Siguiente parada: Macondo
Estaba montando una entrada a la que iba a llamar "Sin herramienta" contando un poco el accidente que tuvo mi cámara, pero creo que puede esperar, por ahora necesito comunicar la mágica experiencia que tuve en mi último viaje. Basta por ahora con que sepan que no tuve a "Metiche" (la cámara) en mi viaje a Santa Cruz de Mompox, Bolivar. Entenderán que las fotos tuvieron que ser tomadas con el celular.
¿Cómo llegué allá? Una de mis más duraderas amigas (cuya amistad se forjó a punta de conversaciones sobre Gabo y su obra para esquivar un poco los días de ingeniería) tuvo que mudarse a Cartagena por cuestiones laborales y de corazón (no hablo de ninguna enfermedad). Sus exploraciones por la costa la llevaron un día a informarme que después de explorar muchos sitios había logrado localizar Macondo. "Y no es Aracataca. Tenemos que ir", me dijo. Y bueno, tan pronto como los planetas se alinearon aterricé en Cartagena y en el aeropuerto me recogió esta pareja oriunda de Boyacá, con su pinta muy rola después de cuatro años costeros (siguen pareciendo turistas rolos), y con esa energía que manejan entre ellos que de una vez le asegura a uno que tienen que estar juntos para que el mundo siga girando.
Se suponía que prepararíamos el viaje para las
dos, y tal vez para los tres, pero las cosas, afortunada y desafortunadamente, nos salen como uno las planea. Mis anfitriones estaban ahogados entre las cajas que los devolvería al centro del país en pocos días, por lo que aproveché para entrometerme en la historia de su despedida de Cartagena por unos días, además de hacer el recorrido turístico de Gabo por la Heroica (eso va para otra entrada).
De cualquier manera, la buena voluntad de mis amigos ayudó a planear mi fuga hacia Macondo, y el sábado en la mañana estábamos muy madrugados y medio dormidos en el terminal. Las opciones para llegar directamente a Mompox no son muchas. Se puede hacer el recorrido completo en carro pasando por el actual único puente de Mompox, pero desde Cartagena el viaje es muy largo. La segunda opción es ir hasta Magangué, subirse a una Chalupa y al llegar tomar un taxi, una moto, o algún carro. La tercera opción, la que yo tomé, puede no ser la más rápida pero sí la más
mágica. Un bus desde Cartagena que se sube en un Ferry en Magangué y al llegar termina el recorrido (y me imagino que como iba para Mompox, en el tiquete tenía que ser a nombre Lixa).
Para hacer del trayecto una verdadera experiencia, el día anterior me había machacado un dedo, y más de doce horas después seguía sangrando, "Tu Rastro de Sangre en la Arena", tenía que empezar a aclimatarme.
mágica. Un bus desde Cartagena que se sube en un Ferry en Magangué y al llegar termina el recorrido (y me imagino que como iba para Mompox, en el tiquete tenía que ser a nombre Lixa).
Para hacer del trayecto una verdadera experiencia, el día anterior me había machacado un dedo, y más de doce horas después seguía sangrando, "Tu Rastro de Sangre en la Arena", tenía que empezar a aclimatarme.
Empecé con el pie derecho el viaje, me acomodé en la silla y esperé a que partiera el bus. Cuando la encargada de los tiquetes (la misma vendedora que minutos atrás parecía no tener idea de absolutamente nada), me avisó que estaba en el bus para Montería (menos mal que de eso sí tuvo idea, porque de lo contraria estaría contando mis aventuras en Montería). Cuando subí al bus correcto el saludo fue bastante efusivo, un niño de ojos indios me sonrió con la mirada. Ya empezaba a ser un viaje amable.
Intenté dormir por lapsos en una carretera un poco maltratada,
pero me distraía el paisaje de casas de paja, de los niños felices en pantaloneta jugando en la calle, de las gallinas afuera de los ranchos y me hacía a la idea que en un paisaje similar debió inspirarse Gabo cuando escribió "En este pueblo no hay ladrones", incluso "El coronel no tiene quien le escriba". Si no eran esos pensamientos los que me distraían del sueño, era uno de los pasajeros que llevaba un conejo en su mochila y se había convertido en el centro de atención de los niños. También me despertaban constantemente los vendedores de arepa'e huevo, empanadas y quesos que por poco me tientan a pesar de lo poco higiénico que se
veían los canastos; ya hacía hambre casi al medio día. Cuando el carro se detuvo, un hombre enseñaba su puesto ambulante y aseguraba tener combos muy baratos de pastel de cerdo y pollo (todavía podía aguantar más).Una de las mujeres del bus dijo que le compraba si tenía sopa. El hombre se quedó callado esperando que fuera un chiste. Lo fue para mí, pero ella hablaba muy en serio e incluso le molestó la negativa.
Por fin el conductor nos pidió bajar y me encontré de frente con el río Magdalena en toda su inmensidad. Un corriente invisible que carga con pequeños barcos y una constante marcha de plantas verdes (si alguien sabe el nombre se lo recomiendo). Lo que me revolvió el alma fue recordar en la voz de Gabo escuchada apenas un día atrás (en el tour de la Cartagena de Gabo) los viajes que hacía por el Magdalena en Ferry y cuán mal se sentía de que esos viajes no se hicieran más. Me imagino que hablaría de algunos recorridos en específico, pero yo tendría la oportunidad de hacer el viaje, sobre esta serpiente gigante,el río que me mostraron tantas veces en el mapa y cuyo recorrido nunca aprendí porque me parecía muy aburrido (bueno, tendrían que haberme enseñado así).
El muchacho del conejo se dirigía muy seguro al Ferry así que lo seguí. Mientras me acercaba pensaba en la compañía de Ferrys de Florentino Ariza, iba yo a montar en uno no tan lujoso, pero todavía Ferry. La pintura fresca dibujada en la pelvis de una mujer, el "hasta cuando cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo", y en cualquier mujer negra y hermosa me imaginaba a Leona. Me encontré a punto de hacer un viaje de 45 minutos en un Ferry de dos pisos con hamacas, costeños felices y compartía mi emoción con los niños que corrían emocionados hasta que un trabajador los regañó. Los envió al segundo piso, y como pensé que los regañaban por estar emocionados, tomé el llamado de atención para mí también y me subí.
Intenté dormir por lapsos en una carretera un poco maltratada,
pero me distraía el paisaje de casas de paja, de los niños felices en pantaloneta jugando en la calle, de las gallinas afuera de los ranchos y me hacía a la idea que en un paisaje similar debió inspirarse Gabo cuando escribió "En este pueblo no hay ladrones", incluso "El coronel no tiene quien le escriba". Si no eran esos pensamientos los que me distraían del sueño, era uno de los pasajeros que llevaba un conejo en su mochila y se había convertido en el centro de atención de los niños. También me despertaban constantemente los vendedores de arepa'e huevo, empanadas y quesos que por poco me tientan a pesar de lo poco higiénico que se
veían los canastos; ya hacía hambre casi al medio día. Cuando el carro se detuvo, un hombre enseñaba su puesto ambulante y aseguraba tener combos muy baratos de pastel de cerdo y pollo (todavía podía aguantar más).Una de las mujeres del bus dijo que le compraba si tenía sopa. El hombre se quedó callado esperando que fuera un chiste. Lo fue para mí, pero ella hablaba muy en serio e incluso le molestó la negativa.
Por fin el conductor nos pidió bajar y me encontré de frente con el río Magdalena en toda su inmensidad. Un corriente invisible que carga con pequeños barcos y una constante marcha de plantas verdes (si alguien sabe el nombre se lo recomiendo). Lo que me revolvió el alma fue recordar en la voz de Gabo escuchada apenas un día atrás (en el tour de la Cartagena de Gabo) los viajes que hacía por el Magdalena en Ferry y cuán mal se sentía de que esos viajes no se hicieran más. Me imagino que hablaría de algunos recorridos en específico, pero yo tendría la oportunidad de hacer el viaje, sobre esta serpiente gigante,el río que me mostraron tantas veces en el mapa y cuyo recorrido nunca aprendí porque me parecía muy aburrido (bueno, tendrían que haberme enseñado así).
El muchacho del conejo se dirigía muy seguro al Ferry así que lo seguí. Mientras me acercaba pensaba en la compañía de Ferrys de Florentino Ariza, iba yo a montar en uno no tan lujoso, pero todavía Ferry. La pintura fresca dibujada en la pelvis de una mujer, el "hasta cuando cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo", y en cualquier mujer negra y hermosa me imaginaba a Leona. Me encontré a punto de hacer un viaje de 45 minutos en un Ferry de dos pisos con hamacas, costeños felices y compartía mi emoción con los niños que corrían emocionados hasta que un trabajador los regañó. Los envió al segundo piso, y como pensé que los regañaban por estar emocionados, tomé el llamado de atención para mí también y me subí.
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