lunes, 29 de junio de 2015

El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre


Un señor grande me preguntó si era del interior del país. Se me notaba, dijo. Y se me nota mucho, porque por más que el sol me pegue, mi color de rana platanera permanece, El que va a Mompox una vez, quiere volver, afirmó. Me imagino, le dije, pero no, no me imaginaba que iba a encontrar cosas tan maravillosas. 
En ese momento empezó otro clima, otro universo. Todos se sonreían y hacían chistes, dos niños me presentaron a su perra, Estrella y el muchacho del conejo permitió que los demás pasajeros conocieran a su mascota. Todos estábamos ansiosos por que el Ferry comenzara su recorrido por el Magdalena. 

Entonces un hombre se subió, así como cuando se suben a los buses a pedir dinero, pero esta vez el espectáculo fue hermoso. Se presentó como Tres Peos cuando una mujer le llamó señor. Dio un discurso que trataba de definirse entre lo político y lo religioso, bastante contradictorio pero hermoso. Nos ofreció sus servicios para que llegáramos a salvo al otro lado, orando para reprender demonios, espíritus malos, pensamientos negativos y maldiciones de los enemigos. Nos advirtió que la hora en la que subíamos era la hora de Satanás, pero gracias a sus rezos no tendríamos que temer, de cualquier manera pidió perdón a Dios por nuestros pecados en caso de que se hundiera el Ferry. Se puso la mano en la boca en forma de micrófono y empezó a cantar, por varios minutos, una canción que parecía recién inventada. Enojado, luego, por una mujer que dormía en una hamaca, le advirtió que Dios pedía no dormir para no morir. Soy muy religiosa, le aclaró a la mujer, y una ola de risas y comentarios en acento costeño empezaron a cuestionarlo sobre su salida del closet.
El tono entonces le cambió y entendí que este hombre, de Mompox, que viaja de lado a lado del río, es un habitante de Macondo. Thank you, yes, dijo, y empezó a asegurar que por su sangre corría la sangre de uno de los 400 valientes de Mompox que apoyaron a Simón Bolivar, quien dijo que si Caracas le dio la vida, Mompox le dio la gloria. "Yo también fui militante", dijo este hombre al que bien lo podían amarrar a un árbol, y la gente empezó a hacer mofa, preguntándole cuántos años tenía realmente. Él, siendo escuchado solo por mí, dijo que peleó por la causa de Gaitán. ¿Cuál era la causa de Gaitán?, me pregunté, y no entendí por qué se reían los demás. Nadie que esté vivo en Colombia puede decir que no ha estado en guerra, pero a él le cambió la perspectiva de la realidad.
"Yo hablé en el vientre de mi mamá", dijo después, y todo aquel que habla en el vientre de la madre está destinado a ser adivino pero la madre no debe decírselo a nadie. Su madre, contó, lo abandonó debajo de un palo de mango, tal vez por miedo a su hijo adivino. Uno de sus hijos, de los que no sabe nada, habló también antes de nacer. Entonces, después de ese instante de nostalgia que le hacía brillar los ojos, sacó una guacharaca
imaginaria y se puso a cantar, según él, como Diomedes, pero ni siquiera la canción era un vallenato. Se despidió en muchos idiomas, idiomas que solo él habla y entiende. Se bajó del Ferry dejándonos su energía hermosa, yendo a comprar algo de comer para pasar el clima que hace que el diablo suba a sudar.
Casi una hora de camino incluyó el encuentro de tres ríos cerca a Pinillos, una vegetación verde y poblada, un cielo azul de nubes dibujadas por impresionistas y varias casas a la orilla del río. El agua, oscura, revuelta, con algunas pequeñas islas (de tarros de Texaco, bolsas de FAB, paquetes de Detodito) se dejaba manejar debajo del Ferry que atravesaba tranquilo mientras los pasajeros celebraban la apertura de la tienda, comían y luego arrojaban al pobre río sus desechos. 
Me sorprende que el río siga fluyendo y aguantando las sobras de nosotros (y tantos de nosotros que la guerra alguna arrojó en estas mismas aguas). Me entristecí un poco por el mal que hace nuestra especie; ya no vería los Manatíes llorando y paseando sus crías. Al menos tampoco vería cadáveres arrastrados por la corriente.
Como si las llamara para alegrarme la desilusión, aparecieron algunas mariposas amarillas que empezaron a revolotear. No serían las últimas, Mompox está llena de ellas, y cada vez que las
veo no puedo evitar que mi estómago se revuelva de la emoción.
El Ferry llegó a tierra firme, y una vez en el bus, seguimos el recorrido con la confianza de hablar unos con otros, todos emocionados por volver a ver las iglesias, preparados para un calor "más bravo" del que ya hacía. Uno a uno se fueron despidiendo, dándome consejos y expresándome admiración por viajar sola, deseándome una estadía placentera y tranquila. "Esto es muy seguro, no se preocupe". Mompox es tierra de Dios, donde nadie mata por robar, como en otros lados, me dijeron.
A este mundo es eternamente reciente, entendí, que mis consciencias ambientalistas, mis discursos ecológicos no han llegado, que no se entienden las consecuencias más básicas. Se ve en los ojos de ilusión de los momposinos que vuelven a casa, es un mundo nuevo de mariposas amarillas.  
Llegamos a la estación de buses entre polvo, a solo dos cuadras de la zona colonial. Ahí por veinte mil ofrecían habitaciones con "todos los juguetes". Les agradecí el ofrecimiento admitiendo que quería buscar otro sitio y, después de recorrer un par de  cuadras, llegué al Macondo (o tal vez hacía un rato que estaba ahí).

viernes, 19 de junio de 2015

Siguiente parada: Macondo

Estaba montando una entrada a la que iba a llamar "Sin herramienta" contando un poco el accidente que tuvo mi cámara, pero creo que puede esperar, por ahora necesito comunicar la mágica experiencia que tuve en mi último viaje. Basta por ahora con que sepan que no tuve a "Metiche" (la cámara) en mi viaje a Santa Cruz de Mompox, Bolivar. Entenderán que las fotos tuvieron que ser tomadas con el celular.
¿Cómo llegué allá? Una de mis más duraderas amigas (cuya amistad se forjó a punta de conversaciones sobre Gabo y su obra para esquivar un poco los días de ingeniería) tuvo que mudarse a Cartagena por cuestiones laborales y de corazón (no hablo de ninguna enfermedad). Sus exploraciones por la costa la llevaron un día a  informarme que después de explorar muchos sitios había logrado localizar Macondo. "Y no es Aracataca. Tenemos que ir", me dijo. Y bueno, tan pronto como los planetas se alinearon aterricé en Cartagena y en el aeropuerto me recogió esta pareja oriunda de Boyacá, con su pinta muy rola después de cuatro años costeros (siguen pareciendo turistas rolos), y con esa energía que manejan entre ellos que de una vez le asegura a uno que tienen que estar juntos para que el mundo siga girando. 
Se suponía que prepararíamos el viaje para las
dos, y tal vez para los tres, pero las cosas, afortunada y desafortunadamente, nos salen como uno las planea. Mis anfitriones estaban ahogados entre las cajas que los devolvería al centro del país en pocos días, por lo que aproveché para entrometerme en la historia de su despedida de Cartagena por unos días, además de hacer el recorrido turístico de Gabo por la Heroica (eso va para otra entrada).
De cualquier manera, la buena voluntad de mis amigos ayudó a planear mi fuga hacia Macondo, y el sábado en la mañana estábamos muy madrugados y medio dormidos en el terminal. Las opciones para llegar directamente a Mompox no son muchas. Se puede hacer el recorrido completo en carro pasando por el actual único puente de Mompox, pero desde Cartagena el viaje es muy largo. La segunda opción es ir hasta Magangué, subirse a una Chalupa y al llegar tomar un taxi, una moto, o algún carro. La tercera opción, la que yo tomé, puede no ser la más rápida pero sí la más
mágica. Un bus desde Cartagena que se sube en un Ferry en Magangué y al llegar termina el recorrido (y me imagino que como iba para Mompox, en el tiquete tenía que ser a nombre Lixa).
Para hacer del trayecto una verdadera experiencia, el día anterior me había machacado un dedo, y más de doce horas después seguía sangrando, "Tu Rastro de Sangre en la Arena", tenía que empezar a aclimatarme. 
Empecé con el pie derecho el viaje, me acomodé en la silla y esperé a que partiera el bus. Cuando la encargada de los tiquetes (la misma vendedora que minutos atrás parecía no tener idea de absolutamente nada), me avisó que estaba en el bus para Montería (menos mal que de eso sí tuvo idea, porque de lo contraria estaría contando mis aventuras en Montería). Cuando subí al bus correcto el saludo fue bastante efusivo, un niño de ojos indios me sonrió con la mirada. Ya empezaba a ser un viaje amable.
Intenté dormir por lapsos en una carretera un poco maltratada,
pero me distraía el paisaje de casas de paja, de los niños felices en pantaloneta jugando en la calle, de las gallinas afuera de los ranchos y me hacía a la idea que en un paisaje similar debió inspirarse Gabo cuando escribió "En este pueblo no hay ladrones", incluso "El coronel no tiene quien le escriba". Si no eran esos pensamientos los que me distraían del sueño, era uno de los pasajeros que llevaba un conejo en su mochila y se había convertido en el centro de atención de los niños. También me despertaban constantemente los vendedores de arepa'e huevo, empanadas y quesos que por poco me tientan a pesar de lo poco higiénico que se
veían los canastos; ya hacía hambre casi al medio día. Cuando el carro se detuvo, un hombre enseñaba su puesto ambulante y aseguraba tener combos muy baratos de pastel de cerdo y pollo (todavía podía aguantar más).Una de las mujeres del bus dijo que le compraba si tenía sopa. El hombre se quedó callado esperando que fuera un chiste. Lo fue para mí, pero ella hablaba muy en serio e incluso le molestó la negativa.
Por fin el conductor nos pidió bajar y me encontré de frente con el río Magdalena en toda su inmensidad. Un corriente invisible que carga con pequeños barcos y una constante marcha de plantas verdes (si alguien sabe el nombre se lo recomiendo). Lo que me revolvió el alma fue recordar en la voz de Gabo escuchada apenas un día atrás (en el tour de la Cartagena de Gabo) los viajes que hacía por el Magdalena en Ferry y cuán mal se sentía de que esos viajes no se hicieran más. Me imagino que hablaría de algunos recorridos en específico, pero yo tendría la oportunidad de hacer el viaje, sobre esta serpiente gigante,el río que me mostraron tantas veces en el mapa y cuyo recorrido nunca aprendí porque me parecía muy aburrido (bueno, tendrían que haberme enseñado así).
El muchacho del conejo se dirigía muy seguro al Ferry así que lo seguí. Mientras me acercaba pensaba en la compañía de Ferrys de Florentino Ariza, iba yo a montar en uno no tan lujoso, pero todavía Ferry. La pintura fresca dibujada en la pelvis de una mujer, el "hasta cuando cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo", y en cualquier mujer negra y hermosa me imaginaba a Leona. Me encontré a punto de hacer un viaje de 45 minutos en un Ferry de dos pisos con hamacas, costeños felices y compartía mi emoción con los niños que corrían emocionados hasta que un trabajador los regañó. Los envió al segundo piso, y como pensé que los regañaban por estar emocionados, tomé el llamado de atención para mí también y me subí.

jueves, 4 de junio de 2015

Cuidado con lo que pisas

En South Point existe una playa llamada Papakolea o Mahana. Se le conoce más como Green Sand Beach, porque es una de las cuatro playas en el mundo con arena verde. De las pocas cosas de las que me arrepiento fue de no traer conmigo un poco de ella. La tradición popular habla de este lugar como un antiguo volcán, y este sería el cono de entrada. La tradición no debe estar tan lejos de la ciencia pues la razón por la que esta playa es verde es un mineral llamado Olivino, rico en hierro y magnesio y componente común en la lava volcánica. El mineral parece un diamante y le llaman diamante verde o
hawaiiano. De alguna manera al llegar a esta playa estaban mis pies sobre diamantes. Comparar el sentimiento con el que debe tener la realeza no es exagerar. El camino, a pie, de casi dos horas a paso tortuga muestra los contrastes de colores vivos. Mis ojos nunca se deleitaron tanto como en el tiempo en el que se pasearon por la isla. ¿No es un privilegio real?
El paisaje muestra ruinas por el camino, que se pierde uno si va en cuatro por cuatro. Es un camino difícil por las tierras áridas y amarillas
que contrastan con el verde de las orillas y el mar azul intenso,
Cuando se desciende hasta el agua, ver hacia arriba resulta un espectáculo asombroso, el cielo corona la arena verde y parece indicar que no existe nada más. Tener bajo los pies diamantes, estar cubierto por unas piedras en forma de cono que sube al cielo, al otro lado ver el mar... no me parece que palabra paraíso desentone con este lugar.
Continuamente, en mis reflexiones, en mis viajes, observo mis pies, los zapatos míos y los de los transeúntes. Son la representación de
andar, de conocer, de recorrer. Y en una de estas vistas observé muchos cangrejos que no eran tan visibles porque parecían transparentes a veces, o simplemente del tono verde de la arena misma, cangrejos enanos que no supe si era bebés o era su tamaño adulto. Me devolvió a la niñez este pensamiento; por años recibí reprimendas por andar agachada mirando al piso, todavía, de vez en cuando me choco con algo por hacer lo mismo. Lo hacía porque mi abuelo me dijo alguna vez que siempre mirara al piso, que me podría encontrar tesoros si observaba con
cuidado. Y así ha sido, los cangrejitos vinieron a confirmar su teoría.
Además, esta zona de South Point tiene corrientes de aire muy fuertes, y le agregan al panorama la visión maravillosa de los molinos de viento que generan energía. Cada vez que veo uno de ellos no me puedo dejar de imaginar a don Quijote. Andaría muerto del calor y tal vez inclinado como los árboles que ya crecen torcidos por el continuo soplo de viento.
Pero los molinos por montón en la
isla, y el laboratorio de energía solar solo me recuerdan que Hawaii es uno de esos pocos lugares de la tierra donde todavía hay interés de conservar la naturaleza, de cuidar la vida. Es esta tierra escogida donde los habitantes tienen cuidado del lugar donde pisan. Cuando veo la destrucción de nuestros páramos, los derrames de petróleo, la explotación indiscriminada de la naturaleza, el sacrificio innecesario de animales, pienso que la mayoría de nosotros no sabemos lo que pisamos. No pretendo que salgamos en
bandada a castigar al presidente que prefiere llenar sus bolsillos en lugar de salvar la naturaleza (aunque no me parece tan mala idea tampoco). sino que empecemos por lo básico, por tirar el papel a la calle de la ciudad donde vivimos, por usar menos el carro, por reciclar. Por amar este planeta, que no le pertenece a los que tienen billetes de papel, sino a todos los que pasamos por él.
Estamos siempre de pie bajo material precioso, tierra sagrada, la naturaleza, nuestra proveedora de vida.
Por último les dejo la propaganda de la película "El abrazo de la serpiente", me sensibilizó un poco más con este tema y creo, que en definitiva, es la mejor película colombiana de todos los tiempos.