jueves, 30 de abril de 2015

El paquete completo

Nunca he pensado en mí como una persona de playa. En Hawaii me cambió el concepto, por varias razones. Nunca fui de acostarme a esperar que la piel me cambie de color (me gusta el mío por más blanco que sea, y lo otro es que no me bronceo por más sol que reciba), pero aprendí lo delicioso que es leer con el rumor de las olas, acostada sobre arena tibia, dormir un rato a la sombra de una palmera y despertarme para ver una tortuga a mi lado, o tal vez una ballena saltando. Observar y pensar o dejar de hacerlo hasta que el sol se vaya con esos ocasos rosados
de Kona. Por otro lado, aprendí a respetar el agua, desde la ayuda refrescante, el olor y sabor salado que se quedaba impregnado en mi piel, hasta la fuerza impresionante de las olas. Pero lo más importante de esta isla, es que no era solo playa, Hawaii tiene los paisajes más diversos y raros, hasta contradictorios. Dos de sus montañas, Mauna Kea y Mauna Loa, están cubiertas de nieve casi todo el tiempo, tienen tormentas fuertes y muchas veces las cierran, la voz aburrida que cuenta el estado de los volcanes también avisa si las carreteras están cerradas.
De las tres veces que visité el lugar, solo en una

tuve chance de subir hasta la cumbre donde se encuentra el hermoso observatorio que se ve en la película de Cloud Atlas. Tengamos en cuenta que el laboratorio mas importante del mundo está sentado sobre un volcán (sí, Mauna Kea es un volcán con nieve, ¿no es hermoso?). La primera vez que subí tomamos mal una salida y resultamos yendo por la hermosa carretera vieja, que me ofreció un paisaje espectacular y las fotos desde el carro. Este día estuvo cerrada la montaña por tormenta y solo llegamos hasta el centro de visitantes. Tres telescopios, uno enseñando
marte, otro la luna, y el último una constelación cuyo nombre no entendí. Era de noche y el cielo no estaba tan despejado, fue un "error" subir con luna llena pues la luz no permite ver algunas estrellas, según nos indicaron. Pongo error entre comillas porque estando ahí la luna se veía tan hermosa, tatuada con estrías color mate que no me permitía observar otra cosa. No tenía tanta habilidad para las fotos nocturnas y no logré tomar una foto que valiera la pena, pero creo que no la necesito, la tengo presente en el recuerdo, como lo que el telescopio permitió ver. Es
maravilloso saber que somos piezas diminutas del universo, pero sin embargo somos tan grandes y complejos (ya sé,ya empecé con reflexiones... sigo).
A medida de que uno sube la montaña el clima baja de manera paulatina pero evidente, cuando sacaba las manos de los guantes para configurar la cámara, necesitaba unos minutos para volver a sentir los dedos, y eso que en esa parte todavía no había nieve. Me cuentan que hace unos años incluso el centro de visitantes se cubría de nieve, ya no, una prueba más del calentamiento global. Antes de que lo
 olvide, si alguno va, lleve chocolate o cocoa en polvo, en el centro hay agua caliente y vasos para prepararlos, además de palitos chinos para los que suban pastas o alguno de esos productos orientales tan prácticos. Ese me parece un detalle bonito del centro. También ahí se puede comprar comida, pero es más bien caro. SI no llevan sacos suficientes por 30 o 40 dólares se pueden llevar uno.
La segunda vez que subí fue más temprano, el calor llegó hasta el centro de visitantes. Esta vez el telescopio era solo uno apuntando al sol, mostrando las explosiones solares, pequeños volcanes explotando en la superficie el astro gigantesco ¡entre más conozco se me hace el
universo más maravilloso! Mis constelaciones favoritas contaban la historia de Teseo, Orión orgullosos de sus presas, Castor y Polux brillaban, resplandecían.
A medida de que uno va subiendo la montaña se da cuenta que deja las nubes abajo, las nubes se van quedando por el camino. Me emociona saber que es lo que sienten las águilas cuando vuelan muy alto, esto y la visión hermosa de las montañas de un café intenso, parecen hechas de brownie que ha sido derramado con helado de vainilla. Aquí conocí la nieve, sí, en Hawaii, ¿irónico?
Ya mucha de la nieve se había convertido en hielo, por lo que estaba muy resbaloso el piso, pero nada de esto me evito observar con tanta emoción el paisaje. Para que
se den una idea del frío que estaba haciendo, tomé de fondo a ese señor que pensé que se iba a desmayar. Mis acompañantes se metieron en el carro mientras yo andaba como niña chiquita emocionada con el espectáculo que es conocer el mundo.
Este lugar es considerado un lugar sagrado, por el mismo hecho de ser un volcán. Recientes planes de astronomía desean instalar un telescopio mucho más potente que implicaría afectar notablemente la montaña. En los últimos meses protestantes han impedido que empiecen obras. Sonrío al ver a mis amigos luchando por sus ideales, su tierra y lo que para ellos es sagrado.

Mi abuelita tenía siempre problemas de frío (me decía que a los viejos les da mucho frío y yo siempre temblaba de relacionarlo con la muerte... ese es otro tema, como para cuento), y yo le envidié por años su gorrito, ahora lo tengo yo; ese día hermoso me acompañó, entendí por qué le gustaba tanto.
En la parte trasera del carro llevábamos las boogie boards, ¿ya se imaginaron para qué? Para quienes me conocen y piensan que no le tengo miedo a nada, tengo que hacer la confesión
pública, me da miedo casi todo, pero la emoción más grande de la vida es retar el miedo, romperlo. Me acomodé montaña abajo y me tiré con la tabla. Vi una piedra e intenté esquivarla, lo logré, solo que se desbalanceó la tabla y rodé un par de metros. No me dolió, pudo haber sido la emoción porque al otro día tenía un morado bastante diciente; el pantalón sí se rompió (y estoy orgullosa del recuerdo, es mi jean favorito).
A la bajada paramos un par de veces para llevarme fotos, y en una de esas bajadas y subidas ya no encontré mi gorro.
Desde muy niña mi mamá me enseñó que las cosas materiales se reponen, pero yo sentía un vacío inmenso por perder el recuerdo de mi abuela. Y es que no son los objetos, es lo que significan. James y María, con quienes viajaba, se ofrecieron a volver, pero con el viento que hacía, si se había caído iría muy lejos. Me quedé mirando afuera, imaginando en manos de quién terminaría, y solo pedí que lo tuviera alguien que lo apreciara, que no lo tiraran. Entonces, en la chaqueta en la que busqué mil veces estaba muy a la vista. Lo tengo puesto mientras escribo el post.
Supongo que hay legados que deciden quedarse con uno en físico.
Les dejo el mapita de siempre, Mauna Kea es la hermosa montaña a la derecha con los punticos blancos en la punta.

miércoles, 22 de abril de 2015

De donde viene el fuego


Cada hora las emisoras de radio emiten información del estado de la lava y los volcanes; la voz que informa parece de ultratumba. Pocas veces logré entender lo que decía, uno por el tono grave de la voz y dos, por la falta de atención: o me aburría o me estaba imaginando al tipo detrás de la voz, a veces algo así como un Drácula desempleado, un Batman que ha decidido empezar por algo para ser locutor o incluso Bane con todo y máscara. Me parecería mucho más lindo si las emisoras contaran qué tan enojada está Pele (la diosa de los volcanes), haría la noticia interesante para mí.

En Hawaii están muy pendientes de la actividad

volcánica y de los tsunamis también, tienen tecnología especializada en la isla (son el primer aviso para Japón) y las rutas de evacuación están marcadas por las calles. es imposible perderse, ni siquiera siendo un turista. 
El último tsunami en la isla, destrozó el malecón que llevaba siglos construido, pero no dejó ni siquiera una pérdida humana.
Agua y fuego son los mayores temores de Hawaii y también las mayores bendiciones. La tradición oral habla de esas largas épocas de sequía, de cómo la tierra no producía frutos y dejaban de ver papas y taro, de que tenían que conformarse con Noni (que por más medicinal que sea y por más
de que crezca en toda la isla, sabe y huele horrible). Los antiguos Hawaiianos le rezaban al dios que era su hermano mayor, Kane. Él les daba la receta necesaria para tranquilizar a Pele y a otros dioses, esta usualmente consistía en encerrarse y meditar, en orar y ayunar. Cuando las personas cumplían su parte, Kane les
entregaba la comida, la podían sacar directo del imu (horno bajo la tierra).
Por más brava y malvada que sea Pele, es hermosa, ella y todo lo que crece alrededor después de las funestas consecuencias de sus enojos. El parque de los volcanes muestra en el centro de visitantes, el gran volcán que aún está activo pero bajo control (mientras alguien no enoje Pele). Del gran cráter sale un humo hipnotizador y desde el telescopio se pueden ver las explosiones. Algunas partes del cráter se ven al rojo vivo. Y todo esto es solo la entrada del parque.
En la recepción me llevé una pequeña decepción, después de conducir varias horas, la actividad volcánica estaba movida, haciendo que muchas zonas estuvieran cerradas por precaución (incluidas las que permiten ver lava); solo podía tenerse parcialmente la perspectiva.
Entonces, aprendí de nuevo que el camino es más importante que el destino. El parque no es solo volcanes y lava, tienen una variedad impresionante de vegetación que me hizo sentir en Jurassic Park (de haber salido un dinosaurio me hubiera sorprendido menos de lo que piensan) y es un lugar ideal para observar aves (muchos viajan con sus binoculares a Hawaii exclusivamente para llenar su libro de aves). De la vegetación tengo que destacar la más bonita de las flores, la flor de la lluvia. Mis compañeros de viaje me advirtieron que no arrancara la flor porque empezaría a llover. No crean que no me dieron ganas de probar la teoría, pero no quería mojar la cámara, así que me abstuve, por eso y porque no me gusta arrancar florecitas, que vivan y alegren los ojos de quienes pasan a admirarlas. A Buda le prefguntaron sobre la diferencia entre amar y desear; desear es ver la flor, dijo, y arrancarla para llevársela; amar es regarla día tras día. 
Bueno, regresando al parque, para ingresar al parque se paga el boleto
de entrada que tiene vigencia por siete días y vale la pena aprovechar; el contraste de los volcanes con la naturaleza es un espectáculo sublime, la naturaleza resurgiendo entre la roca que alguna vez  fue fuego y arrasó con ella. También están los túneles que dejó la lava, y a lado y lado de la carretera se ven los letreros con la información del año de la lava como monumentos de guerra. Entre algunos campos de lava se encuentran muestras de petroglifos, que Pele cuidó (seguro por algún coqueteo
hawaiiano). También se encuentran arcos de piedra que llevan siglos firmes y hacen del atardecer un espectáculo de los que quitan el aliento.
Si se lleva un poco más de tiempo (y se corre con la suerte de que esta parte del parque no esté cerrada, suerte con la que yo no corrí) se pueden caminar unas 6 horas hasta llegar al punto donde la lava cae al agua. Sino quieren caminar hasta esa parte del volcán pero lo quieren ver, contratan un helicóptero y lo visitan (y si pueden pagar el alquiler del helicóptero, me llevan).
Este viaje requiere llevar comidita y bebida porque no se encuentra nada en el camino, y es
un parque gigante que requiere carro por las distancias largas. Yo no pude haber tenido una mejor experiencia. El sitio es bastante lejos de Kona, por lo que tuvimos (tuve) que manejar varias horas (tal vez cuatro respetando los límites de velocidad). En la ida tuvimos un par de paradas para observar South point (un sitio que usan mucho para lanzarse al agua y del que me arrepiento no haberlo hecho porque me daba pereza sola), también para tomar fotos de los molinos de viento que generan energía y obviamente para comer, tanto almuercito como malasada (una especie de dona pero más suavecita y sabrosita). Cabe contarles que hay formas baratas de comer en estos viajes, los perros calientes son una opción siempre económica pero también las sopas que sirven en bowls encima de arroz. Las más ricas son las de chili y la portuguesa, excelentes opciones por 4 o 5 dólares (les dejo fotico de un lugar clásico donde además pueden comprar pan de frutas de los que le ofrecían a los dioses). Aquí comimos de ida, pero a la devuelta y por sugerencia desacertada de uno de mis compañeros, tomamos un camino más largo y con menos sitios para escoger, terminamos comiendo pollo asado en una gasolinera (sí, allá también venden por presas). Voy a retractarme sobre la desacertada sugerencia, esa fue la noche más llena de estrellas que he presenciado, de punta a punta el cielo se colmó de lucecitas, solo era el cielo negro y el suelo en el que trataba de concentrarme sin mucho éxito. Tuve que detenerme a admirar el cielo por miedo a estrellarme por estar embobada.
Bueno, pero el fuego de la isla no solamente está en los volcanes, sino en el corazón de los amantes que observan el atardecer juntos. Una pareja de ancianos notó que les tomé la foto más romántica que he podido inmortalizar, me contó que cada año van al mismo lugar y él le propone matrimonio, una tradición que les recuerda que es decisión diaria amarse cada día. 
El calorcito de la isla también es patrocinado por las millones de sonrisas con las que uno se cruza a diario, con los niños activos que corren y con los padres que los dejan correr, con la pasión y la emoción que despiertan en ellos la naturaleza, con el testimonio que cuentan sus pieles oscurecidas por el sol y los recordatorios en manillas, collarcitos y demás que cuentan la historia de una tortuga, un tiburón, un león marino, la isla. Mientras recuerdo tantas cosas que me dieron calor en Hawaii me pregunto qué es lo que nos hace tan fríos. 
La ciudad nos pasa una cuenta de amnesia y nos hace olvidar que los otros que fastidian y complican el Transmilenio, que van desesperados pitando en carros o caminando a paso veloz, también viven, piensan y sienten. Se nos olvida compartir el calor propio, y entonces estamos más solos y más fríos. 

Esta vez no marco el mapa porque es bastante evidente la ubicación del parque de los volcanes. 

martes, 14 de abril de 2015

Fe en Hawaii

"Mi carro no llega hasta allá", y las palabras me mataron la ilusión. De verdad tenía muchas ganas de ir al Valle de Waipio ese día. La paciencia dio los frutos.
Dos horas después íbamos montados en un carro forrado de negro y con pinta del batimóvil (el primero primero y como si hubiera sido usado desde entonces) que amenazaba con desbaratarse. Incluso en algún momento del recorrido se soltó una parte del panorámico. (Unos días después, el batimóvil sufriría un accidente del que no se recuperaría, y al sol de hoy mi amigo no tiene un transporte propio).
No llevaba mucho tiempo en Hawaii, y a mi compañero de viaje lo conocía poco, pero el viaje nos bastó para contarnos de nuestras vidas. De nuevo escuchaba de boca de un local la emoción de ser descendiente de una raza de guerreros, un hombre orgulloso de quien es y de donde viene. Muchas de las historias que me contaba parecían sacadas de un libro de mito, pero para ellos, lejos de ser un cuento mágico, es la historia tradicional, su legado.
Una vez logramos llegar al mirador (lo cual ya era un acontecimiento), mi amigo dijo que teníamos que caminar hacia abajo, porque
definitivamente no había forma alguna de que el carro bajara en una sola pieza. Cuando comenzamos el camino supe por qué. Solo camionetas subían, y muchas con bastante dificultad.Veíamos a los deportistas animados subir, y la respiración se podía escuchar de lejos. A una mujer le pregunté cuánto había demorado en subir y me dijo: "es lejos, como veinte minutos". En principio, me alegré y pensé, por qué vienen tan cansados si son solo veinte minuticos de subida.
Bajar nos tardó casi una hora, así que supe que la subida sería un infierno y pensé que la mujer que nos había dado el dato errado o se las estaba dando de tesa, o de verdad era tesa, pero hoy (y como disculpa a un comentario de un post anterior), me di cuenta de que el "problema" de los deportistas es que se pierden en el paisaje, lo adoptan, lo viven, lo respiran. Les cuesta menos que a mí, que me detengo con la camarita en cualquier lugar. ¿Qué importa el tiempo cuando lo disrutas?
Por el camino vi una roca gigante que interrumpe la ya incómoda carreterita. Tenía ofrendas encima, cosa que me pareció muy
curiosa. Mi amigo me contó que cuando construyeron la carretera, quitaron la piedra y la pusieron en otro lugar. A la siguiente mañana la roca estaba de nuevo en el lugar inicial. De nuevo la movieron con el mismo resultado al siguiente día, Decidieron que la piedra debía estar ahí por alguna razón desconocida y que lo mejor sería dejarla donde estaba. Desde entonces le ponen ofrendas a los espíritus que puedan estar involucrados con las razones de la piedra para estar en ese lugar.
En el camino hacia el valle, me advirtió mi
compañero sobre las casas de los vivientes. Los locales del sitio no se sienten muy felices de recibir tantas visitas, y no dudan de usar "otros métodos" para los que entren en sus propiedades (qué poco viven el aloha jejeje). Lo cierto es que me pareció una exageración de su parte hasta que empecé a ver cascos de balas en el piso. La cosa es que cuando uno tiene sangre veleña corriéndole por las venas no tiene derecho a criticar esos gestos.
El valle resulta ser un maravilloso encuentro entre el mar y el río. La playa de arena negra por
un lado (que se va transformando poco a poco en tierra), con palmeras, y por el otro lado, el río rodeado de árboles. A lado y lado del valle habían cascadas, una maravilla tras otra.
Las olas en ese día estaban bastante altas causando que el río corriera caudaloso y rápido por momentos, inclusive casi se lleva una niña (ahí en la foto se pueden dar una idea). Hacia el lado contrario de la playa, por el camino rodeado de casas, se encuentra la ruta que lleva hacia una de las cascadas. Es un sitio para acampar, y hay rutas de has cinco días para explorar (por si alguien se anima). Eso si no los dan miedo los Menehune que, según dicen,

abundan en ese valle.
Dice la leyenda que los Menehune son como enanos mágicos, muy humanos, se me hace a mí (en el mejor y peor sentido de la palabra) porque a veces son muy buenos y a veces son muy malos. Hacen tratos con humanos y con dioses y piden algo a cambio por ayudar en algunas tareas. Cuando algunos nativos contaban las historias, se enfrentaban a otros que no eran locales que se reían de las leyendas, pero ellos defendían su verdad, siempre alguno de su familia vio a alguno de
estos personajes, y el amigo de un familiar lejano hizo un trato con uno de ellos.
Una de las leyendas más bonitas dice que los Menehune que habitan una montaña sin pico, querían arrancar el pico de otra montaña para insertarlo en la propia. Entonces, los pequeños y muy juiciosos trabajadores, se dieron a la tarea de cavar alrededor del pico (y efectivamente la montaña parece que hubiera sido cavada alrededor). Estos personajes solo pueden trabajar de noche, así que apenas se asoma el día deben parar de trabajar. Pero ¿qué hace que se asome el día?, El canto del gallo. El Moanuiahe'a, que es un dios en forma de gallo grande, cantaba y les impedía seguir trabajando. Los menehunes estaban muy enojados con él, y se organizaron para atraparlo, matarlo y comerlo al Kalua (metiéndolo en un horno bajo la tierra). Lo que no sabían es que este gallo no solo era un dios que llamaba el día, sino uno protector de un pozo sagrado que se encontraba en la montaña que estaban intentando despicar (ese es mi término personal para decir que le iban a quitar el pico), estaba también a cargo de no permitir que
los Menehune se llevaran el pico por mandato del dios Kane que era un dios grande con los que no se juega.
Los enanos lograron su cometido,o eso pensaron. Atraparon el gallo y lo metieron en el imu (el horno bajo la tierra), pero cuando fueron a ver el gallo no estaba. El dios Kane lo había revivido con el agua sagrada y estaba listo para cantarles de nuevo el amanecer. Ese día, después de que se marcharon los Menehunes, llegó un gran guerrero y advirtió que no podían llevarse el pico. Les prohibió la entrada a la montaña para siempre.
Les dejo con una mariquita el acostumbrado mapa.



domingo, 5 de abril de 2015

La vida es sagrada


Antanas Mockus, un matemático colombiano (que infortunadamente no llegó a ser presidente) comenzó una política que cambió muchas cosas en Bogotá cuando fue alcalde. "La vida es sagrada".
Desde ese entonces ha defendido sus ideas con métodos pedagógicos que todos rechazaron al principio y ahora saben que fueron exitosos.
Esta política de respeto la reviví de manera hermosa en Kona. Entiendo que el tipo de cosas que voy a contar sean "normales" en un sitio tan pequeño como una isla, pero en verdad me gustaría que este modelo se repitiera en lugares más grandes.
Un día Kona despertó con la triste noticia de un accidente de carro que dejó tres jóvenes muertos. Aunque busqué en las noticias locales y en las redes sociales, no decía nada de las
circunstancias, de las razones (algo que tal vez busco por lo que los medios amarillistas a los que estoy acostumbrada). Al parecer los muchachos venían tomados de una fiesta y se salieron de la carretera. No escuché ni leí comentarios de juicio, antes la gente parecía unida y dispuesta a ofrecer apoyo a las familias. En la carretera, donde ocurrió el accidente, un espacio se cubrió de flores, letreros, fotos, peluches, cartas, recordando a los desaparecidos (y ahí se quedaron los recuerdos, no hubo nadie que se los llevara). En esos días el trancón que se hizo fue monumental porque los carros pasaban despacio
para respetar el sitio, para darles a los visitantes un espacio en el que se sintieran tranquilos. ¿Estoy muy loca para desear tener eso en nuestra ciudad y país? ¿Estamos tan acostumbrados a las muertes que dejamos pasar tantas a diario sin que nos importe?
Bueno, la vida que se aprecia no es solo la humana. Los animales hacen también parte del paquete. Los carros paran para que una familia de patos o pollitos salvajes crucen el camino. Hay avisos de burros y cabras salvajes en carretera, prohibiciones expresas "no tocar las tortugas", o los delfines, o las focas marinas con penas de
cárcel. Pero no son solamente hay advertencias, también explicaciones. Dejénme que les cuente mi aventura.
En cada paso que doy, encuentro gente de energía hermosa, que me ofrece su mano, su brazo, su ayuda y eso es lo que continuamente me renueva la fe en la humanidad. Mientras estuve en Hawaii conseguí un pequeño contrato en una finca cafetera. Los Caficultores, en su mayoría, son personas muy amables y empiezan charlas interesantes. Uno de ellos escuchó la historia de por qué resulté en Hawaii (¿por qué no?) y me
dijo que él y su esposa tienen la costumbre de nadar los sábados con delfines salvajes, me propuso llevarme si así lo deseaba. Y esperé emocionada el día.
En la introducción del parque de Hookena (donde me llevó esta pareja que además hospedaba a dos japonesas de inglés precario y muchas señas) explican que los delfines viven muy cerca de la orilla, ahí duermen y que incluso durmiendo se mueven, por eso no se les debe molestar. La regla es acercarse, pero no demasiado, a menos de que ellos se acerquen (esa es la regla popular). Esperamos pacientemente, pero no se
presentaron, por lo que más bien decidieron llevarme a dar una vuelta por el coral cercano. Un pez amarillo y un poco azul, atravesado con líneas negras, el ver y morado de labios gruesos, toda la bandada de buscando a Nemo, gusanos de mar, cangrejos rojos, un espectáculo impresionante, pero los delfines no aparecieron. Tampoco lo hicieron el siguiente fin de semana en que fui con ellos, ni las dos siguientes veces. Aparentemente es más fácil encontrarlos en las horas de la mañana pero fueron esquivos conmigo, hasta ese fantástico día en el que ya no
lo fueron más. Sentada en la playa de arena negra, vi como se levantaban dos delfines juguetones sobre el agua, y ya preparada con el equipo de snorkeling, fui a su encuentro, con el corazón a mil, tal vez por las ansias, la emoción, o mi estado físico (digamos que la emoción). Después de unos minutos escuché un pequeño chillido y cuando volví la cara hacia el agua vi un conjunto de diez delfines que incluía a un bebé que nadaba muy de cerca a otro (me imagino que su madre). Para mí, la vida me había dado un reglado suficiente, pero tenía que esperar por más. Por turnos, estos majestuosos animales, salieron del agua impulsados, dando vueltas y gritando con un tono muy agudo. Daban vueltas,

bailaban ofreciendo el mejor espectáculo que han presenciado mis ojos, No temieron, y tuvieron razón en no temer. Ninguna de las personas que estaba conmigo trató de lastimarlos, ninguno de nosotros los tocó, respetamos su vida y agradecidos nos devolvimos a la costa.
Algunas reglas antiguas siguen en pie. La gente que pesca (al menos la mayoría), no lo hace por deporte. Si no se lo van a comer, no lo sacan del agua y por eso hay permiso de pescar en cualquier parte de la isla.
Estuve en Santa Marta en los días en que murieron tantos peces por pesca con dinamita. Tuve la fortuna de no observar con mis propios ojos tan triste espectáculo. Pero sí vi otros penosos. El mar sucio, las botellas libres que al fin la brisa se lleva al mar, mis hermanos colombianos orgullosos de no recoger su propia basura porque ¿están de vacaciones? Nuestra cultura de alguienmásloharápormí tiene que parar ahora. No es raro que en estas costas los animales no estén cerca, me dolió mucho ver los corales destruídos porque la gente camina sobre ellos y los parte. Me dio vergüenza ver las latas de águila y Postobón alojadas en el fondo del mar. Recibí burlas por recoger basura de la playa y sacar botellas del mar, aparentemente este trabajo no es digno y tratar de devolverle un poco a la naturaleza, es ridículo en nuestra cultura. Es hora de parar de criticar y empezar a actuar. De entender que no
hay otro mundo que este que pisamos.
Pero no todo fue malo, después de un viaje en lancha de bahía concha a una pequeña bahía para hacer snorkeling, se habló un poco de los cuidados del coral, y vi una población variada de peces... no todo está perdido. Debemos cambiar la cultura cambiando primero nuestra mentalidad, necesitamos entender que cuidar la naturaleza, escuchar consejos y obedecer normas no es muestra de debilidad, es símbolo de progreso.
Volviendo a Kona, en un hotel llamado Hualalai, estacioné la moped (la única moto, como siempre), y recorrí los caminos antiguos de los hawaiianos, el hotel aún los cuida. Una de las primeras advertencias fue sobre las tortugas, que este es un lugar en donde ellas han descansado por

cientos de años. La petición de los avisos decía "déjelas descansar". Vi muchas tortugas en este lugar, más de treinta y todas ellas descansando, y no molestarlas tiene mucha lógica, por esos días de corrientes fuertes debieron pasar por muchos problemas para llegar hasta la orilla. Todas ellas dormían.
En este hotel no hay muchos lugares para nadar por lo que hay un pequeño pozo con variedad de peces para observar haciendo snorkeling. Además de tortugas y peces, una gran variedad de aves visita el sitio. Me imagino que los animales siguen visitando los sitios donde se sienten cómodos y seguros.
Los sitios de la isla están señalados con una estrellita de mar.

También un mapa de Santa Marta (sacado de http://www.centrodebuceoaquasport.com,página a la que NO estoy recomendando, no los conozco pero tienen un mapa muy bonito)