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La vida es sagrada


Antanas Mockus, un matemático colombiano (que infortunadamente no llegó a ser presidente) comenzó una política que cambió muchas cosas en Bogotá cuando fue alcalde. "La vida es sagrada".
Desde ese entonces ha defendido sus ideas con métodos pedagógicos que todos rechazaron al principio y ahora saben que fueron exitosos.
Esta política de respeto la reviví de manera hermosa en Kona. Entiendo que el tipo de cosas que voy a contar sean "normales" en un sitio tan pequeño como una isla, pero en verdad me gustaría que este modelo se repitiera en lugares más grandes.
Un día Kona despertó con la triste noticia de un accidente de carro que dejó tres jóvenes muertos. Aunque busqué en las noticias locales y en las redes sociales, no decía nada de las
circunstancias, de las razones (algo que tal vez busco por lo que los medios amarillistas a los que estoy acostumbrada). Al parecer los muchachos venían tomados de una fiesta y se salieron de la carretera. No escuché ni leí comentarios de juicio, antes la gente parecía unida y dispuesta a ofrecer apoyo a las familias. En la carretera, donde ocurrió el accidente, un espacio se cubrió de flores, letreros, fotos, peluches, cartas, recordando a los desaparecidos (y ahí se quedaron los recuerdos, no hubo nadie que se los llevara). En esos días el trancón que se hizo fue monumental porque los carros pasaban despacio
para respetar el sitio, para darles a los visitantes un espacio en el que se sintieran tranquilos. ¿Estoy muy loca para desear tener eso en nuestra ciudad y país? ¿Estamos tan acostumbrados a las muertes que dejamos pasar tantas a diario sin que nos importe?
Bueno, la vida que se aprecia no es solo la humana. Los animales hacen también parte del paquete. Los carros paran para que una familia de patos o pollitos salvajes crucen el camino. Hay avisos de burros y cabras salvajes en carretera, prohibiciones expresas "no tocar las tortugas", o los delfines, o las focas marinas con penas de
cárcel. Pero no son solamente hay advertencias, también explicaciones. Dejénme que les cuente mi aventura.
En cada paso que doy, encuentro gente de energía hermosa, que me ofrece su mano, su brazo, su ayuda y eso es lo que continuamente me renueva la fe en la humanidad. Mientras estuve en Hawaii conseguí un pequeño contrato en una finca cafetera. Los Caficultores, en su mayoría, son personas muy amables y empiezan charlas interesantes. Uno de ellos escuchó la historia de por qué resulté en Hawaii (¿por qué no?) y me
dijo que él y su esposa tienen la costumbre de nadar los sábados con delfines salvajes, me propuso llevarme si así lo deseaba. Y esperé emocionada el día.
En la introducción del parque de Hookena (donde me llevó esta pareja que además hospedaba a dos japonesas de inglés precario y muchas señas) explican que los delfines viven muy cerca de la orilla, ahí duermen y que incluso durmiendo se mueven, por eso no se les debe molestar. La regla es acercarse, pero no demasiado, a menos de que ellos se acerquen (esa es la regla popular). Esperamos pacientemente, pero no se
presentaron, por lo que más bien decidieron llevarme a dar una vuelta por el coral cercano. Un pez amarillo y un poco azul, atravesado con líneas negras, el ver y morado de labios gruesos, toda la bandada de buscando a Nemo, gusanos de mar, cangrejos rojos, un espectáculo impresionante, pero los delfines no aparecieron. Tampoco lo hicieron el siguiente fin de semana en que fui con ellos, ni las dos siguientes veces. Aparentemente es más fácil encontrarlos en las horas de la mañana pero fueron esquivos conmigo, hasta ese fantástico día en el que ya no
lo fueron más. Sentada en la playa de arena negra, vi como se levantaban dos delfines juguetones sobre el agua, y ya preparada con el equipo de snorkeling, fui a su encuentro, con el corazón a mil, tal vez por las ansias, la emoción, o mi estado físico (digamos que la emoción). Después de unos minutos escuché un pequeño chillido y cuando volví la cara hacia el agua vi un conjunto de diez delfines que incluía a un bebé que nadaba muy de cerca a otro (me imagino que su madre). Para mí, la vida me había dado un reglado suficiente, pero tenía que esperar por más. Por turnos, estos majestuosos animales, salieron del agua impulsados, dando vueltas y gritando con un tono muy agudo. Daban vueltas,

bailaban ofreciendo el mejor espectáculo que han presenciado mis ojos, No temieron, y tuvieron razón en no temer. Ninguna de las personas que estaba conmigo trató de lastimarlos, ninguno de nosotros los tocó, respetamos su vida y agradecidos nos devolvimos a la costa.
Algunas reglas antiguas siguen en pie. La gente que pesca (al menos la mayoría), no lo hace por deporte. Si no se lo van a comer, no lo sacan del agua y por eso hay permiso de pescar en cualquier parte de la isla.
Estuve en Santa Marta en los días en que murieron tantos peces por pesca con dinamita. Tuve la fortuna de no observar con mis propios ojos tan triste espectáculo. Pero sí vi otros penosos. El mar sucio, las botellas libres que al fin la brisa se lleva al mar, mis hermanos colombianos orgullosos de no recoger su propia basura porque ¿están de vacaciones? Nuestra cultura de alguienmásloharápormí tiene que parar ahora. No es raro que en estas costas los animales no estén cerca, me dolió mucho ver los corales destruídos porque la gente camina sobre ellos y los parte. Me dio vergüenza ver las latas de águila y Postobón alojadas en el fondo del mar. Recibí burlas por recoger basura de la playa y sacar botellas del mar, aparentemente este trabajo no es digno y tratar de devolverle un poco a la naturaleza, es ridículo en nuestra cultura. Es hora de parar de criticar y empezar a actuar. De entender que no
hay otro mundo que este que pisamos.
Pero no todo fue malo, después de un viaje en lancha de bahía concha a una pequeña bahía para hacer snorkeling, se habló un poco de los cuidados del coral, y vi una población variada de peces... no todo está perdido. Debemos cambiar la cultura cambiando primero nuestra mentalidad, necesitamos entender que cuidar la naturaleza, escuchar consejos y obedecer normas no es muestra de debilidad, es símbolo de progreso.
Volviendo a Kona, en un hotel llamado Hualalai, estacioné la moped (la única moto, como siempre), y recorrí los caminos antiguos de los hawaiianos, el hotel aún los cuida. Una de las primeras advertencias fue sobre las tortugas, que este es un lugar en donde ellas han descansado por

cientos de años. La petición de los avisos decía "déjelas descansar". Vi muchas tortugas en este lugar, más de treinta y todas ellas descansando, y no molestarlas tiene mucha lógica, por esos días de corrientes fuertes debieron pasar por muchos problemas para llegar hasta la orilla. Todas ellas dormían.
En este hotel no hay muchos lugares para nadar por lo que hay un pequeño pozo con variedad de peces para observar haciendo snorkeling. Además de tortugas y peces, una gran variedad de aves visita el sitio. Me imagino que los animales siguen visitando los sitios donde se sienten cómodos y seguros.
Los sitios de la isla están señalados con una estrellita de mar.

También un mapa de Santa Marta (sacado de http://www.centrodebuceoaquasport.com,página a la que NO estoy recomendando, no los conozco pero tienen un mapa muy bonito)

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