Quito II parte: Un cráter habitado, la mitad del mundo, y la unión de sudamérica
Siempre nos han dicho que la mitad del mundo queda en un lugar particular, y en realidad por todo Ecuador hay monumentos parecidos. Que aquí los indigenas lo definieron y unos alemanes lo confirmaron, que allá es el tradicional, que por aquí es el aceptado por los geólogos... etcétera. Ante tanta oferta, decidimos simplemente ir al clásico y luego a uno en un pueblito cercano, al fin y al cabo nos servía el mismo bus. Así que tomamos un metro hasta la última estación (Ofelia), y de ahí un bus más, que nos habían prometido sería una hora hasta la mitad del mundo (pero creo que nos demoramos más de dos horas por un accidente y porque era fin de semana). Un aparte para tener en cuenta, y es que las oficinas de UNASUR quedan exactamente al lado del monumento (el más popular), y de alguna manera es emocionante ver un centro tan bien hecho, una arquitectura tan llamativa, y todas las banderas juntas... me dio nostalgia, me pone a pensar siempre que nos falta unión entre los países de esta zona, entre sus gobiernos.
No entiendo cómo hacemos tratados de libre comercio más ventajosos con países gigantes, en lugar de hacer tratados con más poderosos con iguales, con hermanos. También hay que ver que toda la unión europea ay precios más cómodos para los de estas zonas en casi todas las atracciones, ¿por qué no consideramos algo así en Sudamérica? (Solamente vi algo parecido en Machu Picchu) Pensar en una unión de este tipo, una de verdad ¿es demasiado utópico?
No entiendo cómo hacemos tratados de libre comercio más ventajosos con países gigantes, en lugar de hacer tratados con más poderosos con iguales, con hermanos. También hay que ver que toda la unión europea ay precios más cómodos para los de estas zonas en casi todas las atracciones, ¿por qué no consideramos algo así en Sudamérica? (Solamente vi algo parecido en Machu Picchu) Pensar en una unión de este tipo, una de verdad ¿es demasiado utópico?
Una ventaja notable de Ecuador es que el transporte es muy económico, 25 centavos, y los otros buses 75, 1.25... (de las pocas cosas que suelen ser económicas porque manejan dólar), y es que como el petróleo está nacionalizado, los precios son muy bajos, en la mayoría de sitios el galón no subía de los 2 dólares.
Cuando me logré sentar en el monstruo de bus, lo hice junto a una señora que me fue contando por dónde íbamos, para dónde iba ella, y nos dijo que si no estábamos interesados en conocer el cráter del volcán. No sabía yo de qué hablaba, y ella me dijo que el Pululahua, que quedaba un poco después de la mitad del mundo, que bien podía ir a verlo y luego devolverme y entrar a la mitad del mundo. Eso nos pareció una buena idea, un cráter habitado es una cosa que no se ve todos los días, además nos dijo que había un lago y que en otro horario podríamos bañarnos en él, que a esa hora de la tarde la niebla ya se estaría empezando a subir. Así que nos propusimos caminar muy muy rápido.
Al bajar del bus un muchacho, un quiteño muy amable nos dijo que también iba para allá y que pensaba quedarse esa noche. Lamentamos no habernos enterado antes para quedarnos, pero bueno, nos haríamos compañía. Llegamos después de más de 20 minutos en subida, y la niebla era muy densa. Pronto supimos que bajar al cráter tomaría más de una hora, y la subida sería más compleja. El mirador estaba completamente blanco, por lo que decidimos ya devolvernos. El tiempo que había pasado también nos impidió ir a la mitad del mundo, así que nos devolvimos al hostal y decidimos hacer maletas para después ir y quedarnos. El amable Mateo nos contó toda la experiencia y nos preparó para el viaje.
Y emprendimos uno de los viajes más emocionantes ¿Cuántos cráteres habitados puede uno visitar? Y fue agradable la bajada (yo siempre bajo pensando en lo que será la subida), y llegamos cuando ya estaba anocheciendo al hostal prometido, donde cuesta 40 dólares quedarse (habitación privada), pero era un gusto por el que queríamos pasar. Emocionados, pues, llegamos al sitio y nos atendió un francés, un hombre de alrededor de 50 años y que al vernos se hizo una idea de nosotros.
-- Lo más barato, me imagino --nos dijo en tono displicente.
Con lo más barato se refería a los cuartos compartidos de 15 dólares la noche. Cuando le dijimos que no, que estábamos interesados en el privado nos recalcó que costaba 40 dólares.
Mi compañero y yo nos miramos, no teníamos mucha opción. Subir a esa hora hubiera sido complejo porque no hay luces, el transporte de vuelta no hubiera sido fácil de conseguir, sin contar con todo el tiempo de recorrido hasta Quito. Esa noche, que habíamos planeado como espectacular por el sitio, por la caminata, resulto siendo algo molesto.
El sitio ofrecía comidas, un que deseábamos después del largo recorrido, pero al ver el trato del señor, decidimos quedarnos comiendo sánduches. Le solicitamos agua caliente, que nos ofreció de mala gana. Nos fuimos a dar una vuelta, como para pasar el mal rato y regresar tranquilos, a escribir, como era el objetivo. Después de todo el lugar es encantador y hasta Internet tiene (uno que el francés se mofa de haber traído con repetidores y antenas).
Cuando revisamos la página en Tripadvisor nos dimos cuenta de que los comentarios de los europeos y norteamericanos eran bastante positivos. Ya sabemos que tener que atender a unos sudacas no es tan agradable para un caballero de este tipo. Lamentamos no haber tenido como anfitriona a su esposa (por los comentarios parecía muy amable, pero mientras estuvimos allá, ella estaba de viaje).
Al otro día iniciamos el viaje, y decidimos no hacer más preguntas al anfitrión. Habíamos tomado algunas fotos del mapa que tenía, pero no pareció ser lo suficientemente claro. Algunas veces no aparecían bifurcaciones, y otras tantas había más de dos caminos para escoger.
Bueno, ya ustedes saben que caminando se llega a Roma, y en esa actitud empezamos el viaje. Se supone que son alrededor de cinco horas de caminata para bordear completamente el cráter, y a la segunda hora supimos que no íbamos a llegar a ningún lado preguntando, no había nadie a quién preguntar. Entendimos lo que nos había dicho Mateo del "fragante olor a caca fresca", pero no nos distrajo del paisaje que se iba despejando de a pocos, de los pájaros cantando, de los animales moviéndose, de la gente trabajando esta fértil tierra.
En un momento de nuestro recorrido salió un perro que bautizamos como "Negro". Salió corriendo desde una finca y empezó a compartir nuestro camino.
Las bifurcaciones fueron creciendo, y empezamos a tomar decisiones, la mayoría de ellas avalada por Negro. En el momento de tomar una de las más difíciles decisiones, Negro se había ido a la derecha, le gritamos, lo llamamos, "por ahí no es, Negrito", y él al fin nos hizo caso y caminó con nosotros. Una hora y media después, al llegar a un punto que iba a un río y a una finca cerrada, supimos que el perro tenía razón. Ya habíamos completado tres horas de caminata, pero tendríamos que devolvernos más de una hora. Lo intentamos un poco más, ya no faltaba mucho para completar el recorrido total, pero temiendo una nueva pérdida, decidimos tomar el camino más largo, pero seguro, por donde no necesitaríamos a nadie para preguntar indicaciones (igual no había nadie).
Llegamos cansados, casi a las 11 de la mañana, un poco tristes porque sabíamos que en el hostal sólo servían desayunos hasta las 10, pero quien nos recibió no fue el dueño, sino su empleado, su capataz. Él con gusto nos preparó huevitos y nos sirvió comida caliente mientras nos hacía charla. ¡Qué delicia hablar con este hombre! ¿No debería ser él, un hombre de la región, quien tuviera la posibilidad de comprar el hostal y administrarlo con sus manos gruesas y su sonrisa constante? Igual, por lo que supimos, lo hacía casi todo.
Al despedirnos notamos una pareja de franceses, una mujer en sus 50 con un muchacho joven, su sobrino. Nos dijo ¿colombianos?, nos reconoció por el "cantado", nos dijo, y nos habló de los lugares que conocía en Colombia. Hablamos con ella un rato, muy gentil, y nos fuimos un poco tranquilos, sabiendo que no todo el mundo tiene trabas en la cabeza... cosa que parece increíble en una persona que vive en Ecuador.
Subimos con mucha paciencia hasta el mirador (que se encontró despejado sólo unos minutos más), y luego paramos a comer empanaditas para volver a Quito, felices, a pesar del mal ratico que pasamos, riéndonos de la perdida y de lo cansados que nos encontrábamos.
Cuando caminábamos de vuelta, un carro paró cerca a nosotros y descubrimos a la pareja de franceses con los que habíamos hablado en el hostal. Nos subió al carro y nos llevó hasta Quito, a un lugar mucho más agradable para tomar transporte.
En el camino nos contó de sus 4 hijos, dos mujeres, dos hombres. Su primer esposo, un ecuatoriano montañista, fue quien la llevó a vivir al país Sudamericano, y luego de morir haciendo lo que amaba, ella decidió quedarse en el país y volverse a casar, a rehacer su vida en ese paraíso, sí, con líos. Nos contaba de algunas cosas que le parecían el colmo, la manera de colarse en la filas (lo que descubriríamos en carne propia en Baños), la falta de civismo, la cultura tan chocante con la suya... y a pesar de todo eso, ella piensa quedarse y morir en esa tierra que la recibió, tierra que le parece mágica. ¿Y quién puede decir lo contrario?
Al bajar del bus un muchacho, un quiteño muy amable nos dijo que también iba para allá y que pensaba quedarse esa noche. Lamentamos no habernos enterado antes para quedarnos, pero bueno, nos haríamos compañía. Llegamos después de más de 20 minutos en subida, y la niebla era muy densa. Pronto supimos que bajar al cráter tomaría más de una hora, y la subida sería más compleja. El mirador estaba completamente blanco, por lo que decidimos ya devolvernos. El tiempo que había pasado también nos impidió ir a la mitad del mundo, así que nos devolvimos al hostal y decidimos hacer maletas para después ir y quedarnos. El amable Mateo nos contó toda la experiencia y nos preparó para el viaje.
Y emprendimos uno de los viajes más emocionantes ¿Cuántos cráteres habitados puede uno visitar? Y fue agradable la bajada (yo siempre bajo pensando en lo que será la subida), y llegamos cuando ya estaba anocheciendo al hostal prometido, donde cuesta 40 dólares quedarse (habitación privada), pero era un gusto por el que queríamos pasar. Emocionados, pues, llegamos al sitio y nos atendió un francés, un hombre de alrededor de 50 años y que al vernos se hizo una idea de nosotros.
-- Lo más barato, me imagino --nos dijo en tono displicente.
Con lo más barato se refería a los cuartos compartidos de 15 dólares la noche. Cuando le dijimos que no, que estábamos interesados en el privado nos recalcó que costaba 40 dólares.
Mi compañero y yo nos miramos, no teníamos mucha opción. Subir a esa hora hubiera sido complejo porque no hay luces, el transporte de vuelta no hubiera sido fácil de conseguir, sin contar con todo el tiempo de recorrido hasta Quito. Esa noche, que habíamos planeado como espectacular por el sitio, por la caminata, resulto siendo algo molesto.
El sitio ofrecía comidas, un que deseábamos después del largo recorrido, pero al ver el trato del señor, decidimos quedarnos comiendo sánduches. Le solicitamos agua caliente, que nos ofreció de mala gana. Nos fuimos a dar una vuelta, como para pasar el mal rato y regresar tranquilos, a escribir, como era el objetivo. Después de todo el lugar es encantador y hasta Internet tiene (uno que el francés se mofa de haber traído con repetidores y antenas).
Cuando revisamos la página en Tripadvisor nos dimos cuenta de que los comentarios de los europeos y norteamericanos eran bastante positivos. Ya sabemos que tener que atender a unos sudacas no es tan agradable para un caballero de este tipo. Lamentamos no haber tenido como anfitriona a su esposa (por los comentarios parecía muy amable, pero mientras estuvimos allá, ella estaba de viaje).
Al otro día iniciamos el viaje, y decidimos no hacer más preguntas al anfitrión. Habíamos tomado algunas fotos del mapa que tenía, pero no pareció ser lo suficientemente claro. Algunas veces no aparecían bifurcaciones, y otras tantas había más de dos caminos para escoger.
Bueno, ya ustedes saben que caminando se llega a Roma, y en esa actitud empezamos el viaje. Se supone que son alrededor de cinco horas de caminata para bordear completamente el cráter, y a la segunda hora supimos que no íbamos a llegar a ningún lado preguntando, no había nadie a quién preguntar. Entendimos lo que nos había dicho Mateo del "fragante olor a caca fresca", pero no nos distrajo del paisaje que se iba despejando de a pocos, de los pájaros cantando, de los animales moviéndose, de la gente trabajando esta fértil tierra.
En un momento de nuestro recorrido salió un perro que bautizamos como "Negro". Salió corriendo desde una finca y empezó a compartir nuestro camino.
Las bifurcaciones fueron creciendo, y empezamos a tomar decisiones, la mayoría de ellas avalada por Negro. En el momento de tomar una de las más difíciles decisiones, Negro se había ido a la derecha, le gritamos, lo llamamos, "por ahí no es, Negrito", y él al fin nos hizo caso y caminó con nosotros. Una hora y media después, al llegar a un punto que iba a un río y a una finca cerrada, supimos que el perro tenía razón. Ya habíamos completado tres horas de caminata, pero tendríamos que devolvernos más de una hora. Lo intentamos un poco más, ya no faltaba mucho para completar el recorrido total, pero temiendo una nueva pérdida, decidimos tomar el camino más largo, pero seguro, por donde no necesitaríamos a nadie para preguntar indicaciones (igual no había nadie).
Llegamos cansados, casi a las 11 de la mañana, un poco tristes porque sabíamos que en el hostal sólo servían desayunos hasta las 10, pero quien nos recibió no fue el dueño, sino su empleado, su capataz. Él con gusto nos preparó huevitos y nos sirvió comida caliente mientras nos hacía charla. ¡Qué delicia hablar con este hombre! ¿No debería ser él, un hombre de la región, quien tuviera la posibilidad de comprar el hostal y administrarlo con sus manos gruesas y su sonrisa constante? Igual, por lo que supimos, lo hacía casi todo.
Al despedirnos notamos una pareja de franceses, una mujer en sus 50 con un muchacho joven, su sobrino. Nos dijo ¿colombianos?, nos reconoció por el "cantado", nos dijo, y nos habló de los lugares que conocía en Colombia. Hablamos con ella un rato, muy gentil, y nos fuimos un poco tranquilos, sabiendo que no todo el mundo tiene trabas en la cabeza... cosa que parece increíble en una persona que vive en Ecuador.
Subimos con mucha paciencia hasta el mirador (que se encontró despejado sólo unos minutos más), y luego paramos a comer empanaditas para volver a Quito, felices, a pesar del mal ratico que pasamos, riéndonos de la perdida y de lo cansados que nos encontrábamos.
Cuando caminábamos de vuelta, un carro paró cerca a nosotros y descubrimos a la pareja de franceses con los que habíamos hablado en el hostal. Nos subió al carro y nos llevó hasta Quito, a un lugar mucho más agradable para tomar transporte.
En el camino nos contó de sus 4 hijos, dos mujeres, dos hombres. Su primer esposo, un ecuatoriano montañista, fue quien la llevó a vivir al país Sudamericano, y luego de morir haciendo lo que amaba, ella decidió quedarse en el país y volverse a casar, a rehacer su vida en ese paraíso, sí, con líos. Nos contaba de algunas cosas que le parecían el colmo, la manera de colarse en la filas (lo que descubriríamos en carne propia en Baños), la falta de civismo, la cultura tan chocante con la suya... y a pesar de todo eso, ella piensa quedarse y morir en esa tierra que la recibió, tierra que le parece mágica. ¿Y quién puede decir lo contrario?
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