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Quito y la vergüenza de ser colombianos

Basílica del voto Nacional


Aunque Quito no es la ciudad más grande de Ecuador (es Guayaquil), hace muy bien su papel de capital. Entrar en ella resulta ser abrumador. Me preguntaba cómo sería para un extranjero entrar a Bogotá por el sur, qué pensaría, cuán desubicado se sentiría y eso lo entendimos muy bien llegando a una ciudad tan grande, a un terminal repleto de diferentes tipos de buses, de taxistas que apenas te ven bajar del bus comienzan a ofrecerte sus servicios, a proponer precios, a hablar de distancias.
Por otro lado, los ecuatorianos, que son más bien secos, pasan por toscos (también puede sumarse el hecho de que los colombianos somos muy delicados). Hay que hablar duro y recio, como decía mi abuelita.
San Blas
Intenté preguntarle a la gente cómo llegar al centro en autobus, y un colombiano me dijo que estábamos muy lejos, y me explicó algunas cosas (nos metió algo de miedo), y nos dijo, hagan de cuenta el centro de Bogotá. Luego nos preguntó cuánto costaban las maletas que llevábamos y eso ya nos sacó corriendo de ahí. Nos subimos en el bus y estuvimos muy pendientes de las paradas para bajarnos. La gente, un poco fría, a veces contestaba nuestras preguntas (ya saben cómo es una ciudad en hora pico y en transporte público, y dos extranjeros perdidos con unas maletas gigantes).
Llegamos al centro (queríamos estar cerca de uno de los centros históricos más grandes del mundo), pero resultaba todo bastante caro, los hosteles más baratos requerían compartir la habitación con fiesteros europeos veinteañeros (y seamos honestos, ya no estoy pa esos trotes jejeje). 
Vista desde el hotel Mediterráneo
Después de investigar en varios lugares, y rechazar lugares donde me preguntaban si me quedaba la hora o la noche, encontramos un hotel familiar, el hotel Mediterráneo, y con el compromiso de quedarnos dos noches nos hicieron un descuento que se ajustó al presupuesto. Nos dejaron una habitación en el último piso, que tenía una vista espectacular del centro de Quito, así que nos dimos por bien servidos, pero de cualquier manera el pequeño cuarto no llenó nuestras expectativas del todo (porque por alguna razón tenían las camas forradas con un plástico), y seguimos buscando en uno y otro lugar, en Airbnb vimos con tristeza cómo nos rechazaban uno tras de otro anfitrión, hasta que nos dimos cuenta de cuál era el problema. Éramos colombianos. 
Nature House
Descubrimos un hostel entre los Airbnb (Nature house) y fuimos a verlo en persona, estaba a un par de cuadras, y en la misma cuadra del Ministerio de turismo.
Resultó ser una casa muy grande, a la que tocamos varias veces sin respuesta. De repente llegó un hombre de pelo dorado y ojos claros, muy profundos que nos sorprendió un poco asustándonos. Se presentó como Vladimir y nos invitó a pasar a la casa para conocer el sitio. Definió un precio cómodo, y el lugar se veía hermoso, aunque seríamos los únicos en el lugar. Vamos a confesar que se nos hizo raro todo el asunto, era como estar en el castillo de un vampiro, y el nombre de nuestro anfitrión nos asustó más (lo siento Vladimir si estás leyendo esto, sabes que te queremos mucho :) ). El lugar tenía algo de polvo y la cocina parecía no haber sido utilizada en un tiempo largo (luego descubriríamos que estaban en remodelación y eso explicaba todo lo extraño... también después llegó más gente).
Vladimir nos explicó que ya había tenido a algunos colombianos hospedados, siempre con malas experiencias, gente que se drogaba, que destruía el hostal, que rayaba las paredes y se robaba cosas. Nosotros no sabíamos qué decir, así que solo nos disculpamos y le explicamos lo que hacíamos. A Vladimir le dimos confianza y nos mudamos por una semana más a Nature House.
Todo eso me puso a pensar mucho, entonces, ¿qué hacemos como colombianos? ¿Dejamos de viajar para evitar el estigma? ¿Por qué la gente nos juzga por unos cuantos que hacen cosas malas? Y al final, después de mucho preocuparme y estar triste llegué a una conclusión: los buenos colombianos tenemos la gran responsabilidad de viajar más, de que nos vean más en el extranjero, para que se den cuenta de quiénes somos, y de que una cultura de trampa no nos ha cubierto a todos (aunque todavía en Perú hay quienes nos cuentan que están llenos de colombianos que prestan dinero con el arma al cinto, en moto y cobran con la vida, de ser necesario).
De nuevo estos colombianos se quedaron en la casa con un Ruso refugiado que está haciendo una nueva vida en Ecuador. Un hombre encantador, gracioso, deportista, que hizo también una pequeña frutería y cafetería, en la que instaló luces para hacer de discoteca por si algún cliente quiere bailar. vende siempre por 1 dólar botellitas de jugo de caña "heladita", como él mismo dice.
Obviamente los primeros días que pasamos en la ciudad nos dedicamos a recorrer las hermosas catedrales que súper vale la pena recorrer, sobre todo la Basílica del voto nacional y sus rosetones, sus vitrales que cuentan historias completas. Diría yo que no es tan importante el tour, y la visita a la torre puede dar una vista linda de la ciudad.
Plaza Foch
Pero no crean que Quito es solo catedrales, la Calle la Ronda tiene una gran oferta de comidas, y una cantidad considerable de productos artesanales (helados (y de estos hay de los sabores más locos), trompos de madera, chocolates, joyas, etc etc), además de los restaurantes que varían en tipos de comida y precios.
Por otro lado, también está la plaza Foch, el sitio de moda, que puede ser la 85, o tal vez la 93 de Quito, un sitio de moda donde la rumba se prende desde temprano, y en donde se encuentran varios restaurantes, bares y discotecas.

A estas alturas del partido, ya habíamos andado mucho, quiero contarles, cambiando un poco de tema, que tengo una patica medio torcida, probablemente producto de la displacia de caderas que sufrí en mi primera infancia. Esto también produce que haga un desgaste en ciertas partes de mis zapatos, y mis boticas ya estaban rompiéndose en la trompita. Yo no tengo mucho problema con los zapatos rotos, es más, les tengo más cariño porque cuentan las historias de los sitios que he caminado, pero me parecía muy pronto para despedirme de ellas. Afortunadamente fue mi compañero quien se echó encima el problema, y con un pedazo de cuero que compramos en Ibarra, se dedicó una tarde entera a remendar mis recorridos zapatos.
Se pregunta uno a veces qué tipo de compañía desearía tener en un viaje,  esta acción bonita me dio una respuesta, no hay mejor compañero que aquel que camina a tu lado y está dispuesto a ayudarte a caminar.










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