lunes, 24 de octubre de 2016

Quito y la vergüenza de ser colombianos

Basílica del voto Nacional


Aunque Quito no es la ciudad más grande de Ecuador (es Guayaquil), hace muy bien su papel de capital. Entrar en ella resulta ser abrumador. Me preguntaba cómo sería para un extranjero entrar a Bogotá por el sur, qué pensaría, cuán desubicado se sentiría y eso lo entendimos muy bien llegando a una ciudad tan grande, a un terminal repleto de diferentes tipos de buses, de taxistas que apenas te ven bajar del bus comienzan a ofrecerte sus servicios, a proponer precios, a hablar de distancias.
Por otro lado, los ecuatorianos, que son más bien secos, pasan por toscos (también puede sumarse el hecho de que los colombianos somos muy delicados). Hay que hablar duro y recio, como decía mi abuelita.
San Blas
Intenté preguntarle a la gente cómo llegar al centro en autobus, y un colombiano me dijo que estábamos muy lejos, y me explicó algunas cosas (nos metió algo de miedo), y nos dijo, hagan de cuenta el centro de Bogotá. Luego nos preguntó cuánto costaban las maletas que llevábamos y eso ya nos sacó corriendo de ahí. Nos subimos en el bus y estuvimos muy pendientes de las paradas para bajarnos. La gente, un poco fría, a veces contestaba nuestras preguntas (ya saben cómo es una ciudad en hora pico y en transporte público, y dos extranjeros perdidos con unas maletas gigantes).
Llegamos al centro (queríamos estar cerca de uno de los centros históricos más grandes del mundo), pero resultaba todo bastante caro, los hosteles más baratos requerían compartir la habitación con fiesteros europeos veinteañeros (y seamos honestos, ya no estoy pa esos trotes jejeje). 
Vista desde el hotel Mediterráneo
Después de investigar en varios lugares, y rechazar lugares donde me preguntaban si me quedaba la hora o la noche, encontramos un hotel familiar, el hotel Mediterráneo, y con el compromiso de quedarnos dos noches nos hicieron un descuento que se ajustó al presupuesto. Nos dejaron una habitación en el último piso, que tenía una vista espectacular del centro de Quito, así que nos dimos por bien servidos, pero de cualquier manera el pequeño cuarto no llenó nuestras expectativas del todo (porque por alguna razón tenían las camas forradas con un plástico), y seguimos buscando en uno y otro lugar, en Airbnb vimos con tristeza cómo nos rechazaban uno tras de otro anfitrión, hasta que nos dimos cuenta de cuál era el problema. Éramos colombianos. 
Nature House
Descubrimos un hostel entre los Airbnb (Nature house) y fuimos a verlo en persona, estaba a un par de cuadras, y en la misma cuadra del Ministerio de turismo.
Resultó ser una casa muy grande, a la que tocamos varias veces sin respuesta. De repente llegó un hombre de pelo dorado y ojos claros, muy profundos que nos sorprendió un poco asustándonos. Se presentó como Vladimir y nos invitó a pasar a la casa para conocer el sitio. Definió un precio cómodo, y el lugar se veía hermoso, aunque seríamos los únicos en el lugar. Vamos a confesar que se nos hizo raro todo el asunto, era como estar en el castillo de un vampiro, y el nombre de nuestro anfitrión nos asustó más (lo siento Vladimir si estás leyendo esto, sabes que te queremos mucho :) ). El lugar tenía algo de polvo y la cocina parecía no haber sido utilizada en un tiempo largo (luego descubriríamos que estaban en remodelación y eso explicaba todo lo extraño... también después llegó más gente).
Vladimir nos explicó que ya había tenido a algunos colombianos hospedados, siempre con malas experiencias, gente que se drogaba, que destruía el hostal, que rayaba las paredes y se robaba cosas. Nosotros no sabíamos qué decir, así que solo nos disculpamos y le explicamos lo que hacíamos. A Vladimir le dimos confianza y nos mudamos por una semana más a Nature House.
Todo eso me puso a pensar mucho, entonces, ¿qué hacemos como colombianos? ¿Dejamos de viajar para evitar el estigma? ¿Por qué la gente nos juzga por unos cuantos que hacen cosas malas? Y al final, después de mucho preocuparme y estar triste llegué a una conclusión: los buenos colombianos tenemos la gran responsabilidad de viajar más, de que nos vean más en el extranjero, para que se den cuenta de quiénes somos, y de que una cultura de trampa no nos ha cubierto a todos (aunque todavía en Perú hay quienes nos cuentan que están llenos de colombianos que prestan dinero con el arma al cinto, en moto y cobran con la vida, de ser necesario).
De nuevo estos colombianos se quedaron en la casa con un Ruso refugiado que está haciendo una nueva vida en Ecuador. Un hombre encantador, gracioso, deportista, que hizo también una pequeña frutería y cafetería, en la que instaló luces para hacer de discoteca por si algún cliente quiere bailar. vende siempre por 1 dólar botellitas de jugo de caña "heladita", como él mismo dice.
Obviamente los primeros días que pasamos en la ciudad nos dedicamos a recorrer las hermosas catedrales que súper vale la pena recorrer, sobre todo la Basílica del voto nacional y sus rosetones, sus vitrales que cuentan historias completas. Diría yo que no es tan importante el tour, y la visita a la torre puede dar una vista linda de la ciudad.
Plaza Foch
Pero no crean que Quito es solo catedrales, la Calle la Ronda tiene una gran oferta de comidas, y una cantidad considerable de productos artesanales (helados (y de estos hay de los sabores más locos), trompos de madera, chocolates, joyas, etc etc), además de los restaurantes que varían en tipos de comida y precios.
Por otro lado, también está la plaza Foch, el sitio de moda, que puede ser la 85, o tal vez la 93 de Quito, un sitio de moda donde la rumba se prende desde temprano, y en donde se encuentran varios restaurantes, bares y discotecas.

A estas alturas del partido, ya habíamos andado mucho, quiero contarles, cambiando un poco de tema, que tengo una patica medio torcida, probablemente producto de la displacia de caderas que sufrí en mi primera infancia. Esto también produce que haga un desgaste en ciertas partes de mis zapatos, y mis boticas ya estaban rompiéndose en la trompita. Yo no tengo mucho problema con los zapatos rotos, es más, les tengo más cariño porque cuentan las historias de los sitios que he caminado, pero me parecía muy pronto para despedirme de ellas. Afortunadamente fue mi compañero quien se echó encima el problema, y con un pedazo de cuero que compramos en Ibarra, se dedicó una tarde entera a remendar mis recorridos zapatos.
Se pregunta uno a veces qué tipo de compañía desearía tener en un viaje,  esta acción bonita me dio una respuesta, no hay mejor compañero que aquel que camina a tu lado y está dispuesto a ayudarte a caminar.










viernes, 14 de octubre de 2016

Otavalo y la belleza andina: ¿Dejamos de pensar en la belleza indígena?

Plaza de los Ponchos
Hostal el Andariego
Creo que no tengo que detenerme mucho a pensar en mi lugar favorito en Ecuador, creo que los pronósticos de mi mamá fueron ciertos, y Otavalo es el lugar que más extraño de Ecuador. Muchas fueron las razones. Llegamos en la tarde cansados, y sin un lugar definido para quedarnos, así que, con maletas al hombro, empezamos a hacer recorrido por los hostales para saber en dónde nos quedaríamos. Hay algo que hacemos para que no nos toque cargar el equipaje por todo el pueblo, y es buscar uno de los hostales y pedirles que nos guarden las maletas mientras visitamos otros.
Muchos resultaron hermosos, se veían muy clásicos, con buena iluminación, pero hubo un factor común en casi todos y era un olor a humedad, quizás por la madera y el clima de Otavalo, hasta que llegamos al Andariego. Encontramos a una pareja hermosa (y si tienen suerte les pueden contar su bonita historia de amor) que arrendaron este lugar y lo están convirtiendo en un hogar prestado (porque así se siente uno). Muy cerca de la plaza de los ponchos, y un porcentaje de las ganancias los muchachos las donan a un ancianato que queda detrás. Hay un olor a madera nueva que todavía extraño, eso sin contar con que los baños siempre estuvieron limpios y la cocina siempre disponible.
Hornado

Otavalo es un lugar muy tranquilo con calles coloridas, y una extensa oferta de comidas (yo les recomiendo comer hornado en algún sitio típico que fue lo que más me gustó), pero por otro lado hay todo lo que se pueda comer.
En la plaza de los ponchos se encuentra una cantidad increíble de artesanías, en especial los tejidos, que guardan en sus texturas y símbolos, historia indígena y campesina de la región.
Después de observar y caminar por la ciudad, decidimos salir a explorar los alrededores. La laguna de Cuicocha queda muy cerca y en cinco horas (aproximadamente) se da la vuelta completa. Para llegar a la laguna se va hasta el pueblo de Quiroga y en la iglesia hay algunos carros que llevan hasta la laguna (es mejor buscar a otros viajeros porque cobran el recorrido y no por persona). Nosotros llegamos en el momento justo en el que una familia de norteamericanos con sus amigos ecuatorianos estaban negociando con un conductor y yo aumenté dos números a los pasajeros. Y ellos amablemente aceptaron.
Laguna Cuicocha
La ventaja de Ecuador es que la mayoría de sus reservas naturales y museos son gratis para todo el público, entonces solo hay que gastar lo que uno quiere llevar para comer y el transporte.
Es posible observar los islotes en medio de la laguna desde la entrada, pero la perspectiva más hermosa me parece que se da a las 3 horas de caminata (como se ve en la fotico).
Por el camino intercambiamos fotos con una pareja de ecuatorianos, quiteños, que también estaba caminando y que se quedaron atrás cuando decidieron hacer un pequeño picnic.
Nosotros continuamos el recorrido y a la salida alcanzamos a unos franceses (una bonita pareja de maestros que aprovechan cualquier oportunidad para conocer más de latinoamérica, y con quienes perdimos contacto porque no tenían ni Facebook, ni Whatsapp, ni twitter...) para ver si podíamos compartir el taxi de vuelta a Otavalo, y dijeron que sí, pero la carretera se veía bastante desolada. Lo único que pasó fue un carro de policía a una velocidad impresionante (en la que iban los ecuatorianos). Unos minutos después pasó otra camioneta que nos montó a los 4 en la parte trasera y nos dejó en la entrada del parque, con la bonita sorpresa de encontrar de nuevo a los quiteños que se ofrecieron a llevarnos hasta Cotacaxi (lugar que no teníamos planeado, pero al que nos dirigimos porque también dejarse llevar por el camino es parte del viaje).
Cotacaxi
Y así, por casualidad, resultamos en el pueblo más importante a nivel de cuero, y conocimos su plaza y sus hermosas calles, por las que hay que perderse, definitivamente.
Un guayacán rosado nos recibió un rato, las esculturas y murales que hablan de la independencia y de la historia, y luego, volvimos cansados pero felices.
Aunque Otavalo tiene alrededor muchas cosas para hacer, sin duda mi plan favorito en la ciudad fue recorrer la Plaza de los Ponchos (es mucho mejor estar en fin de semana porque la feria es más grande), porque siempre veía algo nuevo, porque encontrarme con los artesanos que te dicen: compre, lleve y te
van rebajando precios de lo que nunca pensaste comprar ni por los que preguntaste, resulta bastante atractivo. Eso sí, lo advierto, es imposible salir de ahí sin llevar algo. Nosotros salimos con saco y chaqueta (y los precios son muy económicos).
En uno de esos paseos casi me choco con una indígena ataviada de sus tradicionales ropas, una mujer de aproximadamente 25 años, y me sorprendí. Era un mujer hermosa, con la belleza única que pueden ofrecer las tierras de los andes, con su pelo indio en trenza, con su piel morena y tostada, con sus pómulos pronunciados y sus ojos negros y profundos, sus collares, y ropas típicas. Me pregunté por qué no observamos más de cerca este tipo de belleza, por qué tenemos tan metido en los gustos el estilo europeo, los colores que no son de la tierra. Muchas veces usamos "indio" (como referencia al indígena) como un término despectivo. Me parece que es hora de repensar también los gustos (que uno dice que no los controla, que son como son, pero también se deben a un patrón de belleza impuesto por siglos), es hora de que nos preguntemos por qué resulta el producto externo mejor que el interno, y también es hora de que aprendamos a apreciar esos hermosos rasgos de la tierra que aún conservamos en la piel, de verlos como lo que son, una hermosa herencia que estamos perdiendo con el paso del tiempo.


Y, dejando a un lado las reflexiones, me gustaría hacer una recomendación más, cerca a Otavalo también hay un parque parque con cascadas, las cascadas de Peguche. No es un parque impresionante, pero hay opción de dormir en cabañas con precios parecidos a los 5 dólares y entre semana resulta ser un lugar muy tranquilo.
Esos no son los únicos atractivos de Otavalo, hay muchas cosas para hacer y visitar, lugares mágicos que acompañan a esta ciudad hermosa y tranquila. 

No se pierdan el chance de conocer Otavalo y si van, lleven espacio en las maletas.
Otavalo de noche
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jueves, 6 de octubre de 2016

La importancia de la muerte y sus ritos: Tulcán nos recordó vivir

La parada obligada y que no me dejó olvidar mi mamá, la primera, fue Tulcán. Llegamos ya en la
tardecita y de antojada me comí un champús (que no es el mismo que en Colombia y parece más bien una mazamorra).
Llegamos al tan nombrado cementerio, y me emocioné. Me imagino que acompañar a "su última morada", y que sea ésta  un lugar tan bonito, debe causar algo de sosiego.
Es una obra de arte constante el estar retocando los arbustos y guardando los verdes, para que visitantes podamos disfrutar de tremendo espectáculo.
Pero aunque los pinos de formas pueden parecer el mayor atractivo de este cementerio, tiene otros que no se deben despreciar. Esta dividido por secciones: bebés, padres, mujeres, zapateros, bomberos, contadores, etc. Por otro lado, la conexión se vio muy fuerte con sus muertos, mucha gente cuidando de la tumba de sus familiares, y muy pocas de ellas se veían descuidadas o abandonadas. No sé si vieron la película del "Árbol de la vida", pero me recordó esa bonita relación, esa decisión de no olvidar a los antepasados, esa inversión de tiempo en aquellos que ya no están.
Lo siguiente que me llamó mucho la atención era la cantidad de frases referentes a la muerte... como la de "Una vez terminado el juego el rey y el peón vuelven a la misma caja". Esta cercanía con la muerte que es lo que nos pone en contacto con la vida, y es que sin entender que la muerte existe, tampoco entendemos que la vida, esa cosa que nos pasa todos los días y a toda hora, es una cosa maravillosa y digna de toda nuestra alegría y atención, esa vida que a veces pasa tan desapercibida entre madrugadas, oficinas, trancones, y en general cualquier tipo de rutina (necesaria a veces, pero también resulta necesario romper con ella).
Hay también que observar el increíble paisaje alrededor, de retazos de prado, y la entrada está construida con panel transparente por el que corre agua, como llamando a la tranquilidad. Un verdadero lugar apacible.
Para descansar un poco del viaje largo, y como una manera homenaje al hermoso lugar, toqué un ratito el ukulele (con las 4 canciones que me sé), y fue el nuevo aire para continuar.
Volvimos al lugar de donde salen los buses y recogimos las maletas (sí, es imposible andar con ese paso para todo lado, entonces lo dejamos en uno de esos sitios de sauna y "algo más", donde
nos las guardaron los mozos por una propina)... pero aquí mismo empezamos a sufrir, hay cierto tratos que empezamos a notar que no teníamos en Pasto, una frialdad, una tosquedad en algunos casos, y lo que siempre hace difícil la comunicación entre latinos: los acentos.
Tomamos el bus hacia Ibarra y pedimos algunos consejos de dónde podíamos quedarnos a pernoctar.


Nos dejaron a media cuadra de dos hoteles, con la noche ya oscura y el cansancio de un día de viaje.
Ibarra, la ciudad blanca de Ecuador tenía en las cercanías solo dos hoteles, con una diferencia de casi diez dólares (nos quedamos, a nuestro pesar, en el más barato de los dos). El hostal Paraíso resultó ser un lugar muy parecido a la vecindad, pero sus dueños eran bastante amables por lo que decidimos quedarnos.
Lo siguiente en la lista era buscar un sitio para comer. Por lo que fuimos a los sitios cercanos, encontrando una diferencia grandísima en presupuesto (alrededor de 7 dólares en los platos más simples). Nos aventuramos a caminar un poco más hasta el centro, bastante concurrido en la noche.
Un restaurante mexicano nos llamó la atención, y de una vez fuimos atendidos por unos chicos venezolanos, lo cual terminó de redondear el panorama latinoamericano. Colombianos en Ecuador comen en un restaurante mexicano atendidos por venezolanos. Comimos bien y barato por 4 dólares (para irnos acostumbrando de a poco a los nuevos precios con nuestra devaluada moneda), y escuchamos a los vecinos de país, bastante tristes por su situación, y que estaban buscando hacer algo de dinero para llevar a sus familias con ellos. Uno de ellos nos contó de su esposa y su hijo, y de que otros venezolanos solteros se habían aventurado antes y una vez que tuvieron las condiciones listas, con todo y trabajo, lo llamaron. Un viaje largo por Colombia hasta que llegó ahí, a Ibarra, a un lugar al que seguramente nunca pensó llegar.
Y aunque hablaba de lo mucho que extrañaba a su esposa, me reía al ver la marca de un moretón en el cuello que atestiguaba que tampoco perdía su tiempo y su pinta de venezolano bonito.
Luego salimos a pasear un poco por las calles, conocer la actividad nocturna del lugar, y terminamos entrando en uno de los sitios más comunes en Ecuador: un karaoke. ¡Wow! Los ecuatorianos parecen amar el karaoke, hay uno en cada esquina de Ibarra (y de otros lugares de Ecuador). Igual no me animé a cantar, solo estábamos buscando hacer un poco más de tiempo para esquivar la realidad de tener que volver a la vecindad.
Afortunadamente la llegada me tomó tan cansada que me dormí de una vez, y no fue hasta el otro que día que me di cuenta de que todo tenía un fuerte olor a humedad. Teníamos que alistarnos pronto y salir de ahí, ir a ver si había otro lugar en el centro de Ibarra donde pudiéramos quedarnos.
Paramos un taxi y le solicitamos que nos diera un pequeño tour por la ciudad, pero el taxista decidió detenerse. Ibarra no era un buen lugar para ser visitado en fin se semana, nos dijo, todo estaba cerrado. Las ruinas que quedaban cerca no estaban preparadas para ninguna clase de visitantes, y además del centro con la iglesia no había nada. Además de la cercana laguna de Yahuarcocha no había nada. Eso nos dijo. Nada.
Nos bajamos un poco desilusionados y empezamos a caminar el centro de día, el "nada". ¿Qué será ese pesimismo o esa falta de sentimiento propio? No sé si uno dude tanto cuando le preguntan qué ver en Bogotá... el nada nos llevó por las calles a un hermoso museo con representaciones modernas, cuadros clásicos de ecuatorianos, una exposición de raíces afro e incluso una colección de los afiches que ilustradores de todo el mundo que realizaron diseños para afiches, que serían comprados por 20 dólares y así apoyar a las víctimas del reciente terremoto que afectó la costa ecuatoriana.
Encontramos un parque adicional (eso sí, vacío por el fin de semana), pero casi todo vestido de blanco, con estructuras maravillosas, con arquitecturas clásicas, y esa combinación de técnicas tan representativas de nosotros, los latinos.
Sí, decidimos ni siquiera buscar otro lugar para quedarnos, nos iríamos ese mismo día a Otavalo, pero logramos convertir el nada en un mucho, en un más que suficiente, en un pueblo pequeño pero hermoso, sí, con gente un poco tosca, pero nada que no hiciera parte del viaje. Una nueva cultura, un nuevo destino.