miércoles, 13 de abril de 2016

La casa del telegrafista

No fue que no me tocaran mariposas amarillas en Aracataca, hubo un par, de las que se ven y de las
que se sienten. En el museo se encuentra una versión selecta de cuentos de Las mil y una noches, esa fue una mariposa. Tal vez por ahí empezó el pequeño Gabo sus lecturas.
Gabriel García Márquez fue el escritor que me ayudó a sentir nostalgia por lo que no viví. Cuando murió su madre no pude evitar llorar, y aunque les insistí a mis papás no me permitieron hacer el viaje a Cartagena para asistir a su funeral. "Después vamos", me dijeron, pero no
entendieron que para mí no se moría una viejita de 97 madre de mi escritor favorito, sino Fermina.
El amor en los tiempos del cólera es la versión de Gabo de la historia de amor de sus padres, y todavía sigue siendo mi novela favorita por el cariño que le tomé desde niña, además de ser el libro que más veces he leído. Un par de escritores creídos me han recriminado mis gustos: que si no conozco a alguien con mejor técnica, que eso ya pasó de moda, que el Boom ya está muy trillado, que es respuesta de reina.
Para mí es y sigue siendo un descubrimiento, y si algún día logro transmitir una escena de amor como las muchas pintadas en el libro, me sentiré orgullosa.
Siempre quise seguir los pasos de esta pareja (y he ido recorriendo pasos en Cartagena pero en Aracataca estaban las huellas de los personajes reales), y qué más romántico que el empleado de la empresa de correos que le escribía telegramas a su novia, que estaba buscando el chance de robársela. Nuestras conversaciones con la gente del lugar nos llevaron a la oficina que aún está en manos de correos nacionales (hoy 472). Me alegró también ver que mantienen el lugar pintado y que guardan algunas reliquias de los tiempos en los que
Florentino, o más bien Gabriel Eligio, trabajaba como telegrafista.
A la entrada encontramos a un hombre que paró el burrito para que me pudiera tomar una foto con él. Nos dijo que le buscáramos cuando volviéramos, nos contó de los trasteos que hacía y me recordó de la amabilidad con la que todos los personajes de los libros de Gabo se prestaban para servir a otros y no lo ven así. Y es que un poco es así nuestra sangre, y sobre todo la de la costa y las islas: personas dispuestas a ser amables con los demás sin ningún interés a cambio (hablo de los lugares no o no tan turísticos). Claro, esto ha ido cambiando con el tiempo, la desconfianza, la indiferencia, el interés, la
preocupación por el tiempo, el encierro en los aparatos electrónicos... nostalgia por cosas que poco conocí...
Salimos del lugar y empezamos a caminar, a buscar sombrita y las otras pequeñas cosas que avisan los viajeros que se deben hacer en Aracata y nos encontramos con la Biblioteca de Remedios la Bella (amarilla, obviamente) y tres hermosas mujeres que sonreían, y esa sonrisa, cualquiera lo sabe, es contagiosa.
Una de las ventajas de que la tierra de Gabo no se haya vuelto turística es que todavía los "nativos" todavía no están aburridos de los visitantes. Y eso lo comprobamos caminando por el sendero de los almendros. En todas las novelas suelen aparecer en uno u otro lado la sombra refrescante de los árboles tumba casas (una amiga que vivía en Barranquilla me contó lo fuertes, grandes e irrespetuosas que son las raíces del arbolote). Unos costeños jugando dominó nos saludaron muy formales y repasaron con nosotros la lista de lugares para visitar, dudando de algunos, y dijeron que estaban muy interesados en que Aracataca fuera mucho más conocida, en que el gobierno se preocupara más por las necesidades,
desde cubrir los problemas de agua que tienen, hasta embellecer el lugar para recibir más gente. Mientras ellos nos hablaban y nos preguntaban de dónde éramos, haciendo sus conjeturas por nuestra manera de hablar, me di cuenta de que muchos de los almendros estaban talados. Ellos me vieron distraída y nos contaron que estaban arreglando el lugar, también nos dijeron que esos almendros, no producen almendras de verdad sino un fruto incomible. Como quien dice un falso fruto, y que me imaginaba a Gabito comiendo almendras...
creo que no le voy a perdonar a mi amiga haber dejado de mencionar ese detalle (me voy a encargar de que lea para que se sienta mal).
A un lado del camino el colegio García Márquez se encontraba cerrado por ser sábado, amarillo él y me dije que los niños que estudiaban ahí debían estar orgullosos de estudiar en el colegio del Nobel. Luego me acordé de mi colegio de primaria "Santa María del Alcázar", y de que, hoy, más de 20 años después, no tengo ni idea de quién es la santa (ya mismo me pongo a googlearla).

martes, 5 de abril de 2016

Las ruinas de Macondo

La entrada de Aracataca tiene un letrero viejo y desgastado, casi invisible, instalado en una gasolinería "Hotel Macondo". Una introducción bastante buena.
Ya me habían hablado muy mal de Aracataca, que era un pueblo polvoriento y caluroso. Y sí, esas dos características no las puedo negar, pero para mí es un descubrimiento cada paso de Gabito, y es que desde los 12 años (o tal vez antes) no ha cambiado mi respuesta sobre mi escritor favorito. Y no es que no conozca más, ni que no lo haya releído con ojos de estudio una y otra vez, es que, sinceramente, fue gracias a la magia de sus letras que un día se me metió la firme idea de ser escritora.
Entramos a las diez de la mañana con un calor impresionante, y recorrimos las calles que parecían más bien las de Macondo en modo Hojarasca. Definitivamente es la tierra del Nobel, porque casi todos los negocios llevan alguna referencia. Macondo, mariposas amarillas, la Hojarasca (a esta última le creo más).
Me doy por bien servida porque el tren nos recibió con su sonido particular, y mientras
nosotros lo veíamos asombrados, la gente esperaba impaciente que sus más de doscientos vagones cargados de carbón desaparecieran para que ellos pudieran pasar los rieles y seguir con su apacible vida.
¿Qué hay para hacer? Le preguntamos a varios,y todos nos señalaban al mismo lugar, el sitio para conocer es el museo. ¿Y ya?... eso parecía, aunque yo tenía mi as bajo la manga, las recomendaciones de viajeros.
Empezamos pues, por el museo. Esta no es la que se supone que era la casa de Gabo (los
chismes dicen que por algún tiempo los papás vivieron a un par de casas del ahora museo, otros dicen que siempre vivieron lejos), pero lo cierto es que esta era la casa del abuelo de Gabo, donde pasó la mayoría del tiempo de su infancia, y donde "conoció" también a su mamá. Para los que no se saben el dato, los papás lo dejaron para irse a vivir con sus hermanos a Barranquilla y cuando volvieron, Gabriel ya no sabía quién era su mamá, pero la reconoció (y después recordó) por el perfume.
Pero hay un par de características que se deben mencionar. Este sitio no es el original, no es una casa restaurada para ser convertida en museo, sino reconstruida; la echaron abajo y luego con información la reconstruyeron. Por otro lado no tiene NINGÚN tipo de ayuda gubernamental o particular, por lo que se mantienen de donaciones para os trabajadores, y la manutención (a ver si esto pasa en los museos dedicados a algún Nobel en algún
otro país del mundo).
Pero, otra vez, no puedo quejarme, los muebles que tienen son originales, la misma mesa donde se sentó Gabito, el escritorio donde trabajaba su abuelo mientras él pintaba en las paredes, la cuna que lo guardó, el taller de química del abuelo, y en la cocina tenían un detalle bien bonito: animalitos de dulce dignos de Úrsula. (yo sé que los amantes de Cien Años de soledad se emocionarán conmigo).
En la parte trasera de la casa un árbol milenario y un humilde y escondido almendro que no podía faltar. También la casa de los guajiros repleta de hamacas y de artículos representativos. Un mural precioso donde se puede escribir algo (y en el que lamenté la pésima imaginación delos visitantes que escribían te amo fulana, o aquí estuvo mengano, o Juan y María para siempre, Pa eso están los cuadernos de colegio).
Además de eso se conservan algunas de las pertenencias del Coronel, entre ellas un par de libros, maletas, etc. El laboratorio de los pescaditos de oro se encuentra también con algunos de sus artículos originales. Y aunque cada cosa tiene una explicación, y las paredes están marcadas con referencias de las obras, hacen falta cosas; un audio guía, un guía constante que pueda contar más cosas de la casa, de la historia.
 Pero luego me acuerdo, esto es Macondo, es Aracata, tal ve de haber las comodidades culturales de otras zonas no sería lo que es. Cito a García Márquez: "Me siento latinoamericano de cualquier país, pero sin renunciar nunca a la nostalgia de mi tierra: Aracataca, a la cual regresé un día y descubrí que entre la realidad y la nostalgia estaba la materia prima de mi obra". Como quien dice, si Aracataca hubiera sido ora cosa, nuestro escritor no hubiera sido quien fue, y tal vez en la nostalgia de su tierra, entre el "crecimiento" desordenado y el "progreso"
relativo, se encuentra la verdadera posibilidad de entender al escritor.
Qué más da si es buena o mala suerte nacer y vivir en un lugar determinado, es la suerte, y nadie tiene una parecida a la de otro. Salí de la casa de su abuelo dejando una buena propina y sabiendo que pisé la tierra en donde creció mi escritor favorito. En las calles, ahora cementadas, corrió mugroso el niño, por ellas fue orgulloso tomado de la mano, y de ellas se marchó porque no tuvo más remedio.