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La casa del telegrafista

No fue que no me tocaran mariposas amarillas en Aracataca, hubo un par, de las que se ven y de las
que se sienten. En el museo se encuentra una versión selecta de cuentos de Las mil y una noches, esa fue una mariposa. Tal vez por ahí empezó el pequeño Gabo sus lecturas.
Gabriel García Márquez fue el escritor que me ayudó a sentir nostalgia por lo que no viví. Cuando murió su madre no pude evitar llorar, y aunque les insistí a mis papás no me permitieron hacer el viaje a Cartagena para asistir a su funeral. "Después vamos", me dijeron, pero no
entendieron que para mí no se moría una viejita de 97 madre de mi escritor favorito, sino Fermina.
El amor en los tiempos del cólera es la versión de Gabo de la historia de amor de sus padres, y todavía sigue siendo mi novela favorita por el cariño que le tomé desde niña, además de ser el libro que más veces he leído. Un par de escritores creídos me han recriminado mis gustos: que si no conozco a alguien con mejor técnica, que eso ya pasó de moda, que el Boom ya está muy trillado, que es respuesta de reina.
Para mí es y sigue siendo un descubrimiento, y si algún día logro transmitir una escena de amor como las muchas pintadas en el libro, me sentiré orgullosa.
Siempre quise seguir los pasos de esta pareja (y he ido recorriendo pasos en Cartagena pero en Aracataca estaban las huellas de los personajes reales), y qué más romántico que el empleado de la empresa de correos que le escribía telegramas a su novia, que estaba buscando el chance de robársela. Nuestras conversaciones con la gente del lugar nos llevaron a la oficina que aún está en manos de correos nacionales (hoy 472). Me alegró también ver que mantienen el lugar pintado y que guardan algunas reliquias de los tiempos en los que
Florentino, o más bien Gabriel Eligio, trabajaba como telegrafista.
A la entrada encontramos a un hombre que paró el burrito para que me pudiera tomar una foto con él. Nos dijo que le buscáramos cuando volviéramos, nos contó de los trasteos que hacía y me recordó de la amabilidad con la que todos los personajes de los libros de Gabo se prestaban para servir a otros y no lo ven así. Y es que un poco es así nuestra sangre, y sobre todo la de la costa y las islas: personas dispuestas a ser amables con los demás sin ningún interés a cambio (hablo de los lugares no o no tan turísticos). Claro, esto ha ido cambiando con el tiempo, la desconfianza, la indiferencia, el interés, la
preocupación por el tiempo, el encierro en los aparatos electrónicos... nostalgia por cosas que poco conocí...
Salimos del lugar y empezamos a caminar, a buscar sombrita y las otras pequeñas cosas que avisan los viajeros que se deben hacer en Aracata y nos encontramos con la Biblioteca de Remedios la Bella (amarilla, obviamente) y tres hermosas mujeres que sonreían, y esa sonrisa, cualquiera lo sabe, es contagiosa.
Una de las ventajas de que la tierra de Gabo no se haya vuelto turística es que todavía los "nativos" todavía no están aburridos de los visitantes. Y eso lo comprobamos caminando por el sendero de los almendros. En todas las novelas suelen aparecer en uno u otro lado la sombra refrescante de los árboles tumba casas (una amiga que vivía en Barranquilla me contó lo fuertes, grandes e irrespetuosas que son las raíces del arbolote). Unos costeños jugando dominó nos saludaron muy formales y repasaron con nosotros la lista de lugares para visitar, dudando de algunos, y dijeron que estaban muy interesados en que Aracataca fuera mucho más conocida, en que el gobierno se preocupara más por las necesidades,
desde cubrir los problemas de agua que tienen, hasta embellecer el lugar para recibir más gente. Mientras ellos nos hablaban y nos preguntaban de dónde éramos, haciendo sus conjeturas por nuestra manera de hablar, me di cuenta de que muchos de los almendros estaban talados. Ellos me vieron distraída y nos contaron que estaban arreglando el lugar, también nos dijeron que esos almendros, no producen almendras de verdad sino un fruto incomible. Como quien dice un falso fruto, y que me imaginaba a Gabito comiendo almendras...
creo que no le voy a perdonar a mi amiga haber dejado de mencionar ese detalle (me voy a encargar de que lea para que se sienta mal).
A un lado del camino el colegio García Márquez se encontraba cerrado por ser sábado, amarillo él y me dije que los niños que estudiaban ahí debían estar orgullosos de estudiar en el colegio del Nobel. Luego me acordé de mi colegio de primaria "Santa María del Alcázar", y de que, hoy, más de 20 años después, no tengo ni idea de quién es la santa (ya mismo me pongo a googlearla).

2 comentarios:

  1. excelente Liz, me encanta viajar contigo...de verdad me transportas con cada entrada en este blog ...

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