en la mayoría de sitios el galón no subía de los 2 dólares. 

Cuando me logré sentar en el monstruo de bus, lo hice junto a una señora que me fue contando por dónde íbamos, para dónde iba ella, y nos dijo que si no estábamos interesados en conocer el cráter del volcán. No sabía yo de qué hablaba, y ella me dijo que el Pululahua, que quedaba un poco después de la mitad del mundo, que bien podía ir a verlo y luego devolverme y entrar a la mitad del mundo. Eso nos pareció una buena idea, un cráter habitado es una cosa que no se ve todos los días, además nos dijo que había un lago y que en otro horario podríamos bañarnos en él, que a esa hora de la tarde la niebla ya se estaría empezando a subir. Así que nos propusimos caminar muy muy rápido.
Al bajar del bus un muchacho, un quiteño muy amable nos dijo que también iba para allá y que pensaba quedarse esa noche. Lamentamos no habernos enterado antes para quedarnos, pero bueno, nos haríamos compañía. Llegamos después de más de 20 minutos en subida, y la niebla era muy densa. Pronto supimos que bajar al cráter tomaría más de una hora, y la subida sería más compleja. El mirador estaba completamente blanco, por lo que decidimos ya devolvernos. El tiempo que había pasado también nos impidió ir a la mitad del mundo, así que nos devolvimos al hostal y decidimos hacer maletas para después ir y quedarnos. El amable Mateo nos contó toda la experiencia y nos preparó para el viaje.

Y emprendimos uno de los viajes más emocionantes ¿Cuántos cráteres habitados puede uno visitar? Y fue agradable la bajada (yo siempre bajo pensando en lo que será la subida), y llegamos cuando ya estaba anocheciendo al hostal prometido, donde cuesta 40 dólares quedarse (habitación privada), pero era un gusto por el que queríamos pasar. Emocionados, pues, llegamos al sitio y nos atendió un francés, un hombre de alrededor de 50 años y que al vernos se hizo una idea de nosotros. 
-- Lo más barato, me imagino --nos dijo en tono displicente.
Con lo más barato se refería a los cuartos compartidos de 15 dólares la noche. Cuando le dijimos que no, que estábamos interesados en el privado nos recalcó que costaba 40 dólares.

Mi compañero y yo nos miramos, no teníamos mucha opción. Subir a esa hora hubiera sido complejo porque no hay luces, el transporte de vuelta no hubiera sido fácil de conseguir, sin contar con todo el tiempo de recorrido hasta Quito. Esa noche, que habíamos planeado como espectacular por el sitio, por la caminata, resulto siendo algo molesto.
El sitio ofrecía comidas, un que deseábamos después del largo recorrido, pero al ver el trato del señor, decidimos quedarnos comiendo sánduches. Le solicitamos agua caliente, que nos ofreció de mala gana. Nos fuimos a dar una vuelta, como para pasar el mal rato y regresar tranquilos, a escribir, como era el objetivo. Después de todo el lugar es encantador y hasta Internet tiene (uno que el francés se mofa de haber traído con repetidores y antenas).
Cuando revisamos la página en Tripadvisor nos dimos cuenta de que los comentarios de los europeos y norteamericanos eran bastante positivos. Ya sabemos que tener que atender a unos sudacas no es tan agradable para un caballero de este tipo. Lamentamos no haber tenido como anfitriona a su esposa (por los comentarios parecía muy amable, pero mientras estuvimos allá, ella estaba de viaje).
Al otro día iniciamos el viaje, y decidimos no hacer más preguntas al anfitrión. Habíamos tomado algunas fotos del mapa que tenía, pero no pareció ser lo suficientemente claro. Algunas veces no aparecían bifurcaciones, y otras tantas había más de dos caminos para escoger.
Bueno, ya ustedes saben que caminando se llega a Roma, y en esa actitud empezamos el viaje. Se supone que son alrededor de cinco horas de caminata para bordear completamente el cráter, y a la segunda hora supimos que no íbamos a llegar a ningún lado preguntando, no había nadie a quién preguntar. Entendimos lo que nos había dicho Mateo del "fragante olor a caca fresca", pero no nos distrajo del paisaje que se iba despejando de a pocos, de los pájaros cantando, de los animales moviéndose, de la gente trabajando esta fértil tierra.
En un momento de nuestro recorrido salió un perro que bautizamos como "Negro". Salió corriendo desde una finca y empezó a compartir nuestro camino.
Las bifurcaciones fueron creciendo, y empezamos a tomar decisiones, la mayoría de ellas avalada por Negro. En el momento de tomar una de las más difíciles decisiones, Negro se había ido a la derecha, le gritamos, lo llamamos, "por ahí no es, Negrito", y él al fin nos hizo caso y caminó con nosotros. Una hora y media después, al llegar a un punto que iba a un río y a una finca cerrada, supimos que el perro tenía razón. Ya habíamos completado tres horas de caminata, pero tendríamos que devolvernos más de una hora. Lo intentamos un poco más, ya no faltaba mucho para completar el recorrido total, pero temiendo una nueva pérdida, decidimos tomar el camino más largo, pero seguro, por donde no necesitaríamos a nadie para preguntar indicaciones (igual no había nadie).
Llegamos cansados, casi a las 11 de la mañana, un poco tristes porque sabíamos que en el hostal sólo servían desayunos hasta las 10, pero quien nos recibió no fue el dueño, sino su empleado, su capataz. Él con gusto nos preparó huevitos y nos sirvió comida caliente mientras nos hacía charla. ¡Qué delicia hablar con este hombre! ¿No debería ser él, un hombre de la región, quien tuviera la posibilidad de comprar el hostal y administrarlo con sus manos gruesas y su sonrisa constante? Igual, por lo que supimos, lo hacía casi todo.
Al despedirnos notamos una pareja de franceses, una mujer en sus 50 con un muchacho joven, su sobrino. Nos dijo ¿colombianos?, nos reconoció por el "cantado", nos dijo, y nos habló de los lugares que conocía en Colombia. Hablamos con ella un rato, muy gentil, y nos fuimos un poco tranquilos, sabiendo que no todo el mundo tiene trabas en la cabeza... cosa que parece increíble en una persona que vive en Ecuador.
Subimos con mucha paciencia hasta el mirador (que se encontró despejado sólo unos minutos más), y luego paramos a comer empanaditas para volver a Quito, felices, a pesar del mal ratico que pasamos, riéndonos de la perdida y de lo cansados que nos encontrábamos.
Cuando caminábamos de vuelta, un carro paró cerca a nosotros y descubrimos a la pareja de franceses con los que habíamos hablado en el hostal. Nos subió al carro y nos llevó hasta Quito, a un lugar mucho más agradable para tomar transporte.
En el camino nos contó de sus 4 hijos, dos mujeres, dos hombres. Su primer esposo, un ecuatoriano montañista, fue quien la llevó a vivir al país Sudamericano, y luego de morir haciendo lo que amaba, ella decidió quedarse en el país y volverse a casar, a rehacer su vida en ese paraíso, sí, con líos. Nos contaba de algunas cosas que le parecían el colmo, la manera de colarse en la filas (lo que descubriríamos en carne propia en Baños), la falta de civismo, la cultura tan chocante con la suya... y a pesar de todo eso, ella piensa quedarse y morir en esa tierra que la recibió, tierra que le parece mágica. ¿Y quién puede decir lo contrario?

jueves, 10 de noviembre de 2016

Advertencia: Post cursi por el nuevo año de vida.

He vivido 365 días desde los 30, esa cifra que a veces impone, que te marca. ¿Qué has hecho? ¿Qué falta por hacer? Mucho, mucho. A veces me doy más duro de lo que debería, me afano, pero ya empecé el camino, ese camino de solucionar aquellos pendientes que tenía con mi niña interior, la que quería viajar por todo el mundo, actuar, escribir, y vivir (también quería cantar, pero a la gente no le gusta mucho como se escucha).
Hace 365 inicié mi cumpleaños viajando, con la esperanza de que fuera un inicio de vida, y creo que es el año que más he caminado, que más he conocido, un año en el que he aprendido mucho de mí y de la vida.

Ahora que las cordilleras de sudamérica han sido mi casa, y que mis zapatos se van rompiendo, que mi casa más segura es mi mochila (Wasi), tengo la oportunidad de extrañar y con ello entender cuánto amo a mi familia... si pudiera pedir un deseo hoy, estarían metidos en un avión vía al Alto. Y es que he entendido que por más de que uno camine, sus raíces tienen un lugar en la tierra, y ese lugar siempre será añorado y recordado con nostalgia.
Pero, permítanme a modo de cuento, decirles que este año ha sido también muy difícil porque he puesto los pies totalmente fuera de la zona de confort, por voluntad propia, y por voluntad de la vida misma que va escogiendo caminos (pero nunca al azar).
Pero no me puedo quejar, aunque después de renunciar a la oficina y la rutina de tráfico, las cosas se pusieron duras y los ahorros se iban haciendo espuma, aprendí a tomar la vida con tranquilidad, de disfrutar de los amaneceres y de los atardeceres, a darle una espera a la prisa. Este año también me preocupé porque vi la posibilidad de que los planes de viaje se vieran frustrados, pero llegó el mejor trabajo que podía venir, y después de insistir pude trabajar desde cualquier parte del mundo. Entonces los sueños se reavivaron, solo después de dar el paso al vacío. He tenido (y tengo) tantos y tantos miedos, que superarlos me hace un poquito más fuerte cada vez, más valiente y me enseña.
Conocer La Guajira y caminarla despacito, ir a Ciudad Perdida, ir al lugar donde Gabito nació, tener un reencuentro familiar, vivir aventuras con mis hermosas sobrinas (la razón por la que entiendo lo que significa la palabra milagro), recorrer Santander, enseñarle a mi gatita a viajar, programar un viaje con mamá, reencontrarme con amigos, comer en familia, trabajar por mi proyecto de fotografía (Máquina de Memorias), iniciar el viaje más largo de la vida (que lleva taaantos sueños que si me pongo a enumerarlos no termino).

Y pensé que hasta ahí irían mis metas, pero la vida siguió poniendo extras, y me permitió hacer un viaje a solas con mi hermana, me envió el cariño de un amigo de Hawaii convertido en Ukelele, me dio la oportunidad de ser la primera fotógrafa de Emily aún en la barriguita de mamá, permitió que mi papá se mejorara muy bien de una importante cirugía, me dio un curso de crónica que ha ayudado al blog, y me llevó a tener grandes lecciones de vida, a comprender más aquello que no conocía (a nivel literario y personal).
Y este viaje, que fue pensado en solitario y luego se me dio el mejor compañero de ruta, este viaje que me ha permitido ver con mis propios ojos aquellos paisajes que ni siquiera podía imaginar, me regaló amigos que se han clavado en el alma, y me enseñó a extrañar y apreciar aquello que me parecía tan natural cuando tenía una costumbre, cuando todo estaba al alcance de la mano (el desayuno apurado de mamá, la camita propia, el calor de Haruki en los pies, el timbre de mis sobrinas cada 10 minutos, las llamadas de papá para que le arregle el celular, la ducha caliente cada día, un armario lleno de ropa, una ciudad conocida, la biblioteca al alcance de la mano, los amigos a la distancia de un bus...), y no es que diga que la vida de ahora no me gusta, es tan diferente, tan emocionante, que me hace reconocer aquello que antes daba por sentado.
Gracias por hacer parte de este año de vida, y por tener paciencia cuando hago los post demasiado personales. Gracias por acompañarme en la aventuras y por participar de ellas. Se viene un nuevo año de nuevas aventuras, de vida, de sueños, de trabajo duro, de nuevos libros... Dios y el universo me dan un nuevo año de vida, y espero que esté lleno de sonrisas, viajes y de letras.




































30 años después... ya se sabe que he tenido mucha suerte