viernes, 31 de julio de 2015

Santiago no sabía

Conocía esa plaza aunque nunca había estado ahí, la conocía porque fue la que le dio cuerpo a los
personajes de la novela de Gabo. Francesco Rosi, acertadamente, escogió como escenario a Mompox para volver película. Los que han visto la película, me imagino, encontrarán conocida la casa de Nasar, y tal vez como a mí, se les vendrá a la memoria el hombre caminando vestido de blanco y perseguido por los dos hermanos Miranda... la puerta cerrada.
Una de mis llegadas a esta plaza (fueron muchas porque me quedé cerca), fue aún más linda que las demás. Dos mujeres estaban
pintando y arreglando la entrada. Me acerqué y les dije que siempre había querido conocerla por dentro (como quien no quiere la cosa), y ellas, muy gentiles me permitieron la entrada, mientras me contaban que en unos meses la casa se convertirá en una estación de venta de artesanía, un lugar para los turistas.
El segundo piso estaba cubierto por la luz amarilla del medio día, y la vista al Magdalena terminó de hacerme feliz. Rosi no hubiera encontrado un lugar más adecuado para traer a la vida esta película.
Cuando estaba dispuesta a salir les dije a las mujeres ¿Santiago ya entró? Las dos se rieron y
una me contestó que Santiago no sabía nada, que era el único que no sabía. Yo que esperaba que no entendieran mi mal chiste, me fui feliz, a sentarme frente a las rejas que cerraban pero que permitía ver el Magdalena pasar.
Este mismo lugar es el puerto que se usó en algunas de las tomas de la adaptación de "El amor en los tiempos del cólera", el hermoso video de Carlos Vives de "Cuando nos volvamos a encontrar" y fue también el sitio de desembarco de contrabando de los españoles por mucho tiempo, un lugar escondido, mágico y bastante conveniente. Un lugar, que una
vez descubierto fue dedicado para el comercio y remate de esclavos, para la reunión de los cuatrocientos valientes de Bolívar.
En la noche la plaza se cubre de luces de colores y música, algunos sitios de comida y una especie de triciclos (cuyo mecanismo no entendí) para distraer a los niños. La imagen de los cachacos y extranjeros tratando de mover las caderas con el reguetón que un DJ pone, me comunica un sentimiento de extravío. No es que yo sea aburrida (o puede que sí), es solo que me actualizaron Macondo y me lo pusieron a la altura de cualquier otro rincón en el mundo.
La última noche estuve comiendo en la plaza, un salchipapa curioso, pues no solo es la salchicha y la papa, sino una capa de queso y una ensalada gigante encima. Además de la cantidad exagerada de la comida, lo que me estaba indigestando era el ambiente. La sonrisa me volvió cuando una pequeñita momposina pasó con su mamá y les enseñó a todos cómo se baila cuando se lleva ritmo en la sangre, cuando bailar es casi tan natural como respirar; en esos momentos sé que soy más cachaca de lo que parezco.
La iglesia de la plaza es también un templo hermoso y,de a poco, entendí la razón por la que es un pueblo tan religioso. Cuando entré en una misa, lo primero que me llamó la atención fue una mujer cargando en brazos a una niña de no más de tres años. Dos mujeres en el púlpito cantaban animadas "Yo buscaba gozo donde no lo había, y al fin en él lo encontré". La pequeña agitaba los brazos emocionada y observaba a su madre moverse de lado a lado, yo veía a la madre contonear las caderas como en cualquier fiesta (y es que era una fiesta), y los pequeños y ya coordinados movimientos de la niña que aferraba un chupo con los dientes; la misa era una fiesta de la que
ella empieza a hacer parte, adorar a Dios es un placer de esos que no necesitan más que alegría para ser disfrutados. Comparé con envidia el recuerdo de mis años infantiles de misa, de esa larga hora en la que recibía un regaño por quedarme dormida, de las palabras repetidas y monótonas del cura (colegio de monjas, le llaman). Sonreí porque quién no iba a sonreír con la pequeña y sus aplausos, ella me sonrió de vuelta; compartía su alegría conmigo. De repente el cura comenzó un recorrido con una gran Custodia dorada, asegurándose de que nadie quedara sin la oportunidad de tener cerca el objeto. Los feligreses se persignaban cada vez
que pasaba por su lado con la alegría de tener el privilegio del objeto sagrado, se sentían parte de algo. Las ancianas cerraban sus ojos con fervor mientras intentaban seguir la letra de la música con sus labios, inventando palabras y pegándose al final de las predecibles. Una mujer en la primera silla parecía bastante extraviada en las letras pero intentaba traducir con los movimientos de sus manos el significado de la canción. Cuando la canción solicitaba que el espíritu se quedara con ella, lo invitaba con sus manos mirando al cielo, rogando por que se hiciera verdad.
Esta pasión, esta manera de vivir, de creer,de hacer con gusto puede ser la clave de vivir, ¿qué sería de la humanidad si le transmitiéramos esas ganas a todo? Gracias a la vida he tenido la oportunidad de cruzarme con personas que entienden esa pasión y luchan por ella.


viernes, 24 de julio de 2015

La muerte en Mompox

Hace dos entradas recibí el hermoso comentario de un lector del blog aclarando la diferencia entre el
mito que corre en Mompox sobre la iglesia de Santa Barbara y la verdadera historia. Le contesté, muy feliz de tener estos encuentros con lectores, y desde entonces he estado pensando al respecto. Más que hacer una recopilación de la historia (para lo que siempre fui muy mala),el blog intenta recoger las leyendas, la cultura popular, esas cosas que se conocen en la voces del pueblo cuando se camina entre él. De tener lectores que puedan enfrentar las leyendas con la realidad, sería este un blog muy nutrido, y espero que en algún momento suceda.
Esta, gratamente es la entrada número veinte del blog, y sigue en Mompox, esta vez empezando con un compañero de escritura (el grillito que no me pude quitar en casi dos horas de la camiseta), y desde el impresionante cementerio del pueblo. 
Ese inicio hermoso blanco e imponente abre la puerta que conecta la vida con la eternidad, las dos llamas que se extinguen o tal vez que iluminan a los que están debajo de la tierra en la memoria de los vivos o en una vida nueva. Caminar el pasillo parece casi todo un rito, quién sabe si se puede encontrar uno un costal repleto de huesos insepultos por el sendero.
Lo primero que impresiona, además del blanco que celebra las vidas que se fueron, es la cantidad de gatos que parecen haberse tomado el cementerio. 
Manuel, mi guía, me cuenta que hace unos años un hombre mandó a su hijo a Bogotá (y cuando me lo cuenta es como si me trasmitiera el castigo que debió significar para el muchacho ser enviado a estudiar a la capital). El jóven, un amante de los gatos, murió en camino por una falla
cardiaca. Entonces, por remordimiento o más bien, en homenaje a su hijo, el padre pone platos de comida para gato encima de la tumba de su hijo.
Le digo molestando a Manuel que el padre está haciendo muy mal trabajo porque los gatos parecen bastante mal alimentados, y entonces me entero de que el hombre ya es un anciano y ha estado enfermo. Yo espero que esté mejor y que los gatos sigan para siempre recordando al muchacho que no quiso jamás abandonar Mompox.
Cuando logro distraerme de los gatos que acuden a saludar, noto los bustos, los homenajes a los personajes de Mompox. Y ahí está Andrés, un bogotano (rolo, me dice con un dejo de disgusto) que fue reprendido por Bolivar por la manera salvaje en la que torturaba y asesinaba a los españoles, desmembrándolos y tirándolos al río. (Le advierto a Manuel que los rolos somos cheveres, él se ríe, creo que no me creyó.) El pueblo se quejó con Bolivar, no solo por la crueldad sino porque sus muertos contaminaban el río del que se alimentaba el pueblo. Andrés accedió y de ahí en adelante amarró a sus víctimas y les tapó la cara, así los mandó al río para que no contaminaran con la sangre. Dice la tradición oral que de niño tuvo que ver como los españoles le quitaban a su papá los testículos y se los colgaban en las orejas. Una tradición de violencia, ¿suena conocido? Andrés ahora mira al horizonte, serio y rudo, después de morir de alguna enfermedad larga como agonía (esa frase es de Gabo, advierto).
Por otro lado se encuentra, junto a la musa de a música (entiendo que no sea la de la literatura porque más que escribir parece cantar), Calendario Obeso, un poeta afro descendiente, hijo natural de un abogado y una lavandera. Gracias a su padre logró estudiar en Mompox y luego en Bogotá. En una época donde el origen y la raza definen el destino, los poemas de este momposino lo destacan por sobre muchos de "buena" familia y piel blanca, pero que no sea yo la que lo defienda, que sea él solo:
"Qué trite que etá la noche,
La noche qué trite etá;
No hay en er cielo una etrella
Remá, remá."


Ahora este cementerio alberga a todos los momposinos, pero no siempre fue así. Antes los que tenían recursos eran enterrados en el cementerio y los demás iban a una fosa común. Fue por esa época donde el peor amarillo nació en Mompox, un brote de cólera que inundó el pueblo cobrando muchas víctimas mortales. No fue hasta la visita de José Celestino Mutis que se descubrió la causa; las lluvias arrastraban al río la descomposición de los muertos de la fosa común. Fue Mutis quien ordenó que todos los entierros se realizaran en el cementerio y de esa manera el brote de cólera fue disminuyendo, aunque me imagino que Florentino siguió en el Ferry pegado de la excusa amarilla.


lunes, 13 de julio de 2015

Mompox es amarillo

 De las cosas que más admiro de Gabo es el color en sus obras. No estoy segura de si es solo mi percepción pero hagamos el ejercicio. Si le preguntaran de qué color es El Amor en los Tiempos del Cólera, apuesto a que responden que es amarilla, pero no creo que es solo la asociación de la edición clásica de pasta amarilla, es la enfermedad, la bandera, es el amor cargado de ilusiones frustradas. 
Pero esa novela, mi favorita, no es lo único amarillo en la obra de Gabo y los ejemplos son claros; las mariposas de Mauricio Babilonia, los pescaditos de oro, el ambiente caliente y el sol clavado en la mitad del cielo, los atardeceres, las luces, las lámparas. 
Hasta pisar Mompox, la tierra más amarilla que conozco, no sabía que había tanto amarillo. No dudo que en su paso por esta tierra el color se le quedara impregnado en las letras para siempre. Mi recorrido en Mompox estuvo plagado de estas maravillosas mariposas, estaban en cualquier lado, me seguían, como si se me salieran del estómago (porque las mariposas de mi estómago son amarillas), los días se veían amarillos, el centro colonial estaba plagado de casas en amarillo, la parte casi rural del pueblo estaba cubierta de polvo amarillo, las iglesias eran amarillas, las luces de los faroles en la noche
eran amarillas y se regaban por el "malecón" como indicándole al Magdalena el camino que debía seguir en la noche. Es Mompox tan amarillo que me contagió y seguro se me pegó en la piel, (varias veces me preguntaron si era de china, de Japón, de Taiwan).
Una de las primeras cosas que pregunté al llegar a Mompox fue de la filigrana, quería conocer un taller. El taller y joyería más grande y conocido se llama Filimompox. Fue el primero que visité, pero parecía que el dueño estaba teniendo un mal día, así que no me quedé mucho, pero sí admiré el trabajo manual. Al siguiente día descubrí a
algunos artesanos que venden en la calle su producción y me quedé hablando con un señor bastante mayor que me preguntaba de qué país venía, hablándome despacio y expresándose con las manos. Bogotá, le digo, y tuve que enfrentar su cara de desilusión, lo consolé diciéndole que al menos era un  poco más oriental que él.
Debido a que fui el fin de semana del día del padre, parecía que ningún taller trabajaba.
Por recomendación de mi amiga, llegué a la hermosa joyería Sam a eso de las once de la mañana. Luego de observar el trabajo le pregunté si había alguien en el taller para ver el proceso y me dijo que no, que su gente solo trabajaba hasta las doce ese día. ¡Estoy a tiempo!, le dije como desconociendo la tierra donde tomo se "toma suave". Ya no debe haber nadie en el taller, me dijo, y nos reímos. Me dio el privilegio de observar mucho más de cerca las creaciones con las que Aureliano Buendía se entretenía. 
Claro que son los mismos de los de Cien Años de Soledad,
me dijo cuando le pregunté si lo creía, "si el otro lugar en donde lo hacían queda en Arabia y no del todo a mano".
Jugué con el pez, sorprendida de la maestría con la que los construyen, del movimiento de las piezas, del diseño, de la textura trabajada en cada capa. Tengo que volver a comprar uno, le dije y le agradecí el privilegio de compartirme su trabajo.
Caminé buscando alguna iglesia abierta, feliz de mi visita a Macondo, preguntándome si este hombre sería descendiente de Petra Cotes, me la recordó su risa (como si la conociera, y bueno, es
que sí la conozco).
La iglesia de San Agustín celebraba con concierto a los padres, y los niños voltearon a mirar cuando entré. Yo les sonreí y ellos sonrieron de vuelta, con esa sonrisa confiada y tímida. Uno de los niños dejó de mirarme y concentró su mirada en una puerta a medio cerrar. Su curiosidad se hizo mía, y me escabullí por ella cuando nadie, creo, me estaba mirando. La sorpresa fue gigante cuando me encontré en la casa de los Buendía, y es que si no es así, no sé cómo es.
Un convento, me enteré cuando traspasé la puerta, y me alegré de que no hubiera nadie por ahí, me alegré de poder
disfrutar a mis anchas mientras los personajes salían de mi cabeza paseándose: Ursula llevando comida, los niños siguiéndola, y entonces José Arcadio se sentó para siempre en el patio debajo de un árbol a pasar el calor (este era de tamarindo). Esta vez no lo van a amarrar,no hará falta.
Las mariposas jugueteaban y yo no cabía de felicidad debajo de los rayos de sol que caían llevándose mi respiración. Pero ante semejante descubrimiento ¡no hay calor que afecte a esta rola!
Sali sin mirar a nadie, con esa emoción reprimida de travesura recién realizada, aunque quería correr solo caminé tratando de disimular esas cosas que explotan dentro de uno. 
Encontré otra joyería abierta pero con las luces apagadas.Un hombre venía detrás y habló como en cámara lenta haciendo rollitos con las manos "a-bri-mos-ma-ña-na". Gra-ci-as, le contesté y seguí caminando debajo del sol, y diciéndole a un momposino que no, que no me estaba derritiendo. "Pero, cómo es posible si el calor me tiene aburrido a mí", yo le sonreí con la evidencia en la cara, la emoción me quitaba el calor.
No pasarán, dice la estatua de la indígena, en la plaza de la libertad con el convento al fondo. La libertad se me hizo amarilla, este lugar liberaba mi mente.
No pasarán; un reto para todos aquellos que quieran arrebatarle la libertad a este pueblo. Pero, ¿cómo se le quita la libertad a un pueblo hecho de sueños? Construido con el mismo material de los anhelos. Los grupos al margen de la ley, y los de la "ley" han pasado, pero parece, que a diferencia de muchas otras regiones, las cicatrices son muy pocas. Y es que no sé si sea posible destruir a Macondo, no sé si sea posible robarle el amarillo. 

sábado, 4 de julio de 2015

Santa Bárbara Bendita


El sol pleno se clava en el cielo, en medio de un azul nítido, acompañado a veces de unas escasas nubes que parecen casi transparentes y con tendencia a la desaparición. Yo levanto los ojos saturados de luz, arrugándolos para poder distinguir algo. “La casa amarilla”, casa de huéspedes me llama hacia su triángulo de sombra, pero no, no tienen cuartos disponibles. En el lugar del viajero hay camas en cuartos compartidos y muchos europeos para los gustos de mi nariz rola que al único olor al que está acostumbrada es al de la leche simplona (a eso nos dicen que olemos, pero si alguno tiene otra idea por favor hágamela llegar).
Me paseo el pueblo en camiseta negra (que me cambio al primer chance), con la cara roja cubierta por un sombrero, la espalda empapada por mi maleta cargada y por fin decido estacionar en el Hostal La Magdalena por treinta mil la noche incluido el aire acondicionado.

Las calles de Macondo están plagadas de seres casi humanos que caminan despacio para que el calor no los afecte tanto, por trabajadores que llevan y traen mercancía en los burros, hombres que me gritan que si entiendo español, que si me caso con ellos muñeca, preciosa, princes, y motos y mototaxis que hace recorridos por mil pesos y la hora por diecisiete mil.
Manuel, un hombre moreno de sonrisa incompleta, me hace un descuento para llevarme a recorrer Mompox a pesar de las pérdidas que le representa llevar solo una persona por el recorrido guiado. 
Me lleva a la primera iglesia, la más bonita, me dice él y yo concuerdo; la Iglesia de Santa Bárbara. Me emociono por primera vez al escuchar tantas Aes juntas, por primera vez escucho el nombre de vocal abierta con toda le belleza que lleva, recuerdo a Amaranta.
La iglesia tiene una arquitectura bastante peculiar. Combina una torre digna de las mil y una noches y una iglesia bastante colombiana al lado. La torre fue hecha por un árabe musulmán para encerrar a su hija. Bárbara, esta mujer que debía llamar la atención en el pueblo por su vestimenta que cubría todo excepto sus ojos, recibía instrucción particular de un profesor cristiano. La relación estrecha tuvo que convertir la atracción en fe ciega, entonces el amor la bautizó al cristianismo. El padre, enojado, mandó a construir la torre de cuatro pisos y encerró a su hija buscando hacerla recapacitar sobre su nueva fe y sus gustos recientes. Pero nadie recapacita cuando el tema no es de razón, ¿verdad?
El segundo piso de la torre tiene un balcón para que Bárbara recibiera el sol y el último piso está decorado con una corona que representa el grado de nobleza de la mujer. El padre, desesperado por la terquedad de su hija, la amenazó con avergonzarla delante de todo el pueblo masculino, y ella se mantuvo firme. El padre mandó a llamar a todos los varones del pueblo a la plaza para que fueran espectadores de como él desgarraba con una espada las vestiduras de su hija, cada trozo de ropa que le arrancaba se convertía en una nube nueva que empezaba a cubrir el cielo. Un espadazo inclusive le hirió un seno. Bárbara seguía firme en su fe, y el padre se la llevó a un sitio lejano en donde pretendía cortarle la cabeza. El día soleado se contradijo con una tormenta salida de la nada y cuando él extendió el brazo para tomar fuerza, un rayo lo alcanzó acabando con su vida.
Dicen que dentro de la iglesia se encuentra una estatua de Bárbara sosteniendo la cabeza de su padre pero no lo pude comprobar porque no abrieron la iglesia. Y en el pueblo nadie supo por qué, si tienen otras siete iglesias me imagino que no tienen por qué quejarse.
La iglesia fue erigida posteriormente para honrar a la Santa. El guía me advirtió lo cierto del dicho, después de un rayo, no hay Santa Bárbara que valga.
Mompox de Santa Cruz recibe su nombre en 1537 por su fundador, aunque Alonso de Heredia se suponía era el primero en llegar, tuvo que ir a Cartagena a salvar a su hermano Pedro de la cárcel, pero cuando llegó ahí fue también encarcelado. Esto me lo cuenta Manuel mientras se detiene a comprar por mil pesos una mazorca a una mujer que grita "maíz" en una bicicleta. Es el primer lugar en el mundo en el que veo que cocinan la mazorca con cáscara. Es bastante delgada y de granos pequeños. Más bien dulce, lo descubro cuando mi guía, amablemente, me alcanza la mazorca y me dice que la parta en dos. Creo que nunca me había llegado el maíz tan cerca al corazón.

La iglesia de San Francisco se acompaña de un convento y colegio al que asisten los hijos de la comunidad adinerada de Mompox. Manuel dice que nadie del común tiene la oportunidad de estudiar ahí, y yo me río porque es una comunidad franciscana la más chic, me imagino que de haber estudiado en Mompox, Nena Daconte y Fermina Daza hubieran sido compañeras en este colegio.
En Mompox tierra de Dios, me informa mi guía, no han habido asesinatos por robos ni muertes violentas en muchos años. El último fue Santiago Nasar, digo yo, y con eso propongo nuestra siguiente parada. ¿No es hermoso cuando un guía ha leído tanto a Gabo que entiende este tipo de chistes flojos?
Y en este son pacífico estamos cuando un paisa se baja enojado (y por la manera en la que arrastra y baila su lengua entre las palabras, diría yo que borracho) y un dueño de moto inician una discusión por el dinero a pagar. Manuel se pone de pie para que el turista sepa que el compañero no está solo y su compañero se envalentona poniéndose de pie ante las amenazas del paisa de romperle la cara (en caso de que lograra atestar un golpe, pienso yo). Al final su etapa de violencia queda solo en las palabras y en la calentura. Mompox es tierra de Dios, confirmo. El conductor deja su orgullo y abandona la escena a pesar de los insultos que siguen saliendo del cachaco.