Encuentros
Después de salir del Jardín botánico, me dediqué a caminar por el pueblo, al otro día tendría que salir
a las 5:30 am. Quería aprenderme los caminos de piedra, grabarme los detalles del hermoso pueblo, el Macondo en sus mejores épocas. Me detuve un rato a observar todas las entradas de Bolivar en Mompox, grabadas en piedra como para no olvidar. Pero además de esta piedra, me sorprendió que hay un Jardín de Santander, un sitio del que nadie me había hablado y que se encuentra en el límite e la parte colonial. En la noche pasé de nuevo para observar la iluminación. Cerca a este lugar se encuentra la cancha de fútbol de Mompox y el límite entre el Macondo de los gitanos y el desolado. Ahí mismo es donde más alegría se escucha. Gritos deportivos, asados.
Cuando me fui de ahí pasé por la plaza más grande y encontré de nuevo al francés que estaba en el Jardín Botánico. De nuevo con su cámara envidiable y una cantidad de equipo de iluminación. Vencí la timidez y me acerqué a preguntarle qué hacía. Estaban a punto de filmar un documental de baile. En pocos minutos empezaron a llegar los bailarines (todos hombres) y los músicos ya se estaban poniendo esa vestimenta hermosa banca de tela que parece acartonada pero es suavecita, con ese pañuelo rojo apretando sus cuellos. Tambores, tambores, empezaban a golpear mis oídos.
Pero eso no me impresionó, lo que realmente me maravilló fue ver que los bailarines se ponían ropa de mujer. Faldas de pollera con encajes en colores vistosos.
Yo era de las pocas que estaba atendiendo lo que pasaba, pro a medida de que los del pueblo paseaban por las calles de Mompox se iban quedando, acumulándose en el corrillo de curioso.
Temí un poco por los bailarines, por la manera en que los tratarían. No podemos negar que el machismo es un tatuaje que nos dejó la cultura (y nos sigue dejando). Unos pocos asistentes empezaron a abuchear, a reírse fuerte. De pronto, el director se levantó de su silla con una actitud imponente y habló como si tronara. Sus muchachos habían estado de gira, representando el folclor, estaban muy cansados, no habían comido. ¿Podrían respetarlos y ayudar a terminar pronto la filmación? Y sí. la gente se calló, A modo de admiración, todos, incluso los que estaban bastante influenciados por el alcohol, disfrutaron el espectáculo sin hacer ruido. Ahí me di cuenta de que las trabas y los prejuicios los tenía yo, no ellos.
Disfruté de estos morenos bailando descalzos, sin pudor, orgullosos del
caribe en sus venas. Me iba con el más hermoso de los recuerdos, un cierre de oro para un lugar mágico.
No fue fácil dormir esa noche. Estaba a punto de irme de Macondo, no me podía llevar el Magdalena conmigo, pero me alegró la idea de que pasearía de nuevo en Ferry. Y esta vez, el viaje en verdad fue llevándome sin el menor decoro a la realidad.
Despertarme siempre es difícil, soy animal nocturno, pero lo hice un poco asustada porque conozco mi habilidad para perderme en el lugar más conocido. Me detuve a contemplar la vista desde mi hostal en la madrugada, y tuve que usar mis pulmones para despertar al casero y pagarle la última noche.
Me di cuenta de que estaba exactamente al otro lado del pueblo de donde tendría que tomar el bus, así que aceleré el paso. Pero me tuve que detener, y si ven el amanecer en la foto y les gusta, no se imaginan cómo se ve en vivo. Es más, no se lo imaginen, !vayan!
Al final de la parte colonial empecé a intentar recorrer los pasos contrarios con los que llegué. Era por una cuadra llena de polvo (todas son así), tenía un letrero, un anuncio de una muerte (las pegaron por todo el pueblo). Un perro me empezó
a seguir, el único ser vivo que parecía moverse a esa hora.
No escuchaba el ruido de los buses ni de la gente. Pero de la nada escuché una bicicleta y un señor hermoso pareció. No solo me dijo dónde era, me escoltó. Me contó de sus épocas mozas donde bebía mucho y era muy mujeriego. No lo dijo con orgullo. Después de unos segundos de silencio me dijo que estaba arrepentido, y que ahora que no tenía el cuerpo monumental de su juventud, sí trabajaba para sacar adelante a sus hijos. Me pidió que no me casara con un bebedor ni con un mujeriego, "damos mala vida", me dijo en la puerta del sitio de los buses, y entonces me pidió
despedirse con un abrazo y se fue. José Arcadio, tal vez, que se hizo el muerto y tiene sufriendo a Rebeca en alguna casa. De nuevo Lixa iba camino a Cartagena.
Esta vez cometí el error de subirme al lado donde pegaría el sol toda la mañana, y no tenía mucha opción de cambio. Lo ignoré aunque el calor estaba portándose bastante inmisericorde con esta pobre rola. Esta vez nadie sonrió al subirse al bus, y era obvio, estaban dejando Macondo. Yo tampoco tenía muchas ganas de sonreír. Intenté garabatear un rato, luego leer, y dormir. Este viaje me estaba molestando y ya tenía hambre. Recordaba el salchipapa que no me había alcanzado a comer entero la noche anterior y me atormentaba. Cuando llegamos al puerto, el sol estaba amargado y metido entre las cobijas de las nubes. Lo agradecí, pero también noté cuán diferente lucía el lugar. Si uno abandona Mompox todo empieza a perder la magia.
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