Entramos a las diez de la mañana con un calor impresionante, y recorrimos las calles que parecían más bien las de Macondo en modo Hojarasca. Definitivamente es la tierra del Nobel, porque casi todos los negocios llevan alguna referencia. Macondo, mariposas amarillas, la Hojarasca (a esta última le creo más).
Me doy por bien servida porque el tren nos recibió con su sonido particular, y mientras
nosotros lo veíamos asombrados, la gente esperaba impaciente que sus más de doscientos vagones cargados de carbón desaparecieran para que ellos pudieran pasar los rieles y seguir con su apacible vida.
¿Qué hay para hacer? Le preguntamos a varios,y todos nos señalaban al mismo lugar, el sitio para conocer es el museo. ¿Y ya?... eso parecía, aunque yo tenía mi as bajo la manga, las recomendaciones de viajeros.
Empezamos pues, por el museo. Esta no es la que se supone que era la casa de Gabo (los
chismes dicen que por algún tiempo los papás vivieron a un par de casas del ahora museo, otros dicen que siempre vivieron lejos), pero lo cierto es que esta era la casa del abuelo de Gabo, donde pasó la mayoría del tiempo de su infancia, y donde "conoció" también a su mamá. Para los que no se saben el dato, los papás lo dejaron para irse a vivir con sus hermanos a Barranquilla y cuando volvieron, Gabriel ya no sabía quién era su mamá, pero la reconoció (y después recordó) por el perfume.
Pero hay un par de características que se deben mencionar. Este sitio no es el original, no es una casa restaurada para ser convertida en museo, sino reconstruida; la echaron abajo y luego con información la reconstruyeron. Por otro lado no tiene NINGÚN tipo de ayuda gubernamental o particular, por lo que se mantienen de donaciones para os trabajadores, y la manutención (a ver si esto pasa en los museos dedicados a algún Nobel en algún
Pero, otra vez, no puedo quejarme, los muebles que tienen son originales, la misma mesa donde se sentó Gabito, el escritorio donde trabajaba su abuelo mientras él pintaba en las paredes, la cuna que lo guardó, el taller de química del abuelo, y en la cocina tenían un detalle bien bonito: animalitos de dulce dignos de Úrsula. (yo sé que los amantes de Cien Años de soledad se emocionarán conmigo).
En la parte trasera de la casa un árbol milenario y un humilde y escondido almendro que no podía faltar. También la casa de los guajiros repleta de hamacas y de artículos representativos. Un mural precioso donde se puede escribir algo (y en el que lamenté la pésima imaginación delos visitantes que escribían te amo fulana, o aquí estuvo mengano, o Juan y María para siempre, Pa eso están los cuadernos de colegio).
Además de eso se conservan algunas de las pertenencias del Coronel, entre ellas un par de libros, maletas, etc. El laboratorio de los pescaditos de oro se encuentra también con algunos de sus artículos originales. Y aunque cada cosa tiene una explicación, y las paredes están marcadas con referencias de las obras, hacen falta cosas; un audio guía, un guía constante que pueda contar más cosas de la casa, de la historia.
relativo, se encuentra la verdadera posibilidad de entender al escritor.
Qué más da si es buena o mala suerte nacer y vivir en un lugar determinado, es la suerte, y nadie tiene una parecida a la de otro. Salí de la casa de su abuelo dejando una buena propina y sabiendo que pisé la tierra en donde creció mi escritor favorito. En las calles, ahora cementadas, corrió mugroso el niño, por ellas fue orgulloso tomado de la mano, y de ellas se marchó porque no tuvo más remedio.
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