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Vivir se escribe con cinco sentidos

Calculo que había pasado ya la mitad del camino cuando me detuve a descansar viendo el mar. Era hermoso, me parece que las fotos no le hacen honor a la magnificencia del mar azul oscuro que se desvanece hasta la orilla verde.No sé si a todos les pasa, pero cuando tomo fotos de ciudad siempre se ven más lindas las fotos que el sitio, pero cuando lo hago con la naturaleza siempre la cámara se queda corta, puede ser ausencia de habilidad, una exageración de mis sentidos en mi cerebro o simplemente que no se puede reproducir semejante espectáculo. La última puede ser muy posible (¿qué tal mi nivel de duda?), porque la vida se compone del uso de todos los sentidos y es más bonita cuando se vive con todos al tiempo (recordé la canción de calle 13 diciendo "no me regalen más libros porque no los leo, lo que he aprendido es porque lo veo", aunque aclaro que yo sí quiero que me sigan regalando libros)

Llegué al camino preguntando y viendo la señalización, puse la camioneta (préstamo cortesía de mis anfitriones) a un lado de la carretera (porque en Kona se puede estacionar gratis casi en todo lado y casi sin riesgo de robo) y caminé unos metros para encontrar la entrada a Kealakekua Bay donde se encuentra el monumento al Capitán Cook. Todavía no entiendo la razón de hacerle un monumento, al igual que no entiendo los monumentos a Cristobal Colón, pero esto es otra historia. 
A pesar de las advertencias sobre la gente que se perdía en la isla, de no vayas, de mejor paga un tour, de busca con quién ir, la cosa no resultó para nada mal (con excepción de que se me rompió el pantalón cuando me agaché a amarrarme una bota, afortunadamente al final del recorrido). Fueron solo dos millas que me costaron un poco menos de una hora y tomando fotos cada nada. De vuelta por la subida fueron casi dos horas con un estado físico como el mío, y mi atención dispersa (paraba a ver pajaritos, a buscar un baño natural (consecuencia de tomar mucha agua), a bajar tamarindos y a responder preguntas de los caminantes curiosos por el fruto (yes, ma'am, tamawrind, yes, you can eat it, we eat it in many ways), a tomar fotos y aire de paso). No fue tan difícil porque tuve la fortuna del cielo nublado para esta rola que se derrite con el sol. 
Aparentemente en el camino no hay mucho que ver, y las personas que lo recorren (la mayoría haciendo ejercicio) no se detienen a ver el contraste del pasto seco con el verde que sale de la roca volcánica negra. Eso, el fondo del mar, los pájaros curiosos que saltan detrás y delante de uno, tal vez para recibir comida, hacen de esta caminata una experiencia para disfrutar, donde el recorrido pesa más que la meta. 
Ver la bahía es un descubrimiento, cuando Capitán Cook llegó por segunda vez a esta tierra se tuvo que sentir a salvo. Por un lado tuvo mucha suerte la primera vez que desembarcó porque los Hawaiianos (aún no unificados y siempre en guerra) estaban en el Makahiki que era una
temporada de paz dedicada a un dios. Por las velas, el traje y el color del Capitán, muchos de los hawaiianos lo confundieron con el dios, lo aceptaron, le dieron regalos y lo despidieron. La mala suerte de Cook llegó cuando uno de sus barcos se dañó y tomó la decisión de volver a la isla donde había recibido tantas atenciones, con tan mala suerte que esta segunda vez la época de paz había acabado. Los nativos que lo creyeron un dios no entendieron cómo se había devuelto por miedo a morir, si se supone que los dioses tienen poderes, no necesitan ayuda,etc.
Los hawaiianos se metieron a los barcos y empezaron a tomar cosas que les parecían interesantes, y a los ingleses esto no les agradó mucho. La bahía se calentó con las armas de los ingleses y la furia de los nativos. Del lado hawaiiano hubo varios muertos y heridos (entre los heridos leves se encontraba al joven Kamehameha), del de los ingleses cinco, contando al capitán Cook quien fue ejecutado. 
Se logró establecer una moción de paz,y el capitán Clerke se marchó con su gente, sin el capitán Cook y con la noticia de esta isla, de sus gente guerrera y el fracaso de la finalidad del viaje que era encontrar una ruta por el atlántico, como quien dice, los ingleses se fueron a pérdidas.
Yo estuve lejos de correr la misma suerte de pérdidas. Aproveché uno de los muchos guías que llegan a enseñar a hacer snorkeling, pedí una hoja de Noni para que no se me empañara la máscara (también funciona la crema dental y el champú de bebé) y escuché las historias de como muchos de ellos cambiaron su trabajo de oficina para irse a trabajar de guías, cómo otros habían recorrido el mundo para encontrar el amor por una tierra en Kona. Creo que me faltó un poco de valentía para pedirle a la australiana que me dijera cómo hizo para quedarse y si me daba trabajo... y es que para ellos (y como dice un conocido) "mi trabajo son tus vacaciones".
Cuando ya estaba a punto de devolverme, tomando las últimas fotos, unos muchachos me dijeron que habían unas mangostas jugando, y aunque ya había visto a dos de ellas jugando con mis cosas, decidí ir. Al ir en esa dirección vi un pez rosado, hermoso, brillante. No tengo la menor idea de cómo llegó hasta donde estaba (muy lejos del agua en un lugar donde no hay olas) y lamenté que se hubiera muerto, pero cuando le estaba tomando la foto lo vi moverse. Traté de cogerlo para devolverlo pero no se quedaba quieto. Llamé a los muchachos para que me ayudaran con el pez. Así, tal cual les grité:
"¿Pueden venir a ayudarme a salvar un pez?". Me sentí un poco tonta, pero ellos no solo fueron a ayudarme, sino que corrieron, y entre los tres estábamos tratando de cogerlo sin lastimarlo. Dos personas más se unieron a nuestra causa, y una señora nos prestó su cachucha, donde al fin pudimos depositarlo y devolverlo a agua. Se marchó dejando un caminito brillante, y nosotros nos miramos unos a otros como héroes. Y es que en esta isla la vida tiene otro sentido, la propia y la ajena, pero dejemos ese tema para la próxima semana. La mariposa muestra en el mapa la posición de la bahía.


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